¡Buenos días Venezuela!

Pese al deterioro notable de todos los indicadores de calidad democrática de Venezuela en la última década, hay uno incólume: el talante profundamente democrático de su ciudadanía

Carmen Beatriz Fernández, Presidenta de la consultora DataStrategia y profesora de la Univ. de Navarra en Political Systems

Lunes, 7 de diciembre 2015, 19:47

Venezuela ha celebrado 20 elecciones en los últimos 16 años. Parece claro que la frecuencia de las elecciones no guarda relación alguna con la calidad de la democracia. Sin embargo, la madrugada del lunes Venezuela amaneció con aroma democrático. La del domingo fue una elección ... muy importante, que despertó gran interés internacional. Pusieron su mirada en Venezuela desde los candidatos punteros de las elecciones norteamericanas como Hillary Clinton, Marco Rubio y Jeb Bush, hasta una numerosísima comitiva de expresidentes de la región y parlamentarios activos de todas las tendencias políticas, que acompañaron la elección, además de un par de acaloradas observaciones técnicas del Secretario General de la OEA.

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No es de extrañar. No era una elección parlamentaria cualquiera, fue una elección que adquirió un tono plebiscitario. La elección se percibió como un punto de inflexión histórico, donde se estaría iniciando el cierre de un muy largo ciclo político en Venezuela. A ello hay que añadir la enorme incidencia que viene teniendo lo que sucede en Venezuela en las elecciones de este año en España y Argentina. Esos datos de 20 elecciones en 16 años eran motivo de alarde por parte del oficialismo y los lucían con orgullo como una condecoración ante los muchos invitados internacionales. Nadie quiso perderse esta fiesta, estar en el momento indicado en el sitio indicado.

Fue también una elección muy singular. La más desbalanceada contienda de la historia reciente venezolana, en donde por desdicha se tiene una amplia experiencia en términos de elecciones desbalanceadas. Desde la perspectiva comunicacional el chavismo a partir del 2013 consolidó su hegemonía mediática haciéndose con un amplio entramado de medios de comunicación: radio, TV, prensa y portales web en un abanico hegemónico que tendía a repetir con monotonía discursiva el discurso oficial.

Desde la perspectiva institucional, el árbitro electoral actuó con frecuencia como un jugador más a favor del oficialismo que de forma deliberada emitía un mensaje descorazonador a lo estamos parcializados y qué. Las reglas se cambiaron con frecuencia y a destiempo. Sólo un ejemplo: el Consejo Nacional Electoral implantó la muy justa paridad de género como regla seis semanas después de ocurridas las primarias opositoras, con el claro objetivo de complicar las negociaciones internas. Además de contar con tres importantes dirigentes nacionales presos: Leopoldo López, Antonio Ledezma y Manuel Rosales, también desde la Contraloría General de la Nación se inhabilitaron varios candidatos opositores en plena campaña.

Como si fuera poco con ello, desde el Tribunal Supremo de Justicia se procedió a una singular expropiación de dos partidos políticos: MIN y Copei. El TSJ nombró su junta directiva y las nuevas autoridades del partido MIN se hicieron con una tarjeta a imagen y semejanza de la tarjeta electoral de la Unidad que pretendía confundir al electorado. Esta agrupación contó con un abultadísimo presupuesto de campaña. Somos la oposición era su lema, destacaba en su imagen gráfica la denominación UNIDAD y se situaba justo al lado de la verdadera, en un tarjetón electoral complejo y rebuscado. Un estudio hecho antes de iniciar la campaña indicaba que sólo esa tarjeta podía desviar la intención de voto opositora en un 7%. El episodio obligó a la Unidad a concentrar prácticamente todos sus esfuerzos de campaña en enseñar a votar a sus electores.

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Todas estas dificultades le otorgan un tono épico a la victoria del domingo. Porque aun así, cada abuso, cada afrenta, cada desbalance, era visto por el elector como un motivo de resiliencia personal y de terquedad democrática. Llegamos hasta aquí con el voto y saldremos de esto con el voto fue una frase que escuché decir con mucha frecuencia en esta contienda. Pese al deterioro notable de todos los indicadores de calidad democrática de Venezuela en la última década, en términos de desbalance de poderes, libertad de expresión, secreto y manipulación del voto, entre otras, hay un indicador incólume en la democracia venezolana: el talante profundamente democrático de su ciudadanía.

Llegar hasta este punto implicó recorrer un camino espinoso y pleno de dificultades al interior de la propia Unidad Democrática. Las diferencias internas son muchas y la oposición es muy variopinta en lo ideológico y lo personal. Fueron interminables las discusiones sobre el mejor camino por recorrer: el camino institucional y electoral era visto con desprecio por algunos que animaban los atajos no institucionales. Y la lucha cívica era vista por otros como cosas de timoratos ante la posibilidad de acciones de calle más agresivas. Incluso así, la convicción de que el enemigo externo era poderoso e inescrupuloso hizo posible la tan necesaria unidad: unidad de propósito en el activismo y unidad perfecta en lo electoral.

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Aun sin definir si la oposición contará con mayoría simple o, más probablemente, con una de las mayorías calificadas de tres quintas partes de parlamento, o sus dos terceras, la diferencia en número total de votos fue muy alta, más de 2 millones y casi veinte puntos. Eso hará que a partir de la derrota se genere una dinámica al interior del chavismo de búsqueda de culpables. Reconocerse como minoría será el primer paso para la convivencia. En cualquier caso, el 6d marcó el punto de inflexión que definirá el fin de un largo ciclo político en Venezuela.

Ese final del ciclo debe iniciar las bases para un mejor país: más próspero en lo económico y más tolerante en lo político. Los nuevos parlamentarios están obligados a actuar a partir de esta premisa. El oficialismo deberá entenderse a sí mismo como minoría política y a actuar apegado a los controles y exigencias que le imponga el nuevo parlamento. Por su parte, la nueva mayoría opositora debe entender su condición mayoritaria con sentido de grandeza y amplitud. Comprender que la justicia no tiene que ver con la venganza y evitar repetir esos abusos de las mayorías que tanto cometió el chavismo.

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La más hermosa lección que nos dio ayer Venezuela es que es posible con la democracia vencer las tentaciones de las autocracias.

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