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Un cairota posa junto a la colosal cabeza de un faraón, rescatada hace poco más de dos meses por arqueólogos alemanes en Matariya, un populoso barrio de la capital.
Egipto, en los huesos

Egipto, en los huesos

Con la mitad de turistas que en 2010, el país de los faraones exprime su mayor activo: los descubrimientos arqueológicos. Se estima que solo el 30% de sus tesoros ha salido a la luz

icíar ochoa de olano

Sábado, 20 de mayo 2017, 22:51

Cuna de la vieja civilización que ha engendrado buena parte de la cultura occidental que conocemos, amo y señor de la mitad de los monumentos del mundo en toda la Historia antigua, Egipto se queda en los huesos para mostrar al mundo, prácticamente cada mes, recovecos inéditos de su mastodóntico e insondable esqueleto. El país de Osiris, Nefertiti o Tutankamon saca provecho al fascinante legado de sus antepasados para hacer frente a la hambruna insoportable de visitantes que padece desde que, hace seis años, la primavera árabe precipitó el derrocamiento del dictador Hosni Mubarak sin que las esperanzas de libertad y progreso del pueblo cristalizaran. El reguero de ataques terroristas de los últimos tiempos ha terminado por sumergir al país en un brumoso invierno social y económico.

El turismo, su industria más desarrollada -un 11,4% del PIB en 2015- agoniza. Después de batir su mejor récord en 2010, cuando dio la bienvenida a 14,7 millones de extranjeros deseosos de adentrarse Nilo arriba, en el primer semestre del año pasado apenas contabilizó 2,4 millones, lo que supuso una caída del 51% con respecto al mismo periodo del ejercicio anterior, revelan los últimos datos difundidos por la agencia oficial egipcia de estadísticas (CAPMAS). El avión de Egyptair que los yihadistas abatieron en mayo pasado, cuando volaba desde Sharm El Sheikh, su balneario en el Mar Rojo, a San Petersburgo con 224 personas a bordo, precipitó el desplome, después de que Rusia impusiera el veto a los vuelos con salida o llegada a la república árabe, al que se sumarían el Reino Unido y Alemania, y que hoy sigue vigente.

Belleza, misterio e I+D

El declive de la actividad turística, una de las principales causas de su sequía de divisas, ha obligado al Gobierno a aceptar un préstamo de 11.000 millones de euros del FMI y a poner en marcha un plan de austeridad para tratar de atajar la hemorragia financiera. Lejos de tirar la toalla, Mohamed Yehia Rashed, titular de la cartera de Turismo desde hace catorce meses, intensifica la seguridad en las zonas más calientes del país, al tiempo que azuza al Ministerio de Antigüedades a que haga sonar la campana cada vez que sus ancestros regresan del más allá en alguna de las más de doscientas misiones arqueológicas internacionales abiertas en algún rincón de la esquina nororiental de África. Airear los tesoros escondidos bajo la arena caliente del Sahara y las fértiles orillas de su río sagrado es su mejor campaña publicitaria para tentar a los turistas con promesas de un viaje en el tiempo de 4.000 años hasta la gloriosa era faraónica.

El ministro Rashed se ha marcado el techo de 10 millones de visitantes a saludar antes de la próxima Nochevieja y sabe que, para ello, debe agitar el cetro de Keops y reavivar el hechizo de una civilización que aúna como pocas belleza, misterio y modernidad. La ciencia todavía se pregunta cómo fue posible que crearan la Esfinge de Guiza, la mayor escultura de un solo bloque de piedra del mundo hasta bien entrado el siglo XX; y se maravilla de que alumbraran el sistema decimal, fueran los primeros en aplicar una energía no animal a la locomoción con la navegación a vela, se metieran a cirujanos o se convirtieran en el primer productor de grano del planeta con un sistema de regadío capaz de fertilizar las mismísimas dunas.

Pero, por encima de su sorprendente departamento de I+D, la magia del Antiguo Egipto, en palabras del afamado egiptólogo francés Christian Jacq, es «la victoria sobre la muerte». Justo ahí, al otro lado de la orilla, es donde escarban para resucitarlos equipos de investigadores procedentes de Cracovia, Hawai, Kyoto, México, Sydney o Tenerife. En total, 211 expediciones de veinticuatro países y cinco continentes, diseminadas, la mayoría, a lo largo y ancho de la cuenca del Nilo; desde Alejandría a Asuán, según el recuento efectuado por la egiptóloga portuguesa de la Universidad de Munich Paula Veiga, y que actualizó por última vez el pasado 22 de abril.

De las casi treinta misiones que tiene allí Alemania -es el tercer país con mayor presencia, solo por detrás de Estados Unidos (37) y Francia (34)-, la liderada por Dietrich Raue protagonizó hace poco más de dos meses uno de los hallazgos más difundidos por el tamaño y la espectacularidad de las piezas rescatadas. Se trataba de restos del torso y la cabeza de un coloso de más de ocho metros de altura extraídos del subsuelo de Matariya, un populoso barrio de El Cairo. Si bien en un principio las autoridades gubernamentales se apresuraron a atribuirlos a Ramsés II, estudios posteriores apuntan a Psamético I, un faraón con bastante menos glamour y seiscientos años posterior al Julio César del Antiguo Egipto. Una inscripción encontrada en la escultura desmembrada, en la que se lee Nebaa, un alias del discreto rey de la dinastía 26, ha desinflado un poco el globo del descubrimiento.

