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ÁLVARO SOTO
Domingo, 13 de noviembre 2016, 02:26
En la incipiente democracia española, uno tenía que hacer de todo. En septiembre de 1978, el presidente Adolfo Suárez y su comitiva llegaban al aeropuerto de Caracas. Al desembarcar, dos de los cuarenta periodistas de la expedición no encontraban sus maletas. Un joven diplomático hace ... frente al desconcierto, se acerca al avión, pide permiso a los pilotos y se lanza a la panza del aparato. Allí, debajo de una lona, encuentra las maletas. Pero el grupo está a punto de marcharse en un autobús. El diplomático comprende que solo le queda correr y atraviesa la pista a toda velocidad, con una maleta en cada mano. Llega por los pelos. Pero llega. Los reporteros, sorprendidos de ver a un alto funcionario sudando como un pollo, le dicen al ministro Marcelino Oreja que ese hombre tiene que ir a todos los viajes. Y así lo cree Oreja. Pronto, ese joven se convierte en un imprescindible de la política exterior española. «Aquel aeropuerto fue mi golpe de suerte», recuerda Inocencio (Chencho) Arias (Almería, 76 años). Bolivia, su primer destino, Argelia, Portugal, donde tuvo que huir de una protesta contra España, y sobre todo, Estados Unidos, su país fetiche, jalonan una trayectoria que ahora resume en un libro de título provocador: 'Memorias. Yo siempre creí que los diplomáticos eran unos mamones' (Plaza & Janés).
¿Usted creía que Trump podría ganar?
No me lo esperaba, aunque cuando hablaba con mis cuñados, que viven en Estados Unidos, y con algún amigo, me entraron dudas. Pero seguí pensando que aunque de forma apurada, ganaría Hillary. Pero hay que saber que Estados Unidos no es Nueva York y California, y que el candidato republicano no es como lo vemos en España, no es un tipo simple, de gatillo fácil, belicoso y un poco mamón. Tengo la impresión de que muchos votantes no han prestado atención a sus frases sobre los mexicanos o las mujeres, sino que les ha seducido que hable claro, que critique incluso a los candidatos de su partido. Eso sí, Trump es un regalo del cielo para los europeos que cuestionan la política estadounidense.
¿Echará a once millones de mexicanos, como prometió?
No. Tal vez reforzará la política de expulsiones de Obama, el presidente que más inmigrantes ha expulsado hasta la fecha, pero no echará a once millones de personas, y tal vez amplíe el muro sin que México lo pague, pero no va a hacer uno enorme.
¿Apretará el botón rojo?
No, no apretará el gatillo nuclear.
¿Habrá Trump para ocho años o será un presidente de cuatro?
No se puede descartar nada. Tenemos el precedente de Reagan, al que trataban de pardillo, pero luego bajó los impuestos y acabó siendo muy popular. Trump puede cubrirse de ridículo, pero también hacer una presidencia discreta y ante la ausencia de un buen candidato demócrata dentro de cuatro años, ser reelegido.
¿Se imagina a Michelle Obama como candidata demócrata?
Me parece que Michelle tiene un futuro político enorme si se lo propone y si maneja bien su imagen. Enorme. Es la mujer más popular de Estados Unidos y no despierta antipatías viscerales como Hillary. Tampoco tiene fama de ambiciosa ni de persona oscura. Si la señora Clinton hubiera tenido una reputación similar a la de Michelle, habría ganado fácilmente.
¿Cómo serán las relaciones de Trump con el Gobierno español?
Seguirán bien, como hasta ahora. Imagino que Trump sabe dónde está España, que no linda con Colombia y Brasil, sino con Francia y Portugal, pero no mucho más.
Después de un embajador gay que ha abierto las puertas de su casa a la sociedad como James Costos, ¿cómo será el nuevo representante de Estados Unidos en España?
En principio, debería de ser una persona que haya contribuido con bastante dinero a la campaña del ganador. Pero con Trump no ha habido tantos donantes, así que puede ser cualquiera: un millonario, un amiguete o un diplomático.
Hablando de millonarios y diplomáticos... ¿un diplomático no se hace millonario?
Los diplomáticos viven en el extranjero holgadamente, pero no pueden ahorrar mucho. Un diplomático en el extranjero puede comprarse alguna cosita, algo de arte, una cómoda o un cuadro. Pero cuando volvemos a España, somos funcionarios de nivel 30, que quiere decir que, por ejemplo, cobramos menos que los de Hacienda. Y cuando nos jubilamos, cualquier profesional liberal tiene una posición más holgada que nosotros.
Así que las embajadas no son como las del anuncio de Ferrero Rocher.
Tenemos muy pocos medios. Le voy a contar una cosa: las mujeres de los diplómaticos trabajan como una persona más. En el Consulado de Los Ángeles, cuando hacíamos recepciones, mi mujer preparaba canapés, freía croquetas y lo que hiciera falta. Teníamos una asistenta de ocho a tres y si por la noche había una recepción, no puedes dar solo cacahuetes. Hay que preparar tortilla, gambas, diversas tapas, dulces, bebidas. Y eso con una asistenta de ocho horas no sale. Se contrata con muy pocos medios a tres personas más que echan una mano y todos los demás trabajamos como el que más. Porque tú estás representando a España y no puedes quedar mal, porque no solo quedas mal tú, queda mal España.
¿Se considera casta?
