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Pedro Ontoso
Miércoles, 25 de marzo 2015, 01:42
«Desde que tengo memoria estaba presente el miedo». Con esta frase arranca su libro 'Mi tierra prometida' (Debate) Ari Shavit, escritor y periodista israelí, que sirvió en el cuerpo de paracaidistas. Pacifista y columnista en el prestigioso diario 'Haaretz', se reivindica como una persona ... libre de ataduras políticas y religiosas. La obra es el relato de un viaje interior por la historia del Estado de Israel, «un pueblo que ocupa y está intimidado» al mismo tiempo, siempre en un escenario convulso y con una vida al límite. Tras la victoria electoral de Netanyahu, que ha espoleado el voto del miedo, este retrato físico y existencial de un territorio tremendamente complejo, resulta muy oportuno. En estos tiempos de relatos tuneados reconforta comprobar que Shavit no falsifica la historia. Es un libro para leer, guardar, volver a releer y, por supuesto, recomendar. Y está muy bien escrito.
El bisabuelo de Shavit fue un sionista británico que llegó a Tierra Santa en 1897. Herbert Bentwich era uno de los treinta pasajeros, veintiuno de ellos peregrinos sionistas, que viajaron en un barco de vapor que salió de Port Said (Egipto) rumbo a Jaffa. El sionismo de Bentwich, es romántico. Sin embargo, Theodor Herzl, fundador del sionismo político, da mucha importancia a esos 21 pasajeros, recuerda Shavit. Su bisabuelo había llegado a la conclusión de que los judíos «deben asentarse nuevamente en su antigua tierra, Judea». Herzl «está especialmente interesado en los habitantes de Palestina y la posibilidad de conolizarla».
A partir de ahí, el columnista israelí realiza un viaje por distintos escenarios, en los que toman relevancia personajes dispares, judíos y árabes, siempre enmarcados en la propia historia: judíos idealistas, palestinos desterrados, huérfanos del Holocausto, científicos clave en el programa nuclear... Tienen especial interés los capítulos que se refieren al movimiento que puso en marcha los asentamientos y a su experiencia como guardián en un campo de detención en las playas de Gaza. Shavit desafía los dogmas de la derecha y de la izquierda, porque ha aprendido que «en el Medio Oriente no existen respuestas sencillas» y que «no hay soluciones rápidas para el conflicto entre Israel y Palestina». «Me he dado cuenta de que la condición israelí es extremadamente compleja, tal vez incluso trágica», reflexiona.
El veterano periodista cree que los asentamientos «un proyecto colonialista fútil y anacrónico» fueron una respuesta a la guerra de Los Seis Días (1967) y a la guerra del Yom Kippur (1973), una de euforia, la otra de desaliento. «Las dos experiencias bélicas desequilibraron la psique israelí. El increíble contraste entre ellas dio a luz al asentamiento», interpreta Shavit, que visitó el primero de ellos, Ofra, levantado hace treinta años. Situado junto a la Ruta 60 entre Jerusalén y Nablus, en el norte de Cisjordania, fue bautizado con un nombre mencionado en el Libro de Josué. Esta tierra es nuestra y nunca nos iremos, reivindicaba lo que ya era el germen del movimiento de pobladores Gush Emunim por aquél entonces (1974). «Tenían una singular combinación de fervor y pragmatismo, idealismo y picardía. Tenían fe religiosa y habilidad política», escribe Shavit.
Ofra, una isla entre palestinos. «No vieron a los árabes entre los que se habían asentado?, pregunta Shavit. «¿No sabían que alrededor de Ofra estaban las aldeas palestinas de Silwan, Mazraat, A-Sharkiya, Ein Yabrud, Beitin y Taybeh?», vuelve a preguntar Shavit a uno de los fundadores del asentamiento, Yehuda Etzion. «Presiento que sabía desde el principio que habría una guerra a muerte entre Ofra y las aldeas y que, al final de ella, las aldeas desaparecerían».
Luego vendrían muchas más Ofras. Israel, un pueblo, que para sobrevivir ha aplastado a otro. Cinco años después, Ofra se convirtió «en un semilllero de terroristas que producían asesinos ideológicos judíos. Ofra era el origen de las ideas mesiánicas militantes y de una corriente de pensamiento radical que creía en transformar la tierra mediante el uso de la fuerza desmedida», sostiene el escritor.
Veinte años después de iniciada la ocupación y doce años después de la fundación de Ofra, estalló la primera intifada, en 1987, cuando los palestinos residentes en Cisjordania y la Franja de Gaza se sublevaron contra el control militar de Israel. Shavit recuerda muy bien aquella época, cuando el Estado judío «lanzó al Shin Bet, el eficiente servicio secreto, sobre las masas desarmadas que se rebelaron en su contra». Se construyeron varios centros de detención en los que miles de palestinos fueron confinados tras haber sido condenados por tribunales militares. «Miles de civiles palestinos languidecieron en los campos de detención. De muchas formas su aprisionamiento masivo manchó la identidad democrática de Israel», señala, tras evocar sus guardias en un campo de la playa de Gaza dentro de su servicio militar anual en la reserva. Como pacifista opuesto a la ocupación, estuvo a punto de objetar, pero accedió para contar luego la experiencia. Dura experiencia.
