EL TERRORISMO COMO ARMA PSICOLÓGICA

La amenaza va a permanecer en el tiempo y debemos exhibir resistencia, fortaleza y responsabilidad para limitar el innegable impacto que el terrorista persigue

Rogelio Alonso

Miércoles, 23 de marzo 2016, 20:19

Estambul, 20 de marzo de 2016. Una niña llora frente a un hombre malherido en el escenario de la explosión. La fotografía publicada en un diario nacional muestra la escena del atentado perpetrado por un terrorista suicida del Estado Islámico en la capital turca. Junto ... a ella, otra fotografía exhibe los cuerpos malheridos de otras víctimas. Se adivina el caos, el pánico, el miedo que el terror acaba de imponer en el destino de estos seres humanos. Los sentimientos que suscitan evocan a otras víctimas, a otros rostros y cuerpos ensangrentados, aterrorizados, en otra capital europea como París, blanco del terrorismo yihadista en enero y noviembre de 2015, o Madrid, objetivo terrorista aquel marzo de 2004. Ayer, 22 de marzo de 2016, fue Bruselas. Hombres, mujeres y niños con nombres y apellidos que el periodismo y la inmediatez borran son ahora las nuevas víctimas. Idénticas imágenes, idénticas emociones y sentimientos provocados por el terror.

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De nuevo los criminales, inspirados en el islamismo radical, esgrimen el terrorismo en su conflicto asimétrico con la sociedad europea atacando a la capital de las instituciones de la UE. Su lógica es clara y cruel: ascender un peldaño más en su desafío contra sociedades democráticas, intensificar su capacidad de conmocionar mediante el terror indiscriminado y altamente letal, obtener un éxito propagandístico que permita a sus responsables erigirse en poderosos adversarios, en una suerte de vanguardia que les facilite una mayor movilización. La supuesta eficacia del terrorista como método de reclutamiento subestimando que las sociedades abiertas y democráticas son precisamente por ello vulnerables ante un terrorismo con un alto grado de fanatización. El terrorista transforma esas vulnerabilidades propias de regímenes con libertades plenas en oportunidades que rentabiliza como un éxito.

Al hacerlo la búsqueda de emulación es constante en la mentalidad del fanático yihadista, convirtiendo la violencia en un instrumento que le prestigia en su entorno. El grupo terrorista como familia, como entidad avariciosa que blinda al individuo de la influencia externa para ejercer un mayor control sobre él destruyendo sus inhibidores morales y el respeto a los principios y valores democráticos. En esa espiral, el éxito personal radica en la superación de la penúltima atrocidad. Los atentados en la red de transportes de la capital belga evocaban a los que en julio de 2005 perpetraron otros asesinos en Londres y que numerosos yihadistas deseaban sobrepasar desde entonces. Así lo revelaba la información incautada a una célula en Canadá que deseaba superar aquella matanza: «Va a ser destrucción Hará que la historia de Londres parezca muy pequeña». ¿Qué hacer frente a la mentalidad del fanático ansioso de elevar su dosis de criminal letalidad?

La brutalidad mostrada por los terroristas en Bruselas induce a trasladar una errónea sensación de sometimiento, debilidad y desprotección. Es la consecuencia del miedo, de la intimidación ante el terror y la barbarie, de ahí la necesidad de oponer las resistencias individuales y colectivas que neutralicen el pánico, el derrotismo. Frente al miedo, los Estados están obligados a desplegar el amplio arsenal de instrumentos políticos, policiales, militares, penales, sociales e ideológicos que les legitiman. El triunfo de la lógica terrorista no depende exclusivamente de los asesinos, sino de los Estados y de las sociedades víctimas de su violencia y de la respuesta que reciba por parte de estos. Así ocurre porque el terrorismo es un conflicto asimétrico basado en una asimetría de legitimidades, fuerzas, estrategias y procedimientos: el terrorista carece del monopolio de la violencia legítima que distingue al Estado, de fuerzas policiales y armadas organizadas símbolo también de la legitimidad estatal. Las acciones de unos y otros se ubican necesariamente en planos morales y tácticos diferenciados. De ahí que actores no estatales recurran al terrorismo para enfrentarse a Estados fuertes dotados de sólidas organizaciones políticas, sociales y militares. Lo hacen con la intención de quebrar la voluntad de gobiernos y sociedades que, a pesar de la sensación de debilidad que provocan atentados como los que hemos presenciado en Europa, poseen una fortaleza sin parangón con la de los terroristas.

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Por un lado, y conmocionados por el terror más reciente, debemos recordar que la magnitud de la amenaza no debe ser subestimada, si bien requiere que las capacidades de los actores amenazantes tampoco sean engrandecidas mediante una peligrosa exaltación de su violencia y de sus capacidades. La amenaza va a permanecer en el tiempo y debemos exhibir resistencia, fortaleza y responsabilidad para limitar el innegable impacto psicológico y político que el terrorista persigue. Contemplemos a las víctimas que reclaman ahora nuestra solidaridad y pensemos que nosotros podemos ser los siguientes. Quizás así sacudamos la peligrosa tentación de la inacción.

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