El príncipe Carlos y Gerry Adams se estrecharon la mano el pasado martes en la Universidad de Galway, al oeste de Irlanda.

Una conversación privada

Casi un siglo después de la charla de Churchill con el líder del IRA Michael Collins, el príncipe Carlos saluda a Gerry Adams, dirigente de los terroristas irlandeses que asesinaron a su tío abuelo Lord Mountbatten

Javier Muñoz

Domingo, 24 de mayo 2015, 01:35

Hay instantes tensos y duros que, a pesar de las crueldades y de las bajezas que esconden, se pierden en la bruma de la historia. Quizá sea uno de ellos el apretón de manos del pasado martes entre el Príncipe Carlos y Gerry Adams, uno ... de los jefes militares del IRA cuando esa organización asesinó al tío abuelo del primero, Lord Mountbatten de Birmania.

Publicidad

Ambos charlaron durante un cuarto de hora en la Universidad de Galway, en el oeste de Irlanda. En otoño cumplirán 67 años, la edad de la jubilación en España. Adams soplará las velas en octubre y Carlos, en noviembre. Apenas tenían 30 años cuando el IRA reventó con 25 kilos de dinamita el yate 'Shadow V' en Sligo, la costa irlandesa, en agosto de 1979. Fueron asesinados Mountbatten, un nieto suyo, lady Brabourne y un muchacho de 15 años que trabajaba en el barco.

La visita de Carlos a Irlanda era una ocasión como otra cualquiera para saludarse. Es un hombre amortizado para la Corona británica, propenso a decir lo que piensa. Su primera mujer murió en un accidente de tráfico en París; luego él se volvió a casar con una antigua novia, también divorciada, y su hijo mayor se colocó y tuvo familia. Gerry Adams se dedica a la política, y en tiempos de crisis eso significa recurrir al populismo en busca de votos, un viaje para el que posiblemente no hacían falta tantas alforjas. Los dos protagonizaron un momento extraño en Galway, seguido de otra imagen rara de Carlos de pie frente al mar en Sligo. Los periódicos hablan de reconciliación, palabra fácil de pronunciar, difícil de digerir. Como pasa con tantas miserias de la vida, se trata de buscar una excusa.

Hay que atrasar el calendario 94 años para encontrar otro episodio tan extraño como el saludo de Carlos y Gerry Adams en torno a una taza de café. Hay que viajar a 1921 y escuchar la conversación entre Winston Churchill y el líder del IRA Michael Collins en la casa londinense del primero. Eran las conversaciones previas al Tratado de Paz angloirlandés en 1921. Se suponía que ese pacto sentaría las bases del entendimiento, pero la separación del Ulster fue la semilla de una guerra civil irlandesa y de futuras discordias. Aquel día se oyó una risotada de Collins.

Churchill no era conservador en esa época. Estaba con los los liberales y ejercía de ministro de las Colonias en el Gobierno de Lloyd George. A sus 47 años había conocido Afganistán; la guerra de El Mahdi, en Sudán, y la de los boers, en Suráfrica. Había vivido la Primera Guerra Mundial y lo responsabilizaban del desastre militar de Gallipoli. Collins era el jefe militar de los fenianos, algunos de los cuales habían combatido codo con codo con soldados ingleses en las trincheras de Francia. Él les había ordenado después derramar mucha sangre en Irlanda. En 1921 tenía 31 años, casi la misma edad que Gerry Adams cuando el IRA asesinó a Lord Mountbatten. Hoy se le consideraría un hombre joven.

Publicidad

A los dos los acompañaba Lord Birkenhead, feroz antiirlandés que acabó implicándose en el tratado de paz y escribió parte del mismo. El grupo esperaba a que en el piso de arriba terminaran de conversar a solas Lloyd George, un abogado galés singular, y el jefe de la delegación irlandesa, el colega Arthur Griffith. A Churchill le gustó que este último fuera, como él, un erudito enamorado de la historia europea. Le llamó la atención que hablara poco, siendo irlandés, pero nunca cambiaba de opinión. Y de Michael Collins, impulsivo e irascible, también dijo que era un irlandés de palabra.

Flotaban en el ambiente las salvajadas perpetradas por los patriotas fenianos y los 'black and tans', paramilitares británicos que respondían a los crímenes con más crímenes. Era difícil concebir mayor crueldad por ambos bandos. Y los negociadores estaban metidos como en una cápsula, presionados y odiados por sus respectivos correligionarios.

Publicidad

Collins, según relata Churchill en su libro 'Pensamientos y aventuras', escrito en los años treinta del siglo pasado, estaba de malas pulgas el día que fue a su casa. El tortuoso Eamon de Valera, presidente de la autoproclamada República de Irlanda, le había metido en la delegación encargada de parlamentar con Londres, pero él no era un político, sino un soldado, aunque inspiraba respeto a sus hombres, incluso a los intransigentes que más tarde lo consideraron un traidor por aceptar el trato de los británicos. Por si no fuera suficiente, las negociaciones con ellos no iban bien. Y si salían bien, sabía perfectamente que los suyos lo matarían, como de hecho ocurrió. Así que Collins estalló.

-¡Me perseguisteis día y noche! ¡Habéis llegado a poner precio a mi cabeza!, gritó. Churchill respondió: «Espere un minuto. No es usted el único». A continuación dirigió la vista a la pared en la que exhibía, enmarcado, un cartel. Era la recompensa que los boers ofrecieron por él cuando se escapó de un campo de prisioneros, una acción que exageraba un poco.

Publicidad

Los surafricanos no daban por Churchill más que 25 libras. En cambio, Collins pensaba que el Reino Unido había ofrecido 5.000 por su captura. No debía de ser cierto, pero Churchill lo ignoraba y lo dio por bueno.

"Compare (sus 5.000 libras) con mis 25 libras, muerto o vivo. ¿Que le parecería a usted eso?", preguntó Churchill. Michel Collins leyó el papel y se le escapó una carcajada. "Toda su irritación desapareció -relata Churchill-. Sostuvimos una conversación amistosa y desde entonces, aunque debo reconocer que íntimamente existió siempre un abismo entre nosotros, jamás en lo que yo recuerdo perdimos la base de una mutua inteligencia".

Publicidad

Collins firmó un tratado de paz y su sentencia de muerte. "Mi muerte prestará a la paz mayores servicios que mi vida", le dijo a Churchill, que quedó impresionado.

PD: Winston Churchill a Arthur Griffith, durante las negociaciones de 1921: "A mí me hubiera gustado derrotarles a ustedes por completo, y concederles después espontáneamente todo lo que ahora les damos (el estado libre de Irlanda, dentro de la Corona, antesala de la independencia").

Respuesta de Griffith: "Lo comprendo, pero ¿opinarían lo mismo sus compatriotas?". Después del tratado de paz, en 1922, Arthur Griffith murió de un ataque al corazón.

Diez días después, Collins fue asesinado en la guerra civil irlandesa. En 1922, a Churchill lo operaron de apendicitis y perdió las elecciones. Años más tarde fue primer ministro durante la Segunda Guerra Mundial. Eamon de Valera, con lógica de matemático profesional, dejó perplejos a todos enviando un telegrama de condolencia a Alemania por el fallecimiento de Hitler.

Noticia Patrocinada

En 2015, el príncipe Carlos contempla el mar en Sligo. Camila le ha acompañado a Irlanda. Gerry Adams intenta ganar unas elecciones en Irlanda.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Accede todo un mes por solo 0,99€

Publicidad