Ocho países europeos sufrieron ataques yihadistas el pasado año. Tres de ellos, Bélgica, Francia y Alemania, registraron los atentados más graves, con un saldo de 131 personas asesinadas y cerca de 300 heridas. No obstante, los ataques en suelo europeo representan la parte menor de ... la actividad terrorista en el mundo: el Centro de Terrorismo e Insurgencia del Janes Information Group contabilizó en 2016 un total de 24.202 atentados en todo el planeta, un 26% más que en el año anterior. Sin embargo, por proximidad geográfica y por afinidad cultural nos conmocionan más aquellas acciones terroristas que se producen en Europa. Los ataques al aeropuerto de Zaventem o al metro de Bruselas, la masacre provocada con un camión en Niza, la matanza del mercadillo de Navidad de Berlín o el más reciente atropello terrorista de Estocolmo nos impactan muchísimo más que el atentado con coche bomba de Bagdad en el que murieron 325 personas, el 3 de julio de 2016.
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A la lista de ataques terroristas en Europa hay que sumar la matanza provocada al término del concierto de Manchester que, al igual que los anteriores, nos conmociona de forma especial al saber que buena parte de las víctimas son adolescentes y jóvenes.
Estos atentados, ejecutados o inspirados casi todos por el Estado Islámico, responsable el pasado año de casi 11.000 asesinatos, ponen de manifiesto que estamos sometidos a una amenaza permanente y que, por muchos que sean los éxitos policiales en la lucha contra el terrorismo yihadista, el riesgo es alto y lo va a seguir siendo durante mucho tiempo.
En mayo de 2016, el entonces portavoz del Daesh y responsable de las células de este grupo que operan fuera de la zona de Irak y Siria, Abu Muhammad Al-Adnani, fallecido tres meses después en un bombardeo, hizo un llamamiento para atacar a los países occidentales por cualquier método. Acosado tanto en el frente sirio como en el iraquí, el Daesh quiere trasladar la presión terrorista hacia la retaguardia de los países occidentales, especialmente a aquellos que participan de forma activa en la guerra contra el Estado Islámico en Oriente Medio. Se valen para ello de todos los medios a su alcance: células organizadas, actores solitarios con adiestramiento o simpatizantes que actúan con medios de ocasión, desde un cuchillo a un vehículo. Cualquier cosa vale para extender el terror e intimidar a las sociedades occidentales.
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España ha tenido suerte y no ha registrado atentados yihadistas desde 2004, aunque el 11-M nos dejó el triste récord del atentado con más víctimas habido en suelo europeo hasta el momento. Las lecciones aprendidas del 11-M han hecho que los cuerpos y fuerzas de seguridad mantengan una intensa actividad encaminada a atajar en sus orígenes cualquier atisbo de radicalidad violenta. Más de 700 sospechosos han sido detenidos en España desde los atentados del 11 de marzo de 2004. Hasta ahora, buena parte de los arrestados, especialmente los de los últimos años, están implicados en tareas de reclutamiento, propaganda y logística, pero ya se han desmantelado células que centraban su actividad en preparar atentados en territorio español.
Los retornados
Aun siendo eficaz, la actuación de las FSE no elimina el riesgo por completo. Existen en nuestra sociedad focos de radicalidad yihadista, lo que se ha traducido en que, hasta el 31 de diciembre del pasado año, un total de 204 personas se hayan desplazado a Oriente Medio para incorporarse a los grupos terroristas que operan en la región. Un 20% de los desplazados eran de nacionalidad española y el 65% eran ciudadanos marroquíes. El 15% eran de otras nacionalidades. Tenemos menos terroristas que otros países (Francia, por ejemplo, contabiliza 1.700), pero su virulencia no es menor.
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Al menos 45 terroristas que salieron de España para combatir en Oriente Medio fallecieron en Irak o Siria, unos en enfrentamientos y otros en atentados suicidas. Al menos otros 30 han regresado a España después de haber recibido adiestramiento terrorista. Los retornados constituyen una de las principales amenazas, según subrayan las autoridades europeas, porque vuelven entrenados en el uso de armas y explosivos, están fuertemente motivados y pueden ejercer una gran influencia sobre determinados sectores y arrastrarlos hacia la violencia.
Una investigación realizada por la Policía Nacional el pasado febrero puso de manifiesto este peligro en el País Vasco. Los agentes del CNP capturaron en Vitoria a un veterano de las guerras de Chechenia en los años noventa. Posteriormente había estado en Siria enrolado en las filas del Frente Al-Nusra (Al-Qaida), primero, y más tarde en las del Daesh antes de regresar a Euskadi. El sospechoso, que se movía adoptando medidas de seguridad similares a las que utilizaban los etarras, se dedicaba a captar potenciales terroristas en Euskadi y a enviarlos a Siria para combatir. Están acreditados algunos casos de reclutamiento consumados, el último de ellos en 2015, año en el que envió, al menos, a un vecino de Tolosa a Siria para incorporarse a las filas del Daesh.
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Madrid, Cataluña, Ceuta y Melilla son los territorios en los que se ha constatado la existencia de más focos de radicalidad yihadista, pero el episodio mencionado del terrorista veterano capturado en Vitoria pone de manifiesto que, en contra de lo que suelen sostener algunos, el riesgo existente en el País Vasco no es menor y por ello no hay que bajar la guardia ni reducir los esfuerzos en combatir esta amenaza. Para los terroristas, Al Andalus llega, al menos, desde Algeciras hasta Irún y no se sabe si también hasta Poitiers.
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