óscar b. de otálora
Martes, 30 de mayo 2017, 01:13
El yihadismo europeo es un fenómeno que comienza a tener una personalidad propia, distintas a la de los patrones del terrorismo islámico registrado en Oriente Medio o en Estados Unidos. Los atentados cometidos desde 2004 permiten dibujar ya un perfil de cómo son estos radicales: ... en su mayoría se trata de menores de 30 años, siempre hombres, adictos a Internet, en paro, procedentes de familia de clase media-baja y con un componente racional. En tan solo tres casos de los 61 registrados hasta ahora se han detectado síntomas de enfermedad mental de los violentos.
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Estos datos han sido publicados por el Instituto Español de Estudios Estratégicos (IEEE) y elaborados por Natalia Municio Mújica. El análisis de los perfiles de los yihadistas comienza con el 11 de marzo de 2004 y las 193 personas asesinadas en los trenes de cercanías de Madrid y llega hasta la oleada de ataques de militantes del Estado Islámico (EI) registrada el año pasado, principalmente en Francia y Bélgica. Ese periodo coincide con una evolución histórica rotunda: El yihadismo internacional de Al Qaida, fomentado por la figura de Bin Laden, ha ido perdiendo fuerza y ahora es el califato de Abu Bakr al Bagdadi, el grupo terrorista que ha cometido la mayoría de los atentados.
Fracaso escolar
El muestreo también revela una evolución en la militancia de estos grupos. Si en un primer momento la mayoría de los yihadistas procedía del Magreb -en especial Marruecos- desde donde se desplazaban para cometer los atentados en Europa, en los últimos años el origen de los violentos ha cambiado. Los últimos ataques están siendo protagonizados por inmigrantes de segunda generación, cuyas familias sí que son originarias del Norte de Àfrica, por lo que sus autores han crecido en suelo europeo. Y en estos jóvenes, una de las características de su viaje al radicalismo hay que buscarla en la adolescencia. Según los datos del análisis, en esa etapa se produce un evidente fracaso escolar, con un abandono de los estudios. A continuación se registra el ingreso en las filas del paro, lo que en ocasiones ha llevado aparejado la incursión en la delincuencia común. El siguiente paso es la prisión, el espacio en el que se ha registrado una importante radicalización. El informe deja claro que no se puede considerar que a este recorrido se llegue a partir de familias desestructuradas. En la mitad de los casos sí que existían problemas entre padres e hijos, mientras que la otra mitad se trataba de núcleos familiares estables.
El aumento de los 'lobos solitarios' -aquellos terroristas que actúan por su cuenta tras un proceso personal de radicalización- tampoco está asociado a desequilibrios mentales de los protagonistas. De los 61 casos estudiados, solo tres presentaban este tipo de problemas. El primero de ellos fue Michael Adebowale, uno de los terroristas que en 2013 atropelló en Londres a un soldado y luego lo acuchilló. Este yihadista procedía del mundo de la delincuencia y comenzó a escuchar voces y padecer un trastorno de estrés postraumático tras ver como a su socio en la venta de drogas lo asesinaba un cliente. Durante un periodo en prisión comenzó a radicalizar.
Actores «racionales»
Los otros dos casos que entran en esta categoría son Mohamed Lahouaiej, quien asesinó a 80 personas en Niza en julio del año pasado, y Adel Kermiche, uno de los radicales que degolló a un sacerdote en la iglesia de Saint Etienne du Rouvray. El primero padecía crisis nerviosas desde su adolescencia que habían requerido tratamiento psiquiátrico mientras que el segundo mostraba graves problemas desde los seis años, que habían obligado a que fuera hospitalizado en varias ocasiones. En resto eran actores «racionales», que habían llegado hasta el extremismo a partir de un proceso de captación.
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Internet, en este sentido, sigue siendo el principal foco de atracción para los nuevos yihadistas. La red no es solo el instrumento por el que acceden a una información que está disponible las 24 horas del día sino que también es el canal por el que buscan más tarde el reconocimiento de sus acciones. El propio Estado Islámico, en sus publicaciones digitales, insiste en que los activistas hagan pública su militancia y su compromiso de fidelidad al califa. Este mandato comenzó a difundirse precisamente el año pasado, después de que en el atentado de Niza se comprobase la existencia de 'lobos solitarios' que no guardaban una relación directa con el EI aunque este grupo intentaba atribuirse esos hechos. A partir de esa fecha, dejar clara la reivindicación es una obsesión para los yihadistas de la bandera negra.
Otra de las conclusiones del estudio está relacionada directamente con el proceder de los 'lobos solitarios' y las figuras de los grupos organizados. Una gran parte de los activistas están actuando desde la autofinanciación y la obtención de dinero mediante trapicheos y negocios clandestinos. Este nuevo comportamiento contrasta con el número mucho menor de terroristas que actúan a partir de dinero y material procedentes de las retaguardias de sus grupos en Irak o Siria. En ambos países se encuentra una de las principales amenazas a la seguridad europea en la figura de los retornados -los terroristas que regresan a su país tras haber peleado al lado de las milicias islamistas-. De los 61 casos estudiados, en 13 casos se trataba de terroristas que habían viajado a Oriente Medio para luchar junto a EI y luego habían vuelto a Europa para seguir dedicándose a la violencia.
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