Octavio Igea
Martes, 22 de marzo 2016, 13:07
Entre los heridos se encuentra María Gloria Arana, una mujer mirandesa de 45 años que tuvo que ser hospitalizada. Sufrió heridas de carácter leve provocadas por el atentado en el metro. Tiene cortes en el rostro y algunas secuelas auditivas por el ruido de ... la explosión, aunque ha recibido el alta en la tarde de este miércoles.
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Según el relato de su madre, la herida utiliza a diario el metro para acudir a su puesto de trabajo en las instituciones europeas. Tras la explosión, consiguió salir hasta la boca de metro, donde se quedó sentada, desconcertada por lo ocurrido. Finalmente consiguió ponerse en contacto con una amiga para que fuera a buscarla, antes de que los servicios sanitarios la trasladaran a un hospital.
La nutrida colonia vasca que reside en Bruselas se vio afectada de pleno por una «angustiosa» jornada. Pese a los graves problemas de comunicación -las redes telefónicas e incluso el 'whatsapp' dejaron de funcionar durante largos periodos de tiempo, multiplicando si cabe el caos y el miedo-, algunos de ellos rememoraron para EL CORREO la masacre que «cambiará» el corazón de Bélgica. «Todo el mundo sabía que había una amenaza, pero nadie se la creía del todo. Ya nada volverá a ser igual».
Jon Ugutz García | Ortuella
«Fue terrible ver a la gente saliendo del metro»
«Trabajo en el Thon Hotel EU de la rue de la Loi, a apenas diez metros de la estación de metro de Maalbeek, en el corazón de las instituciones europeas. Ayer mi turno empezó a las cinco de la mañana», explicaba Jon Ugutz García, natural de Ortuella. Poco después de las ocho, un colega le avisó de las explosiones en el aeropuerto de Zaventem. «No le creí, pero empecé a recibir mensajes de mi familia preguntándome cómo me encontraba y todo empezó a encajar». Luego, el horror. «Al cabo de un rato un cocinero gritó que habían atacado el metro, fue terrible ver a la gente salir corriendo y llorando de la estación».
El recuerdo que quedará grabado a fuego en la memoria de García es el del hospital de campaña improvisado en que quedó convertido su lugar de trabajo. Y una morgue. «Los heridos empezaron a llegar y los muertos se apilaban en el hall, entre la recepción y el restaurante, donde yo me encontraba sirviendo desayunos». El café y los bollos de la mañana fueron para todas esas personas en estado de 'schock'. «También les aseamos y les dimos toallas, pero sentimos una gran sensación de impotencia porque todo lo que hacíamos no parecía suficiente, algunos compañeros hasta sufrieron ataques de ansiedad por la situación y acabaron siendo aislados por los equipos de psicólogos». Pasaron varias horas hasta que el hotel volvió a recuperar la normalidad, «si es que se puede». «Lo triste es que esto ya nos lo olíamos, todo el mundo sabía que era cuestión de tiempo. ¿Que qué siento hoy? Rabia, rabia porque no puedo comprender tanta maldad, rabia de ver cuerpos de niños que ni siquiera sé si estaban vivos».
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Elíseo Lera | Bilbao
«La ciudad está muerta, hoy cambia para siempre»
«La mayoría de quienes residimos en Bruselas nos hemos enterado de las explosiones por la televisión y las redes sociales, luego los móviles han empezado a echar humo, pero las líneas se han colapsado enseguida». Y así seguimos, esto es una ciudad muerta ahora mismo, aseguraba el bilbaíno Eli Lera, que lleva 45 años residiendo en la capital belga. Miradas cautelosas desde las ventanas, comercios cerrados a cal y canto, calles vacías «No ha sido más grave porque hoy es fiesta aquí, pero hemos vivido momentos de miedo... había mucha familia y amigos a los que localizar y el metro de Maelbeek es uno de los más utilizados».
Aunque la Estación Central de Bruselas (tren y metro) reabrió sobre las cinco de la tarde, el transporte público no volvió a funcionar con normalidad ayer. El mayor problema no era siquiera el toque de queda que mantenía a mucha gente recluida en su casa por orden del Gobierno, sino «los que tienen que volver del trabajo». Al cierre de esta edición algunos no tenían aún claro si podrían salir de los edificios del centro de Bruselas. «Desde hace tiempo algunas empresas tienen protocolos para que sus empleados se puedan quedar a dormir en las instalaciones si pasaba algo así», explicaba Lera, trabajador del servicio de empleo de un sindicato.
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Es decir, ¿los belgas esperaban algo así? «Desde los atentados de París había nervios y alerta máxima en la policía, ha ido in crescendo», reconoce Eli Lera, «pero mucha gente no creía que podía pasar algo así, no era muy consciente de la amenaza y vivía en un universo paralelo. Desde hoy cambia todo para esta ciudad y para todo el país, ya nada volverá a ser lo mismo». Especialmente, señala Lera, en el gueto de Molenbeek. «Puede haber brotes racistas... No, estoy seguro de que va a haberlos a partir de ahora».
Jon Goikolea | Vitoria
«He pasado por Maelbeek cinco minutos antes»
«Me ha podido tocar a mí. Cinco minutos antes de la explosión estaba en la estación donde se ha producido el atentado. Estoy vivo de milagro. Si me retraso unos minutos en mi rutina me podía haber pasado a mí». Así inició su charla con EL CORREO ayer el periodista vitoriano Jon Goikolea, actualmente asistente de la parlamentaria europea del PNV, Izaskun Bilbao, en Bruselas.