Ari Shavit no puede evitar, salvando las distancias, la analogía con los campos de concentración y con los oficiales de la Gestapo. «Aunque injusta y sin fundamentos, la agobiante analogía resulta insidiosa», pero las asociaciones «son demasiado fuertes». Los gritos que salen de las celdas, los interrogatorios del servicio secreto, la detenciones tras la delaciones sacadas a golpes. Es una prisión espantosa. «Hay un hedor maligno en el aire que ni siquiera la brisa del Mediterráneo puede llevarse», evoca ahora el periodista.
«¿No es verdad que toda nación tiene sus sótanos oscuros?», intenta justificarse. Pero los gritos aumentan. Muchos de los palestinos están siendo torturados. «Esta es una brutalidad sistemática que ninguna democracia puede soportar», zanja. Han pasado 22 años. «Las cosas que ví y los sonidos que escuché en al instalación de la playa de Gaza aún me persiguen. Me persigue la noción de que los tenemos agarrados de las pelotas y ellos nos tienen agarrados de la garganta. Nosotros apretamos y ellos nos aprietan a nosotros».
Shavit concluye que en el siglo XXI «no existe ninguna otra nación que esté ocupando a otro pueblo como nosotros, y no existe otra nación que sea intimidada como nosotros», antes de describir los círculos concéntricos de amenaza que, a su juicio, se ciernen sobre el Estado judío.
El círculo externo es el islámico. La existencia de Israel como entidad soberana no islámica en una tierra sagrada para el Islam y rodeada por el Islam crea una tensión religiosa que «durante años Israel lidió sabiamente» para no convertir el conflicto regional en un conflicto religioso. «Pero con los años Israel perdió a algunos de su aliados islámicos cuando el islam radical subió al poder. El extremismo judío y el fanatismo islámico se retroalimentaron». Irán es «la gran amenaza», pero «también lo son otras potencias musulmanas. Conclusión: «Un gigantesco círculo de 1.500 millones de musulmanes rodea al estado judío y amenaza su futuro».
El círculo intermedio es el árabe. En resumen: «Israel es un Estado nacional judío fundado en el corazón del mundo árabe. El movimiento nacional árabe intentó evitar la fundación de Israel y falló. Las naciones árabes intentaron destruir a Israel y fallaron. Cuando el nacionalismo árabe se debilitó se vio obligado a reconocer superficialmente a Israel. Pero el despertar árabe cambia todo esto. Conforme regímenes moderados pero corruptos son reemplazados por otros nuevos la tensión política aumenta y surge una demanda generalizada de línea dura con respecto a Israel, que está siendo rodeado por Estados fallidos o naciones extremistas. Conclusión: «Un amplio círculo de 370 millones de árabes rodea al Estado sionista y amenaza su existencia misma».
El círculo interno es el palestino. En resumen: «Israel es percibido por sus vecinos como un Estado de colonos fundados sobre las ruinas de la Palestina indígena.Muchos palestinos le culpan por destrozar su sociedad, destruir sus aldeas, vaciar sus pueblos y por convertir a la mayoría de ellos en refugiados. Los palestinos moderados están en retirada y los palestinos radicales están al alza. Conforme el fundamentalismo islámico y el extremismo árabe se hacen más dominantes en la región, el pragmatismo palestino se ve sitiado. Por ende, si Israel se debilita por un momento, el deseo palestino suprimido estallará con fuerza. Conclusión: «Un círculo interno de diez millones de palestinos amenaza la existencia misma de Israel».
Shavit cree que en años recientes los tres círculos de amenaza se han fusionado. «La trampa es la siguiente: si Israel no se retira de Cisjordania, estará política y moralmente condenado; pero si se retira, podría enfrentar en Cisjordania a un régimen inspirado por los Hermanos Musulmanes y respaldado por Irán, cuyos misiles podrían poner en peligro la seguridad de Israel». (...) «La presión se acumula contra el muro de hierro de Israel. Una bomba nuclear iraní, una nueva oleada de hostilidad árabe o una crisis palestina podrían derribarlo. Así que el reto que enfrenta Israel en su séptima década es tan dramático como el que enfrentó en sus primeros años».
«Somos un pueblo en movimiento y al límite», termina Ari Shavit. «Teníamos que construir un hogar nacional judío alrededor de Jaffa». «Pareciera que los judíos necesitamos amontonarnos, como si tuviéramos miedo de desaparecer si estamos solos». «El acto de concentrar a los judíos en un solo lugar era esencial pero peligroso». «Los padres y las madres fundadores del sionismo sabían que conducían a una de las naciones más miserables del mundo hacia uno de los lugares más peligrosos del mundo». «Moramos bajo la amenazadora sombra de un volcán humeante».
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