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íñigo gurruchaga
Martes, 15 de septiembre 2015, 02:19
El nuevo líder del Partido Laborista, Jeremy Corbyn, se tomó su tiempo para anunciar los nombramientos para su Gabinete en la Sombra. Pasaban las horas del domingo y seguía en su despacho del Parlamento sin humo blanco que anunciase quiénes se sentarían en la primera ... fila de la bancada de la oposición en la Cámara de los Comunes.
Poco antes del telediario de las diez de la noche emergieron los primeros nombres. Hilary Benn seguiría en Exteriores. Andy Burnham se haría cargo de Interior. Lord Falconer, de la cartera de Justicia. Heidi Alexander, de la Sanidad. La prometida pluralidad se cumplía. Miembros de los gabinetes de Tony Blair y Gordon Brown servirían bajo el notorio rebelde catapultado al liderazgo.
Pero había algo extraño en el anuncio. La estabilidad de un Gobierno y la credibilidad de la oposición dependen en el sistema británico de la armonía entre los residentes en los números 10 y 11 de Downing Street, entre el líder político y el responsable de la Hacienda, que dicta el presupuesto y la política fiscal, la estructura básica en la que se asienta la política económica.
Eran las once de la noche británica, con las primeras ediciones de los diarios ya cerradas y los teleadictos en sus camas, cuando llegó el asombro. Jeremy Corbyn nombraba a John McDonnell como su número dos. Se sentaron ayer en la primera fila y, cuando entraron en la Cámara, ocurrió algo inusual. Fueron recibidos en silencio por unos y otros. No hubo flamear del Diario de Sesiones en los bancos laboristas.
Aghast se convirtió en el adjetivo más citado. Lo repetían confidencialmente parlamentarios laboristas. En la mañana de ayer, Charles Clarke, que fue ministro de Blair, lo reiteró. Aghast, espantados, horrorizados. McDonnell y Corbyn llevan años compartiendo los asientos de la última fila, junto a Diane Abbott. El trío se turnaba para representar a la izquierda laborista en las batallas por el liderazgo.
McDonnell dirigió la exitosa campaña de Corbyn, movilizando a nuevos afiliados. Pero él intentó dos veces presentarse sin conseguir avales suficientes de otros diputados. Corbyn los logró en el último minuto. Y es que una militante laborista que conoce a ambos desde hace mucho tiempo los compara a Martin McGuinness con el afable Corbyn y Gerry Adams, gélido y más cínico, con McDonnell.
La comparación no es superflua. La Asociación Irlandesa del Partido Laborista, que representa a miembros de origen irlandés, tuvo que apartar a McDonnell -nacido en Liverpool, hijo de padres irlandeses- de su posición de presidente, porque nadie quería tratar con ellos. Corbyn y él defendieron en los ochenta la misma política en Irlanda que la del IRA y el Sinn Féin: retirada de las tropas británicas para lograr la paz y la unidad de la isla.
McDonnell dijo en 2003: «Ya es hora de que honremos a la gente que participó en la lucha armada. Fueron las bombas y las balas y el sacrificio de gente como Bobby Sands (fallecido en una huelga de hambre) quienes llevaron a Reino Unido a la mesa de negociación. La paz que tenemos ahora se debe al IRA. Por la bravura del IRA y de gente como Bobby Sands tenemos ahora un proceso de paz».
En el centro de Hayes, la circunscripción que representa McDonnell en el Parlamento, Alan Daily, un inglés de 71 años que tiene un puesto de frutas y verduras, puntualizaba ayer que no sigue la política antes de afirmar que «John es un buen tipo». «Viene aquí y tiene tiempo para la gente, no busca el voto. Pasa con su maletín hacia la estación y te pregunta qué tal estás», decía.
A pie de calle
Diputados de la izquierda laborista, sin responsabilidades de Gobierno, suelen tener prestigio en sus circunscripciones por dedicarse a los problemas de los vecinos. McDonnell resolvió una confusión del Ayuntamiento, que no estaba dando al hijo de Daily la subvención a la renta cuando se quedó en paro. Pero un amigo le contó ayer al frutero las palabras de McDonnell sobre el IRA: «No debió decir eso».
El breve programa económico de Corbyn en su campaña no es irracional, aunque algunas ideas sobre cómo transferir la austeridad de los más pobres a los más ricos y fomentar la inversión pública serían difíciles de llevar a la práctica, pero el Financial Times incluía ayer en una colección de citas de su responsable económico, McDonnell, su respuesta a la enciclopedia biográfica Whos Who: «Aficiones: , fomentar el derrocamiento del capitalismo».
Cuando, con 29 años y estudios de política y sociología, fue responsable financiero del Ayuntamiento de Londres que lideraba el izquierdista Ken Livingstone, quiso introducir un presupuesto ilegal. Livingstone se opuso y no se hablan desde entonces. ¿Cosas del pasado? En 2010 dijo -luego pidió perdón- que le gustaría volver a los ochenta y asesinar a Margaret Thatcher. En 2014, bromeó de nuevo sobre el posible linchamiento de una ministra conservadora.
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