Para los cristianos medievales, o sea para casi todos los europeos, los sarracenos eran los musulmanes en general, porque los términos musulmán o islam no se incorporaron a las lenguas europeas hasta el siglo XVII. La etimología de la palabra parece dudosa (no crean que ... soy mínimamente erudito en el asunto, lo estoy viendo en Wikipedia) y algunos la rastrean hasta un término latino o griego que a su vez transcribe la palabra árabe que significa «habitantes del desierto» u «orientales». Mi preferida es la más fantasiosa que propone el inventivo san Isidoro, que hace venir el término del nombre de Sara, la mujer de Abraham que desterró a Agar y su hijo Ismael, de cuyo linaje provienen los árabes «con las manos vacías» (ek tes Sarras kenous).
Sea como fuere, los sarracenos nombraron el peligro durante siglos para los reinos cristianos y hoy podrían significar lo mismo entre nosotros si alguien volviese a emplear esa palabra desusada. Porque los descendientes de Ismael que más tememos no vienen ahora precisamente con las manos vacías, sino provistas de explosivos y armas automáticas mortíferas. Su última incursión destructora en París (objetivo vulnerable bien elegido, porque todo lo que ocurre en la capital de Francia tiene una resonancia simbólica especial) ha dejado a las democracias occidentales en un estado de choque del que tardarán en recuperarse, por mucho coraje verbal y muchas medidas de protección apresuradas que quieran proclamarse. La gente feliz -y los europeos lo son, especialmente los franceses, no hay más que ver cuánto gruñen y protestan, primer síntoma de vergonzosa satisfacción- no comprende la realidad de la cercanía siempre inminente de la desdicha y el caos. A pesar de la experiencia histórica, los judíos del gueto de Varsovia nunca terminaron de admitir que realmente los nazis no eran solamente unos brutos arrogantes y maleducados sino exterminadores implacables, criminales en serie sin piedad ni límite en su maldad. ¿Cómo en pleno siglo XX, en la civilizada Europa, en la católica Polonia, iba a asesinarse sin escrúpulos a varones, mujeres, ancianos y niños que vivían tranquilamente de sus negocios y profesiones, sólo por ser judíos, como cualquiera podía serlo sin más pecado que nacer? Dentro de unas semanas, la gente que pasea por las calles y avenidas parisinas, que come en sus bistrots, que visita sus exposiciones y ama en sus rincones oscuros con música de acordeón al fondo, considerará los acontecimientos de los días pasados una pesadilla irreal, algo que quizá pasó pero ya no volverá a pasar. Aunque a los menos lerdos les quede por dentro un temblorcillo...
Aunque los franceses pueden estar algo embotados por el confort y la abundancia (cada vez menos sólida y peor repartida, por cierto) y por la tolerancia hedonista y universal, hay que reconocer que aún no se han vuelto idiotas del todo ni se han olvidado de sus deberes y derechos como citoyens. De modo que nadie reaccionó culpando al Gobierno democrático por participar en la guerra de Siria ni pidió perdón a Alá mientras se arrepentía de ser francés. Cantaron su himno, que es el de todos (aunque también en Francia haya cultura vasca, catalana o bretona), ondearon su bandera, la enseña a la vez protectora y democráticamente revolucionaria, y apoyaron unidos las medidas severas que el gobierno prepara para reforzar la lucha contra el terrorismo -calificado sin rodeos como «guerra»- y para garantizar la seguridad, sin la cual la libertad no es más que un delirio impotente. No hace falta preguntarles si creen que en esa guerra, quizá más guerra civil que de otro tipo, debe haber vencedores y vencidos: ¡por supuesto que sí y desde luego nadie quiere que sea el Estado francés el derrotado! No hace falta que les recuerde la reacción tan distinta que hubo en España tras los atentados del 11 de marzo, por no hablar de la que hubo durante años ante el terrorismo de ETA y no sólo en el País Vasco. O lo que seguimos oyendo hoy mismo llamar «proceso de paz», sin ir más lejos. Aquí los ciudadanos prefieren volverse contra el Estado de Derecho garante de su ciudadanía misma que contra los sarracenos que nos amenazan. Sumisión, la novela fantástica de Michel Houllebecq, es para los españoles mero costumbrismo...
Tras los minutos de silencio guardados en los ayuntamientos por las víctimas de París, un concejal de Ganemos (o sea Podemos) de Córdoba pidió otro silencio por los bombardeos franceses en Raqqa contra EI, que fue respaldado por los socialistas e IU. De modo que para algunos es lo mismo el terrorismo que la respuesta del Estado democrático contra él. También Pablo Iglesias promueve un Consejo de la Paz, que sumado al proceso de paz a la salsa Bildu que tenemos aquí, ya son dos. ¿Quién ganará? Me parece que voy a apostar por los sarracenos...
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