Como todas las repeticiones del incidente acaecido en Dubuque (Iowa) indican, Ramos acudió a una conferencia de prensa del magnate. Su prestigio es enorme: apareció recientemente en la portada de 'Time' como una de las cien personalidades más importantes de Estados Unidos. Entre el sector ... hispano aparentemente sólo le supera la jueza Olga Sotomayor. Como 'anchor' de Univisión y columnista de varias docenas de diarios, durante meses había intentado conseguir una entrevista con Donald Trump. Fue rechazado sistemáticamente y le llegó a mandar una carta manuscrita, con su número de móvil personal, como invitación para ensayar la temática a tratar. El silencio fue la respuesta pero Trump publicó en internet la carta. Ramos tuvo que cambiar su móvil.
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Univisión había cancelado el acuerdo con Trump para el concurso de Miss Universo, por lo cual el millonario le ha propinado una demanda judicial de 500 millones de dólares. Trump había ya tenido diversos enfrentamientos con la prensa, entre ellos una despreciable referencia (menstruación) a Megyn Kelly, una anchorwoman de la cadena conservadora Fox. Frustrado por la negativa, Ramos se fue a Iowa, lugar emblemático en la cadena de las primarias del año próximo, donde caerán o se lanzará al estrellato a los candidatos sólidos.
En ese escenario clásico mediático, donde los periodistas disciplinados se sientan delante de la personalidad, Ramos alzó su mano para ser llamado, pero Trump eligió a dos colegas antes, y esperó su turno, que no llegaba. Trump lo ignoró. Ramos entonces se levantó y le insistió con su interrogatorio, sin esperar el permiso. Sus preguntas y aseveraciones eran tiros en la dirección de cómo pretende Trump expulsar a diez millones de indocumentados, cómo va a construir un muro a la largo de toda la frontera y cómo les va a rescindir la ciudadanía a los nacidos (de padres indocumentados) en territorio de Estados Unidos. Trump silencia que la enmienda número 14 de la Constitución concede el derecho automáticamente, en aplicación explícita del ius soli, más genuinamente norteamericano que la Coca-Cola.
Trump lo ignoró y le conminó a que se sentara. Y que se fuera a Univisión. O que regresara «a su país» (Ramos, mexicano de nacimiento, tiene la ciudadanía norteamericana). Ramos tozudamente insistió en sus preguntas, ya convertidas en acusaciones y recordatorios de la legislación. Finalmente, Trump ordenó a sus guardias de seguridad que expulsaran al periodista. Ramos protestó y fue físicamente empujado hacia el exterior de la sala.
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Luego sucedió lo más insólito. Ninguno de los colegas periodistas se inmutó. Unos siguieron con sus preguntas anodinas y solamente cuando uno indicó que se debía readmitir al acto a Ramos, Trump asintió. Ramos entonces se convirtió en un socio de la costumbre del debate con Trump, quien aguantó bien el tipo. Contestó que, como constructor de rascacielos, podría levantar un muro impresionante y efectivo entre el Pacífico y el Caribe, y que la legislación se podría cambiar, porque así se lo habían dicho «autoridades académicas».
Las consecuencias del acto han sido que el tema de la inmigración se ha insertado en pleno corazón de la campaña y ninguno de los precandidatos lo pueden evitar. A los republicanos los ha atrapado con el paso cambiado, temerosos de tener que debatir esa envenenada issue y con temor de que gran parte del electorado natural no los respalde en los requerimientos de Trump. Saben que la mayoría de los hispanos electores, no solamente demócratas, apoya las tesis de proteger los derechos de los inmigrantes, y no aboga por medidas drásticas de expulsión, sino de una progresiva integración y legalización. Los candidatos demócratas también se sienten indecisos en un terreno resbaladizo.
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Por otra parte, las acciones de Ramos han revelado el lamentable estado de numerosos medios de comunicación en Estados Unidos y en otros lugares, que se han convertido en vehículos serviles del poder y del respaldo condicionado que concede la necesaria publicidad. Numerosos periodistas se escudan en su labor excesivamente prudente y profesional por una regla que tristemente ha sido rebasada por la práctica. El periodista pretendidamente objetivo ha sido sustituido por maneras diversas de activismo pasivo. Unas veces se opta por la colocación de preguntas que inviten a la defensa de un programa. Otras se agota el tiempo disponible con temas ajenos a la ocasión. En ese contexto, contrasta el activismo de Ramos.
¿Qué hacer con unas declaraciones que etiquetan a todo un país como generador de narcotraficantes y terroristas? ¿Cómo hay que tratar objetivamente el mito de que los indocumentados roban puestos de trabajo a los residentes y ciudadanos escrupulosamente legales? ¿Cómo se explica que esos ilegales son los únicos que están dispuestos (porque no tienen más remedio, claro) a hacer los trabajos que los autóctonos rechazan? ¿Cómo se confronta el mito de la inmovilidad de la esencia nacional cimentada en una ya desaparecida universalidad blanca, anglo, protestante? Desde luego, no se consigue con conferencias de prensa orquestadas como una charla en un parvulario. Gente como Ramos se ha cansado con esta parodia de unos falsos modales.
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