María José Tomé
Miércoles, 9 de noviembre 2016, 09:36
Horas después de la primera comparecencia de Donald Trump como flamante 45º presidente de Estados Unidos, el mundo trata de digerir a duras penas una sorprendente victoria que, a pesar de entrar dentro de los pronósticos más plausibles, ha desatado una incertidumbre sin precedentes a ... lo largo y ancho de los cinco continentes. La nación más poderosa del mundo se constipa y el resto el planeta tose; nadie duda de que la victoria del candidato republicano tendrá repercusiones de calado en la política internacional y económica que los analistas se afanan en pronosticar tras una noche electoral de infarto.
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De momento escudriñan sus primeras palabras cuando, rodeado de su numerosa familia, se ha dirigido a sus seguidores: «Seré el presidente de todos los estadounidentes», ha dicho en un discurso conciliador, alejado del tono insultante y desafiante que ha marcado toda su campaña y que por lo pronto ha servido para calmar unos mercados que se abrían con desplomes.
Un discurso que deja un pequeño resquicio a la esperanza de que el Trump xenófono, populista y antisistema, deje paso a un político digno de regir los designios de un país que marca la partitura con la que baila medio mundo. Mucho menos sobreactuado que en campaña, se arrancó el magnate con halagos a su rival, a la que agradeció de corazón su «duro trabajo durante la campaña». Un leve consuelo para una candidata sobre la que el excéntrico millonario ha pasado como una apisonadora: ha conseguido 290 delegados (20 más de los necesarios) frente a los 228 de Hillary Clinton, a pesar de que ella le ha sobrepasado en votos (59,07 millones frente a 58,9). Además, los republicanos mantienen el control del Congreso y del Senado, lo que apuntala aún más el poder cuasi omnipotente del magnate.
A pesar de que los sondeos apuntaban al empate técnico con victoria al sprint para Clinton, ocurrió lo que pocos sospechaban y su sentido común se negaba a creer; que la candidata demócrata fuera derrotada en estados claves como Florida, Virginia o Pensilvania, apuntillada por su vinculación al 'establisment' y arrasada por el tsunami populista de Trump, que ha sabido conectar con una empobrecida clase media, obrera y rural, hastiada de la casta política que encarna como nadie el clan Clinton. El excéntrico millonario se ha impuesto en feudos tradicionalmente demócratas como Michigan o Wisconsin, lo que resulta aún más humillante para Hillary, que ya se veía regresando a la Casa Blanca de la que salió en 2001 tras ocho años como presidenta consorte. «Tenemos una gran deuda con ella», le ha reconocido Trump.
Pero hundida por un varapalo inmisericorde, la rival del magnate ni siquiera ha sido capaz de enfrentarse a sus seguidores tras el recuento para reconocer la derrota y se recluyó en sus cuarteles generales. La gran fiesta que los demócratas habían preparado en el Javits center de Manhattan para celebrar la elección de la primera mujer presidenta de la historia de EEUU nunca llegó a celebrarse.
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Caída en las bolsas
El mundo tiembla pero el chocante flequillo de Trump, santo y seña de su excéntrica personalidad, se mantiene hoy más en su sitio que nunca. Los mercados han sido los primeros en repercutir la conmoción del inesperado relevo presidencial: en Wall Street las acciones registraban la mayor caída desde la recesión de 2008, de la que el mundo aún no se ha recuperado por completo. Las bolsas europeas abrían con bajas de hasta casi 4%. Sin embargo, a media mañana el Ibex 35 moderaba su descenso por debajo del 2%, aliviado por el balsámico discurso con el que el presidente electo ha querido despejar incertidumbres: ha prometido ser un presidente «para todos» y ha abogado por «reconstruir» el país y «renovar» el sueño americano.
Acompañado de miembros de su familia, entre ellos la futura primera dama y exmodelo, Melania Trump, el magnate ha calificado la jornada electoral de «histórica». «Los olvidados van a dejar de serlo», ha dicho. Ha aparcado el discurso proteccionista para remarcar que ahora es tiempo de unirse y «cerrar las heridas». Muchas de ellas se han abierto, precisamente, durante una campaña sembrada de propuestas radicalmente populistas en contra de la inmigración. También los mercados asiáticos y el peso mexicano se desplomaban ante la victoria de un líder que ha centrado buena parte de su mensaje electoral en la creación de un muro que separe Estados Unidos del país azteca.
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Pero hoy, Trump ha querido mostrarse conciliador y ha asegurado que intentará «ser amigo del resto de naciones. Vamos a buscar un terreno común y a no generar hostilidades», ha dicho. La principales incognitas se centran en cómo encarrilará las relaciones con Rusia o cuál será la implicación de Estados Unidos en el conflicto sirio. También si su llegada a la Casa Blanca modificará la estructura de la OTAN, que ha calificado de «obsoleta» y ha prometido reformar.
Independientemente de los efectos que acarree en su política exterior, la victoria de Trump tendrá indudablemente un tremendo impacto en la cultura política de un país fraccionado en dos, que teme un regreso al pasado con la imposición de unos valores reaccionarios a los que el inminente inquilino de la Casa Blanca ha recurrido durante la campaña y que rompen con la revolución tranquila y aperturista del primer presidente negro de la historia. Quizás sea el momento de recurrir a la encomiable flema de la que Obama hacía gala hace unas horas en uno de sus últimos mensajes desde el despacho oval. «No importa lo que pase. El sol volverá a salir mañana y Estados Unidos seguirá siendo la nación más grande del mundo».
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