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óscar b. de otálora
Martes, 13 de diciembre 2016, 00:46
El fútbol es quizás una de las mayores fuentes de contradicción para el yihadismo actual y para los grupos terroristas que actúan en Oriente Medio. El pasado sábado, los miembros del grupo Halcones de la Libertad del Kurdistán, una escisión radical del PKK, asesinaron a ... 41 personas en un doble atentado en las inmediaciones el estadio del Besiktas, en Estambul. En noviembre de 2015, la noche de la masacre del Bataclán, los terroristas del Estado Islámico (EI) intentaron atentar en el Stade de France, donde su jugaba un amistoso Francia-Alemania. Al no conseguir acceder al estadio, los islamistas se inmolaron. En ambos casos, es evidente que los violentos actuaban en lugares con una importante acumulación de público, en la que era más fácil, por lo tanto, aumentar el número de víctimas además de conseguir un mayor eco para sus acciones. Pero el fútbol, no obstante, es una de las mayores fuentes de contradicción para el terrorismo islamista. Por un lado, es el deporte con una mayor penetración en la sociedad -incluida la que forman los yihadistas- pero también es el comportamiento social que más odian -por considerarlo pecado y una influencia occidental- y lo han prohibido bajo la amenaza de duras penas. En el caso kurdo, por otra parte, el choque de nacionalismos ha elegido los estadios como escenario de continuidad para sus enfrentamientos políticos.
La primera prohibición del fútbol en las sociedades yihadistas se dictó en 1984 en Afganistán. Los talibanes, al iniciar la lucha que les llevaría a tomar el poder en el país asiático, consideraron pecaminoso este deporte -y cualquier actividad que alegase a la población de sus obligaciones religiosas como volar cometas- . Su sangrienta doctrina, sin embargo, no consiguió poner fin a la afición, de tal forma que volvió a ser uno de los deportes más masivos tras la intervención aliada que echó del poder a los talibanes. Y eso que durante el mandato de los islamistas radicales en los estadios únicamente se organizaban ejecuciones públicas, ya que eran los espacios que más público podían albergar para asistir a estas matanzas.
Un ejemplo de la contradicción que este deporte provoca en el fanatismo yihadista sería el propio Bin Laden, el creador de Al Qaida. Se le consideraba un hincha del Arsenal y, según diversos testimonios, jugaba al fútbol los viernes después de la oración. Asimismo, organizaba liguillas entre terroristas locales y extranjeros en sus campos de entrenamiento. Todo ello, mientras estaba cobijado por los mismo talibanes que habían prohibido el balompié. Esta actitud suponía que para el autor intelectual de la matanza del 11-S no era ningún problema el practicar un deporte que otros yihadistas rechazan, ni creía, como algunos ideólogos del terrorismo en Oriente Medio, que es un fenómeno importado que revela una maligna hegemonía de Occidente en sus países.
Madrid-Barcelona
El caso más paradójico del problema de los yihadistas con el fútbol es el del fundador del Estado Islámico, Abu Bakr al-Baghdadi, un enamorado de esta actividad al que apodaban 'Maradona' en su época de jugador aficionado. Incluso mientras cumplió condena en la prisión de Camp Bucca, la cárcel norteamericana en suelo iraquí, participaba en ligas entre reclusos. Pero bajo su mandato, el EI mantiene la relación ambivalente hacia el balompié.
En mayo de este año, sus miembros llevaron a cabo un atentado suicida contra una peña del Real Madrid de Bagdad y ametrallaron una cafetería en la que hinchas del equipo blanco se reunían para ver a sus héroes. En este caso hay que tener en cuenta que el Real Madrid está consideraron el club con más seguidores entre la sociedad iraquí mientras que el Barcelona, por ejemplo, es el equipo de la minoría kurda. Pero en noviembre del año pasado el Estado Islámico autorizó a sus seguidores en Raqqa, la capital del califato, que viesen el clásico Real Madrid-Barcelona en los hogares que tuviesen antenas parabólicas. Sin embargo, lo prohibió horas más tarde al enterarse de que se iba a guardar un minuto de silencio por las víctimas de Bataclán y el Stade de Francia.
El caso kurdo
Una de las muestras más claras del delirio islamista con respecto al fútbol se produjo en agosto de este año, cuando el EI prohibió que en los partidos que se jugasen en el territorio que ocupan se aplicasen las normas de la FIFA -el gobierno del fútbol en el mundo- . El motivo en esta ocasión era que para los yihadistas el hombre solo puede seguir normas dictadas por Alá, por lo que obedecer unas leyes dictadas por una institución humana supone una blasfemia. Pese a esa atmósfera, los responsables de la inteligencia occidental han visto como el Estado Islámico ha tenido que aceptar el fútbol como el deporte favorito de los yihadistas extranjeros, en especial, los europeos. Y en Europa, precisamente, se han detectado movimientos del EI para captar a jóvenes en equipos de fútbol, al parecer, al ser conscientes de que las mezquitas están bajo estricto control policial.
En el caso del Kurdistán, el problema es diferente, ya que existe un enfrentamiento larvado entre los clubes más claramente vinculados al nacionalismo turco -como el Galatasaray, el Besiktas o el Fenerbahce, el equipo del presidente Erdogan- y los minoritarios equipos kurdos como el Amedspor, un emblema del independentismo. Uno de los gritos más escuchados en los campos turcos es: «¡el que no salte es kurdo!»- con una intención claramente insultante-, en una muestra de cómo la mayoría turca ve a los diez millones de personas procedentes del Kurdistán que se encuentran repartidas entre su país, Irak y Siria. Ese es el caldo de cultivo de atentados como el del sábado.
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