La muerte de Fidel Castro no supondrá la desaparición del régimen castrista, al menos de momento. Su sucesor y hermano, Raúl Castro, es el encargado de guardar las esencias de la ortodoxia revolucionaria, si bien con una perspectiva más reformista, en lo económico, lo ... que ha provocado más de una fricción al interior del sistema. De ahí la conveniencia de preguntarse qué ha cambiado con la desaparición del padre de la Revolución, qué puede cambiar a partir de ahora y qué se mantendrá inalterable.
Más del 70% de la población nació después de la Revolución. Esto explica que la mayor parte de la sociedad no haya conocido otros máximos dirigentes que los hermanos Castro y que estuviera totalmente acostumbrada a su omnipresencia. De hecho, Fidel, que gobernó de forma omnímoda y continuada desde 1959 hasta 2006, ha tenido un gran peso simbólico para los cubanos.
Fidel lo ha sido todo en el esquema de poder político y militar de su país, a tal punto que prácticamente todos los cubanos lo sienten y lo viven como un padre. Un padre más próximo y comprensivo, o más distante y represivo, pero un padre a fin de cuentas. En este contexto la pérdida del referente paterno provoca orfandad, incertidumbre ante el futuro y un respetuoso o temeroso silencio frente a lo que pueda llegar. Incluso las damas de Blanco han interrumpido su tradicional marcha dominical como una muestra de respeto hacia sus conciudadanos.
Habrá que ver, por tanto, cómo procesa el luto la sociedad cubana, un proceso que tomará su tiempo. Una vez que esto ocurra será interesante observar qué tipo de demandas elevarán a sus gobernantes, el modo en que éstas serán trasladadas y la capacidad de represión del régimen si no comulga con las peticiones formuladas.
En principio, el mandato de Raúl Castro está garantizado hasta 2018. El actual presidente ha manifestado su resolución de continuar al frente del Gobierno hasta entonces, aunque su estado de salud y su avanzada edad (85 años) se lo pueden impedir. Después de esa fecha está previsto, inicial y teóricamente, que sea el vicepresidente Miguel Díaz-Canel quien se encargue de mantener vivo el régimen castrista.
Sin embargo, lo que ocurra a partir de ahora será producto de la interacción de diversos factores, comenzando por la desaparición de Fidel Castro, siguiendo por la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca y terminando en el equilibrio de fuerzas entre reformistas y aperturistas, por un lado, y conservadores y retardatarios, por otro. Es a esta línea de fractura a la que habrá que prestar mayor atención, mucho más que a la que pueda haber entre el Partido Comunista de Cuba y las Fuerzas Armadas Revolucionarias, por más que ciertos generales controlen importantes recursos económicos.
La conjunción de la muerte de Fidel Castro y el triunfo de Donald Trump puede ser fatal para el futuro de las reformas económicas de Raúl. Si Fidel se hubiera muerto hace un año atrás, cuando el desembarco de Trump era sólo una remota posibilidad, es bastante posible que las reformas se hubieran acelerado. Hoy, con la amenaza de una reversión de las medidas de Barack Obama, es factible que las posiciones de los sectores más ortodoxos y conservadores se vean reforzadas y se paralice cualquier intento de apertura exterior. Sin embargo, pase lo que pase, lo que está absolutamente descartado es la concesión de mayores libertades individuales y políticas que puedan conducir a una sociedad más democrática.
En los últimos meses algunas reformas, como la apertura de los mercados agrícolas y el control de los precios regulados, han sufrido algunos retrocesos. Hay otras urgentes que ni siquiera han comenzado, como la eliminación del sistema de doble moneda y sigue habiendo fuertes restricciones, como unos impuestos excesivos, para el desarrollo de la iniciativa privada. Por eso es necesario despejar las incertidumbres abiertas con la muerte de Fidel Castro, algo que tardará algunos meses en ocurrir.
Es cierto que los incentivos para mantener una buena relación con Estados Unidos son muchos, especialmente por la grave crisis en que está sumida Venezuela y que compromete la cuantía de su ayuda decisiva. Sin embargo, es difícil pensar que el Gobierno de La Habana acepte impulsar unas reformas hasta ahora innegociables. El futuro de la inversión extranjera, que algún ministro cubano definió como vital para el mantenimiento del sistema socialista, depende de las decisiones que tome el Ejecutivo en los próximos meses. Menores facilidades para los inversionistas, mayores trabas para la contratación de personal o la puesta en marcha de un esquema mucho más burocrático podrían provocar consecuencias irreversibles que conduzcan a mayores privaciones para el pueblo cubano.
Un historiador italiano, Loris Zanatta, se refirió a Fidel Castro como «el último rey católico», un monarca absoluto profundamente antiliberal que gobernó Cuba a su imagen y semejanza. La Cuba que hereda su hermano Raúl mantendrá buena parte del legado proveniente de la Revolución, aunque la dura realidad ha provocado que en más de una ocasión hubiera que variar el rumbo hacia otros territorios de menos confort o descartados previamente en un pasado no tan remoto. En su última intervención pública Fidel Castro admitió que estaba en camino de ser un hombre «como todos los demás». La duda es cuánto tardará Cuba en ser un país democrático como todos los de América Latina.
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