óscar b. de otálora
Miércoles, 27 de julio 2016, 02:27
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El caso de Abdel Kermiche, el joven de 19 años sospechoso de ser el asesino del sacerdote Jacques Hamel, de 84 años, en la iglesia de Normandía, ejemplifica a la perfección los riesgos del efecto contagio entre los radicales cada vez que se produce una ... matanza y el dominio que el Estado Islámico ha logrado de las redes sociales y de la propaganda por Internet. Su paso de un joven tranquilo a un yihadista obsesivo apenas duró tres meses. Lo relató el año pasado su madre en una entrevista concedida al diario suizo 'La Tribune de Geneve', en la que ella misma confesó que había pedido que le pusieran una pulsera eléctrica a su hijo para controlarlo.
La madre, una profesora en Saint-Etienne-du-Rouvray, la pequeña localidad en la que los yihadistas secuestraron en un templo a seis feligresos en plena misa y degollaron al cura que la oficiaba, detalló cómo su hijo vivía de forma tranquila, como un adolescente más, amante de la música y de salir de fiesta con sus amigos, hasta que el 7 de enero de 2015 el Estado Islámico perpetró la matanza de 'Charlie Hebdo'. Dos islamistas asesinaron a doce personas en la sede en París de la revista satírica, amenazada por haber publicado caricaturas de Mahoma. «A partir de ese día, mi hijo comenzó a visitar la mezquita con asiduidad», explicó la madre de Abdel Kermiche. «Comenzó a decir que en Francia no podía ejercer su religión tranquilamente. Hablaba con palabras que no le pertenecían. Parecía víctima de una secta». El joven, abatido por la Policía francesa, se convirtió en un adicto a las redes sociales, en las que comenzó a interactuar con otros radicales de todo el mundo.
Tras una disputa con su madre, Abdel Kermiche decide irse a Siria. En esa ocasión, no obstante, fue interceptado en Munich y entregado a Francia. La madre pidió que le colocaron una pulsera electrónica para poder controlarlo. Las autoridades galas se negaron.
Control telemático
En mayo de 2015 el joven vuelve a escaparse, esta vez acompañado de un menor de edad. De nuevo vuelve a ser interceptado, ahora en Estambul. Su compañero, sin embargo, consigue superar todos los controles y desaparece en Siria. Desde el país en el que Estado Islámico ha declarado su califato escribió en su cuenta de Facebook para informar que había llegado sano y salvo. Abdel Kermiche, entregado a las autoridades francesas, inició entonces un periplo ante la Justicia gala en la que llegó a ser encarcelado por asociación del malhechores con fines terroristas. Los servicios antiterroristas ya habían abierto un fichero sobre sus andanzas y le consideran un sospechoso de radicalización. En marzo de este año los jueces le pusieron en libertad con la condición que un año antes había pedido su madre, el control mediante un brazalete electrónico. La Policía recurrió la medida, pero los jueces la mantuvieron. La única condición era que viviese en arresto domiciliario en casa de sus padres, con cuatro horas de salida a la calle, entre las 8.30 y las 12.30. La pulsera telemática no sirvió su nada ante su voluntad de imitar a los asesinos del Estado Islámico. A las diez de la mañana de este martes asaltó la iglesia de Saint-Etienne-du-Rouvray para asesinar a un sacerdote católico y grabar los mismos vídeos que le habían radicalizado al verlos por Internet.
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