¿Casta de qué? Yo soy un funcionario que trabaja fielmente para el Gobierno de España. Por supuesto que tengo una posición más desahogada que la media de los españoles y no puedo ser hipócrita, nunca pertenecí a una familia de escasos recursos. Mi padre era notario, pero murió cuando yo tenía nueve años, así que en mi casa había estrecheces. Heredábamos los trajes. Eso sí, no tengo unos ingresos cuatro veces superiores a la media de los españoles.
¿Por qué quiso ser diplomático?
De niño devoraba los periódicos. Eran los años 52 y 53 y a mi casa llegaban el IDEAL de Granada y el ABC. Seguía la Guerra de Corea y la llegada de los americanos a España con pasión, aunque primero veía los goles de Zarra, que yo entonces era del Athletic de Bilbao. Pero yo al principio pensaba que los diplomáticos eran frívolos, petimetres, farsantes, despegados de su tierra. Mamones, en definitiva. Luego descubrí que no era así.
Usted era el embajador de España en la ONU cuando estalló la Guerra de Irak. ¿Cómo lo recuerda?
Fue una etapa muy complicada, delicadísima, casi traumática. Fue una suerte, y una desgracia, que España estuviera en el Consejo de Seguridad. Si España no llega a estar en el Consejo de Seguridad, la foto de las Azores no ocurre. Y si la foto de las Azores no ocurre, el 11-M o no ocurre o tiene un desenlace diferente. Al Gobierno no se le hubiera culpado de los atentados y Rajoy hubiera gobernado. Que quede claro que España no participó en la guerra.
¿?
Los primeros soldados españoles llegaron después del fin de la guerra. Quizá el Gobierno actuó demasiado entusiásticamente apoyando a Estados Unidos, pero no éramos los únicos. En la ONU, aunque había más gente en contra, había muchos que querían dar una lección a Sadam. Muchos embajadores, incluso árabes, me decían: «Ese hijoputa tiene armas de destrucción masiva».
¿Lo vivió como un desgarro personal?
Saber que el 80% de la población española estaba en contra... Eso me produjo hasta problemas de salud. Me subió la tensión, que yo siempre la había tenido baja. Pero no voy a ser cínico, dormía por las noches. Obedecía órdenes de un Gobierno legítimo.
Y la guerra tuvo consecuencias en su carrera...
Cuando llegó el Gobierno de Zapatero, me cesaron fulminantemente porque yo estaba identificado. Pero es normal. Yo me hubiera destituido a mí mismo. El problema es que no me quisieron buscar un destino acorde a mi historia, Argentina, Chile, Portugal, Italia... Y al ver que no me daban nada, pedí un consulado, en Miami o Los Ángeles. Y me fui a Los Ángeles.
El retiro del diplomático es una bonita casa a las afueras de Madrid llena de recuerdos. Allí Chencho Arias hace todo lo que por trabajo no ha podido hacer en su vida. «Leo mucho, voy al cine, veo series (ahora 'Breaking Bad'), escribo para periódicos, participo en tertulias y los domingos que juega el Madrid en casa, por supuesto, voy al Bernabéu... No echo demasiado de menos mi vida de diplomático. Lo que de verdad echo de menos es no tener 30 años menos y ser embajador en Vietnam. Y sí, tengo nostalgia de cuando pastoreaba a la prensa en los viajes de Adolfo Suárez y sus ministros».
Allí pudo desatar su pasión por el cine...
Tengo la espina de no haber actuado en una película de Woody Allen. Una vez, el príncipe Felipe, actual Rey, me dijo que iba a cenar con Woody. «Majestad, dígale por favor que yo he salido en ocho o nueve películas y que me gustaría que me diera un papel». Al final, Woody no fue a esa cena. Pero en la que sí estuve a punto de participar fue en 'La intérprete', de Sidney Pollack. Primero me prometió el papel de un ministro iberoamericano, pero cuando me conoció, me ofreció el de un presidente. Imagino que vio mis dotes de interpretación (risas). Luego se acojonó, me habló de que si me contrataba, él iba a tener problemas con los sindicatos y al final, nada.
¿Le guarda rencor al Rey por no haberle conseguido el papel?
(Risas) Lo está haciendo muy bien. Ha estudiado las cosas del padre que no debe hacer. De él no dirán que se va de cacería ni le van a pillar coqueteando.
¿Y qué piensa del Rey emérito?
Lo vi hace cuatro meses. Está sordo, pero muy lúcido. A mí no me importa que el Rey tenga un 'affaire' con la Corinna de turno. Eso le tiene que importar a la Reina. El rey Juan Carlos, bien de salud y sin el yerno, estaría ahí todavía. El yerno ha sido el 50% de su abdicación.
¿Por qué usted lleva pajarita?
Ahí me traiciona el ego. Lo vi de pequeño en alguna película de periodistas, me pareció diferente y ahora soy prisionero de mi pajarita. Tengo 180. La gente, como no sabe qué regalarme, me las regala.
El retiro del diplomático es una bonita casa a las afueras de Madrid llena de recuerdos. Allí Chencho Arias hace todo lo que por trabajo no ha podido hacer en su vida. «Leo mucho, voy al cine, veo series (ahora 'Breaking Bad'), escribo para periódicos, participo en tertulias y los domingos que juega el Madrid en casa, por supuesto, voy al Bernabéu... No echo demasiado de menos mi vida de diplomático. Lo que de verdad echo de menos es no tener 30 años menos y ser embajador en Vietnam. Y sí, tengo nostalgia de cuando pastoreaba a la prensa en los viajes de Adolfo Suárez y sus ministros».
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