óscar b. de otálora
Jueves, 23 de febrero 2017, 00:36
La tensión en Oriente Medio subió el miércoles unos grados más de lo habitual cuando el jeque Nasrallah, el máximo líder de la milicia libanesa de Hezbolá, anunció su disposición a atacar la central nuclear de Dimona, el único reactor con que cuenta Israel y ... que sirvió para crear la nunca confirmada bomba atómica del Estado judío. Esta amenaza se produce en un momento en el que el 'status quo' de la zona ha cambiado después de que el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, haya soliviantado la región al dinamitar el inestable consenso creado en los últimos años según el cual, la solución al problema entre Israel y Palestina vendría de la creación de dos Estados. Para satisfacción de Israel, Trump ya ha dicho que esa medida es inaceptable.
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El jeque Nasrallah es la figura mítica del partido-milicia de Hezbolá y sus apariciones públicas son un evento propagandística clave para la política de esa orilla del Mediterráneo. Su último discurso, sin embargo, ha sido uno de los más militaristas de los últimos meses. Nasrallah ha asegurado que la «entidad sionista» -el nombre que dan a Israel quienes se niegan a reconocer su existencia incluso de forma nominal- debe saber que los misiles de la milicia «son capaces de alcanzar esa planta obsoleta (Dimona). Vamos a transformar el arma nuclear de Israel, que constituye una amenaza para toda la región, en una oportunidad. Este riesgo afectará ahora al propio Israel». En su mismo discurso, pronunciado en honor a tres mártires fundacionales de Hezbolá, el jeque ha insinuado también que sus arsenales guardan «armas ocultas» capaces de frenar un ataque judío en el Líbano, en el caso de que Israel pretenda invadir sus baluartes.
Represalias
Israel ha reaccionado al instante. El ministro de Transportes, Yisrael Katz, ha asegurado. «Si Nasrallah se atreve a atacar el interior de Israel o a una infraestructura nacional, el Líbano iría detrás», indicó en una clara apelación a las represalias que se producirían si se registra cualquier ataque. Este miembro del Ejecutivo, además, ha culpado a Irán de la escalada que se está viviendo en la región, país cuyo programa nuclear se detuvo tras el acuerdo alcanzado por el Gobierno de Obama, Teherán y la UE.
Dimona es una lugar emblemático de Israel. Se trata de una localidad aislada en pleno desierto del Negev en la que, en los años 60, se inició el programa nuclear judío. El reactor instalado en la zona entró en funcionamiento entre 1962 y 1964 y fue un fruto de la colaboración con el Gobierno francés. Las instalaciones serían más antiguas que las de la central de Garoña, inaugurada en 1970 y considerada la más antigua de España. Tel Aviv nunca ha admitido que Dimona sirvió para crear una bomba atómica pero tampoco lo ha negado. De esta manera, esa estrategia de la ambigüedad ha dado pie a que se considere casi oficial que el Estado Judío dispone de armas de destrucción masiva. En el imaginario social israelí, su nombre es casi un sinónimo de supervivencia y evoca la seguridad que ofrece un arma nuclear en un país rodeado de enemigos.
La escalada verbal revela los frágiles equilibrios en los que se encuentra Oriente Medio. Pese a que la amenaza de Hezbolá ha sido relativizada por los expertos en la región -ya que este grupo está centrada ahora en la guerra emprendida en Siria contra el Estado Islámico-, se ha interpretado como un intentó de la milicia de recuperar liderazgo de la principal forma en la que la milicia sabe hacerlo: con la gestión de la tensión. Hezbolá, en este sentido, apoya al dictador Bashr Al-Asad y se ha encuadrado en las tropas de Irán, con las que comparte las creencias chiitas. Estos grupos, además, están sostenidos por Rusia. Obama, por su parte, armó a grupos rebeldes sirios que se enfrentaban a Al-Asad y se distanció de Israel. La llegada del nuevo presidente, asesorado por halcones pro judíos, ha cambiado la situación al respaldar al Gobierno de Tel Aviv. Y la temperatura ha comenzado a subir.
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