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Como todos los días, Goikolea había acudido a nadar a una piscina cercana a su vivienda y posteriormente bajó en la estación de Maelbeek . «Estaba en la oficina cuando empezaron a llegar informaciones de lo ocurrido. No es un día normal, pero lo vivo con cierta tranquilidad. Tengo la sensación de que podía haber ocurrido en cualquier sitio, aunque este terrorismo es más difuso, nosotros hemos sufrido la amenaza más personalizada, más directa». El periodista alavés cree que este tipo de atentados deben servir para que todos los países se pongan las pilas. «Todavía hay problemas para cruzar información entre policías europeas. Hay actitudes de mirada estrecha. Cada Estado mira por su seguridad, no se tiene en cuenta a la gente que conoce los procesos de radicalización de los islamistas», afirma. «Tengo un sobrino que quería venir a Bruselas y sus dos vuelos han sido cancelados en diciembre y ahora por estas dos crisis».
Nieves Góngora | Galdakao
«Lo peor era no poder recoger a mis hijos»
Nieves Góngora, natural de Galdakao, recordará para siempre que la masacre de Bruselas le pilló en un autobús de línea. «Iba al trabajo, que está cerca del aeropuerto», recordaba al atardecer. «De repente el chófer nos informó de que se anulaba el servicio sin decir nada más, pero pude llegar. Ya desde la oficina fuimos testigos del ir y venir de las ambulancias hacia la terminal y nos contaron lo de las explosiones».
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Luego llegó la del metro... y Góngora empezó a alarmarse por los suyos. «Mis dos niños estaban en el colegio y nos pidieron que no fuésemos a recogerlos, eso me puso mucho más nerviosa». Antes de que Bruselas se convirtiese en un gran atasco su empresa suspendió la jornada laboral «y una compañera me llevó a casa». El marido de Nieves tuvo menos suerte, «ha tardado horas en llegar». Afortunadamente, para cuando el padre abrió la puerta, los chavales también descansaban ya en sus habitaciones. «Todo es muy incierto, no se si mañana -por hoy- hay clase, trabajo...».
Iker Paniagua | Vitoria
«La gent no podía salir del trabajo»
«La situación me ha pillado desprevenido, me he enterado de lo sucedido al levantarme y mirar el whatsapp. Aún así he salido de casa y he ido a mi oficina, que se encuentra en el campus universitario de Bruselas», contaba ayer a media mañana el vitoriano Iker Paniagua, un erasmus de 23 años que acaba de aterrizar recientemente en Bélgica. «Sí que es verdad que había poca gente por las calles, pero yo de momento estoy haciendo vida normal. Gente de la oficina, que vivía más lejos, se ha queda en casa y por el campus hay que ir identificado con un carné para ayudar a la seguridad. Muchos restaurantes están cerrados y las actividades extraescolares se han suspendido». Frente al caos terrorista, Paniagua reivindica actuar con la mayor normalidad posible... si es que se puede. «Lo he llevado bien, aunque algunos amigos que están cerca de la zona europea no podían salir de sus oficinas».
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Iñigo Eseberri | Irún
«Pasé por el aeropuerto el lunes por la mañana»
El irundarra Iñigo Eseberri aún se encontraba algo aturdido ayer al mediodía con todas las noticias que estaba escuchando sobre el horror que estaba viviendo la ciudad en la que reside, Bruselas. Como si de un relato macabro se tratara, este ingeniero, que trabaja para Audi, relataba que «el martes de la semana pasada realizaron una redada a 500 metros de mi oficina y luego acudí al restaurante 'On Egin!', que está al lado de la estación de Maelbeek. Son sitios por los que pasamos todos los días». Pero si todo eso fuera poco, «24 horas antes del ataque pasé por el hall de salida del aeropuerto de Zavetem». «Parece que todo esto me ha ido persiguiendo», explicaba con estupor desde su oficina.
Eseberri recibió la primera noticia de los atentados cuando estaba saliendo de casa: «Cogí las cosas y fui a trabajar, porque cada uno decía una cosa». Pero en el momento de llegar a su puesto de trabajo se fue dando cuenta de la magnitud del horror que estaba viviendo Bruselas. Incluso Audi decidió «parar la producción de la tarde». «Para que ocurra algo así, la situación tiene que ser muy grave y creo que lo es. La gente que tengo a mi alrededor está muy alterada. No están acostumbrados a vivir situaciones de estas características», recalcó.
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Mireia Zubizarreta | Vitoria
«Que cierren la ciudad, pero que hagan algo»
«Perdona si digo 'tacos', pero es que esta situación me cabrea mucho», se justificaba al otro lado de la línea telefónica la vitoriana Mireia Zubizarreta, que a sus 31 años lleva tres en Bélgica trabajando como educadora. Nada que justificar en un día tan «crudo». «Es que es la segunda vez en apenas unos meses que pasa algo así en nuestra Europa y nadie hace nada, y no olvidemos que masacres de este tipo se repiten por todo el mundo», lamentaba Zubizarreta desde la casa que comparte con varias estudiantes universitarias. Ninguna pudo poner ayer un pie en la calle y, a falta de un televisor en el salón, siguieron la jornada pegadas a la radio. «Me parece bien que cierren la ciudad, pero espero que sea para hacer algo, para que la policía consiga algo».
Mireia Zubizarreta no cree que Bruselas sea un lugar especialmente inseguro, «pero hay veces que... yo intento evitar lo evitable», señalaba antes de reconocer que los últimos meses habían sido bastante atípicos para los habitantes de la capital belga. Nadie lo decía abiertamente, pero había «miedo» e «incertidumbre». «La verdad es que fue muy llamativo que el último mercado de Navidad, un evento tan tradicional y multitudinario cada año, estuviese prácticamente vacío».
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