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Javier Reino
Miércoles, 3 de mayo 2017, 01:02
El 90% de los habitantes de la Tierra se dejaría cortar un brazo a cambio de vivir como el común de los franceses. Y, sin embargo, los franceses están cabreados; se creen víctimas de un empobrecimiento, de un deterioro en su nivel de vida que ... ha dejado su huella en la primera vuelta de las elecciones presidenciales.
Y se sienten cruelmente castigados por el terrorismo islamista. En consecuencia, Benoit Hamon, el candidato oficial del Partido Socialista, el de François Hollande, se ha hundido. Los indignados han dado un honroso 20% a su hombre-protesta; la derecha no le ha perdonado el nepotismo a su aspirante. Al final, Francia ha de decidir entre la 'marea Le Pen', una populista antieuropea y xenófoba en quien han puesto sus esperanzas no pocos obreros, y el 'huracán Macron', un candidato burgués y moderado que ha sabido distanciarse de su pasado como ministro de Hollande para alzarse con la victoria en el primer asalto y quizá en el definitivo con el previsible apoyo de muchos que no le votaron. Francia decide.
Entrar en territorio francés por el suroeste, por el País Vasco, las Landas, la Gironda, por Aquitania en una palabra, pone al viajero frente a frente con no pocas paradojas, reales o aparentes. Por ejemplo, la proliferación de símbolos de España, su arte, sus costumbres y su gastronomía que se agolpan al lado norte de la muga. Simbología que viene a constituir un anticipo de España para quienes llegan de la Europa septentrional por la RN10 y que prácticamente desaparece en cuanto entran realmente en territorio español. Puede que alguno piense que ha hecho el camino al revés. Si aún permanece en Lapurdi, encontrará no pocas academias de flamenco, restaurantes que ofrecen en sus pizarras la 'veritable paëlla' con 'sangría' y verá cómo en las fiestas de Ziburu no puede faltar su cuadro local de bailaoras y las verbenas de verano en San Juan de Luz se clausuran un día sí y otro no, después del toro de fuego, con el canto de la 'Salve rociera'. Olé, olé, olé...
Alfonso Sánchez, francés hijo de sevillano, reparte su tarjeta profesional, que ofrece «Todo tipo de reformas y patio andalou». «¿Patio andaluz?». «Sí, ya he hecho veinte solo en Biarritz».
Igual se lo piensa Beñat, que acaba de jubilarse como gendarme después de décadas de servicio en el cuerpo de policía militarizada (el equivalente en cierto modo a la Guardia Civil). «¿Y ahora, en qué invierte el tiempo?» «Echo una mano haciendo chapuzas en la ikastola del nieto».
Paradoja es que en medio de dos polos futbolísticos como lo son el Girondins, en Burdeos, y el Athletic, la Real y el Alavés al sur, Iparralde sea una tierra entregada a la devoción por el rugby. «En Gran Bretaña el fútbol es el deporte de las masas y el rugby tiene una afición más refinada. Aquí es al revés. Lo verdaderamente popular es el rugby», explica Aurélian Vitalis, directivo del Aviron Bayonnais, una simpática entidad nacida en 1904 como club de remo y que incorporó dos años después el rugby a su larga lista de secciones (hasta treinta) a propuesta de un socio galés. «Nuestro enemigo histórico es el Biarritz Olympic; ahora ellos están en Segunda y nosotros en Primera, pero vamos a bajar. Para una ciudad pequeña como Baiona es muy difícil mantenerse arriba sin grandes patrocinadores».
El Aviron «es más que un club», dice su lema. Lo cierto es que toda Baiona, en sus fiestas de julio, entona como una sola voz el himno... cuya música es la de 'Vino griego', la canción que tan popular hizo el canario José Vélez. Pruebe si quiere el lector con el estribillo («Ven a brindar...»): «Allez, allez, les bleus et blancs de l"Aviron Bayonnais».
Joxean, albañil, uno de los fieles de esta religión, viajó a San Sebastián con su ikurriña a animar al equipo cuando este jugó por razones de aforo en Anoeta. Y meses después tomó la bandera tricolor y el avión para acompañar a la selección del gallo en Dublín, en el Seis Naciones. ¿Otra paradoja? No para él.
Cola para comprar ibérico
En Baiona los indicadores callejeros, hasta hace muy poco bilingües (francés y euskera), son ahora trilingües:'Centre Ville/ Hiri Barnea / Cor de Vila'. ¿Cor de Vila? Es gascón. «Porque Baiona es gascona y yo me siento gascona», dice Ophelie Arzac, bayonesa de varias generaciones. Es difícil incluso saber de dónde viene el nombre de Gascuña (una deformación de Vasconia a juicio de algunos expertos), pero no hay duda de que una inmigración medieval de lengua romance (un dialecto occitano) se fundió con la población autóctona vasca, ya entonces muy mezclada con otras poblaciones del norte.
Paradójico, aunque comprensible, es que en el mercado de Baiona, patria del 'jambon de Bayonne' que tanto se publicita, la gente hace cola en una charcutería que vende y no barato el ibérico de bellota. Por cierto, que los productores pirenaicos tienen puestas todas sus esperanzas en la recuperación del 'cerdo gascón' o 'negro de Bigorre'.
Y mientras tanto fue imposible encontrar en las cartas de St. Sever platos de pollo, pese a que esta localidad landesa produce y vende los mejores pollos y pintadas de Francia. Pero la avicultura landesa está de luto. Un brote de gripe aviar ha dejado vacías las granjas de cría de patos de cinco departamentos. «Un desastre, una temporada de producción perdida», se lamenta Loic Poutis, responsable de exportación de Lafitte, una de las marcas señeras de productos del pato. «Tenga en cuenta que nosotros producimos 550.000 patos al año, y Las Landas, dos tercios de la produción total de Francia». «Y producen lo mejor». «Por supuesto, y en especial la línea de etiqueta roja».
Las instalaciones de Lafitte en Montaut, a pocos kilómetros de Mont-de-Marsan, tienen por fuera la apariencia que van tomando cada vez más bodegas riojanas. Por dentro, sin embargo, se asemejan a los pasillos y estancias de un moderno hospital. En una sala hay dos empleadas vestidas con ropa blanca antiséptica y examinan un pedazo de carne como quien realiza una autopsia.
Recordamos a Poutis que California llegó a prohibir la produción de foie gras por influencia de los animalistas. «Sí, es ruido mediático que no nos beneficia, desde luego, pero hay que decir que, por un lado, la prohibición fue levantada y, por otro,no exportamos a Estados Unidos por las trabas que ponen para los productos en fresca».
Las evidentes dificultades económicas creadas por esta verdadera catástrofe natural han sido encajadas con serenidad, como lo demuestran los buenos resultados obtenidos en toda la región por el moderado Macron y con el izquierdista Melénchon superando con claridad a Le Pen.
Al fin, el 29 de mayo comenzará la nueva temporada y las granjas como Lafitte volverán a llenarse de huevos (que compran a us pequeños proveedores) y se reanudará el ciclo vital que acaba en el foie, el confit, el magret y otras golosinas.
Todo en esta zona de Francia resulta ser una fiesta para los sentidos, especialmente el del gusto. Aunque puede haber despistes: el cercano pueblo de Roquefort no es el del mundialmente famoso queso azul. Eso es en el Aveyron (sureste).
Pero la zona de Armagnac sí es la del armañac. La familia Lacave estaba presdestinada por su apellido. Nelly, con menos de treinta años, dirige la explotación familiar en la finca 'Jouatmaou', siete hectáreas de viñedos de los que salen al año no más de mil botellas. Una explotación pequeña dirigida por una mujer; es el esquema típico de produción de este aguardiente, que tiene perdida la pelea de la fama con el vecino coñac, pero no así el favor de algunos exigentes paladares. «Es una cuestión tradicional, que además permite al hombre asegurar la economía de la familia con otro empleo», explican los Lacave entre barriles mientras un murciélago revolotea en la húmeda cava.
El laberinto del vino
Asistir a una corrida en Francia es como ir a misa, con perdón. Silencio en los prolegómenos, seriedad en el comportamiento, atención respetuosa al celebrante... «Sí, pero sobre todo devoción por el toro». Quien lo dice es Christoph Andiné, vicepresidente del Club Taurino de Vic-Fezensac, una localidad del Gers que llena su plaza por Pentecostés. Porque en Francia se llenan las plazas... Bueno, bueno, tampoco es eso. No son los noventa... Pasan por ser más exigentes que en España. Es que aquí hemos entendido que el torero es necesario, pero la materia prima es el toro. Y hemos adoptado en las plazas un modelo de gestión en el que una comisión taurina de aficionados equilibra el poder del empresario. ¿Se sienten perseguidos? La ventaja es que al no ser una fiesta nacional, sino todo lo contrario, una fiesta limitada a una parte pequeña del país, lo asumimos con el orgullo de ser una minoría selecta. ¿Dónde se ven mejores toros? Al aficionado francés le gusta moverse. Los hay que asisten a cincuenta o sesenta corridas al año. ¿Y...? Nada como España. Una forma más lúdica de ir a la plaza, comer bien antes, divertirse después... ¿Una ganadería? Victorino. No hay nada igual.
Donde uno se pierde con gusto es en el laberinto de vino. Médoc, Saint-Émilion, Sauternes, Pomerol... ¿Todos son Burdeos? ¿Y cuál es el bueno, entonces? Artur Guillaume, sumiller, trata de poner orden en nuestro caos: «Burdeos es una región muy amplia con vinos diferentes, no solo por las variedades de uva sino por la composición del terreno, e incluso por la procedencia de los vientos. De ahí que haya nada menos que 57 denominaciones de origen en la región...», dice. «¿Cómo arreglarse, entonces, cuando los "Bordeaux superior" son de los más flojos y baratos?». «Ja, ja..., lo mejor es, si uno no está familiarizado, dejarse aconsejar por un entendido».
Siguiendo el curso del Garona aparece majestuosa Burdeos, la gran capital de la Aquitania histórica y actual. La que gobernó durante años y años el gaullista Chaban Delmás (alcalde, primer ministro, presidente de la Asamblea) conocido por ello como el 'duque de Aquitania'.
Es una ciudad admirablemente armónica en lo urbanístico y con una aceptable convivencia entre comunidades. Convivencia, eso sí, que se basa en una muy visible separación: los autóctonos, en el centro; los magrebíes, en Saint-Michel, los negros y originarios de la Europa del Este, en los barrios de viviendas sociales. Los orientales... no se sabe, pero hay muchos.
Considerada en su conjunto Patrimonio de la Humanidad, combina un estilo pausado y elegante, fruto también de la influencia inglesa toda Aquitania perteneció un día a Inglaterra y una modernidad que ha saltado al otro lado del Garona, donde emergen las industrias informáticas y aeronáuticas y nuevos medios de comunicación. «Burdeos te permite hoy vivir mejor que en París, en todos los sentidos y con una paz social y seguridad mucho mayor», es el diagnóstico de François Hiriart.
La consecuencia es la llegada de una nueva población formada por jóvenes profesionales procedentes de la metrópoli parisina y atraídos por la menor carestía de la vivienda y una amplia oferta de trabajo de calidad y de ocio.
Un canal permite cruzar el país hasta el Mediterráneo y una autovía salir al mar por Arcachon. ¡Ostras!
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