Aun así, el efecto estimulante de las imágenes distribuidas es indiscutible. Abren de par en par las puertas del apetito por el exotismo polvoriento de la corte de Cleopatra, los jeroglíficos y las momias. Como las ocho de hace 3.000 años que otra expedición, en este caso egipcia, rescató hace tres semanas en los alrededores de Luxor. El enterramiento, que al parecer pertenecía a un noble de la zona, contenía además una decena de preciosos sarcófagos. Sus fotografías han dado la vuelta a mundo. «La aparición de nuevs reliquias del Antiguo Egipto es una importante promoción de nuestro país. Reaviva el interés de los viajeros extranjeros por conocernos», admite a este periódico Tarek Sirag, primer secretario de la Embajada egipcia en España. «Ojalá podamos seguir anunciando descubrimientos importantes que alimenten su curiosidad», agrega. Todo apunta a que sí. El Gobierno egipcio, que ha reanudado las misiones autóctonas que interrumpió por falta de fondos tras la revolución (hoy tiene ya en marcha siete), calcula que solo se han exhumado el 30% de las riquezas subterráneas del país.

Escasa oferta formativa

Los expedicionarios españoles tampoco se quedan atrás. Los ocho equipos con autorización para seguir arañando sus respectivos yacimientos -cinco en Luxor, uno en Asuán, otro en El Fayum (a 130 kilómetros al sur de El Cairo) y otro en Minya, (a 250 kilómetros en esa misma dirección de la capital)- llevan varias campañas sucesivas encadenando sorprendentes hallazgos que impresionan a las grandes potencias arqueológicas.

Ellos lo atribuyen a que «estamos en racha». Sin embargo, detrás de esos golpes de fortuna otros distinguen el «buen hacer» de los directores de esas misiones, «todos ellos egiptólogos formados en el extranjero y que se han consolidado en España a base de mucho esfuerzo y de vencer muchas resistencias». «Hoy, los jóvenes españoles que desean ser egiptólogos lo tienen más fácil».

El profesor agregado de Egiptología del Departamento de Ciencias de la Antigüedad y de la Edad Media de la Universidad Autónoma de Barcelona Josep Cervelló habla con conocimiento de causa. No en vano, dirige el único máster oficial en Egiptología que se imparte en el mundo hispánico. Articulado en dos años lectivos, se empezó a ofertar el curso 2009-10. Desde entonces, cerca de un centenar de estudiantes han participado en las cuatro ediciones que lleva organizadas. El próximo septiembre, arrancará la quinta. Mientras se prepara una nueva camada de Indianas, charlamos con la mitad de los veteranos.

Tras los pasos de Tutmosis III, el Napoleón egipcio

En un descampado atestado de basura, bajo una colina llena de piedras, la arqueóloga sevillana Myriam Seco se puso a buscar el templo funerario de Tutmosis III (1490-1436 antes de Cristo). En aquella primera campaña, en 2008, halló una suerte de almacén donde los investigadores anteriores habían acumulado restos de muros y relieves. En la última, rematada el pasado noviembre, recuperó un bellísimo y bien conservado cartonaje de momia de un sirviente de la Casa Real llamado Amon Renef. La revista Luxor Times lo consideró uno de los diez mejores descubrimientos de 2016 y lo premió.

El hallazgo ha dado alas a este proyecto que sigue las huellas de un faraón que gobernó durante medio siglo y al que se considera el Napoleón egipcio por sus campañas militares, que incluían cacerías de elefantes en la actual Siria. A primeros del siglo pasado, en 1906, otra expedición de arqueólogos protagonizó una tentativa. Les salió rana y abandonaron la excavación. Casi cien años después, en las manos de Seco y de su equipo, el yacimiento ha revelado su valioso secreto: el templo y varias necrópolis abarcan más de 1.500 años de historia del Antiguo Egipto.

«Estamos trabajando en el templo, en la capilla dedicada a la diosa Hathor, y también en la puesta en valor del yacimiento para su futura musealización», glosa la experta, que encabeza un equipo de veinte expertos y 150 trabajadores locales, financiados por varias fundaciones y empresas privadas. El objetivo es que, en siete u ocho años, visitantes puedan caminar sobre los muros de adobe de la excavación y asomarse a las tumbas.

Para ello trabajan sin descanso, y sin miedo.«El terrorismo es el cáncer de nuestro tiempo. Cualquier territorio del mundo puede sufrirlo. Aquí, en Luxor, trabajamos y vivimos tranquilos», asegura Seco, quien ya en 2003 hizo historia al descubrir vestigios relacionados con Amenophis III, gobernador del Valle del Nilo hace más de 3.000 años. Ahora pisa los talones a Tutmosis III y prepara el inminente lanzamiento del ensayo Tutankhamón en España. Howard Carter, el duque de Alba y las conferencias de Madrid.

El primer jardín funerario, en el sepulcro de Djehuty

Su equipo cava a cincuenta metros de una tienda de souvenirs de alabastro de Luxor «en donde hace unos años paraban decenas de autobuses con turistas al día». Allí, rodeados por una misión alemana, una italiana y otro australiana, buscan desde 2000 a Djehuty, un alto funcionario supervisor del tesoro de una de las pocas mujeres que gobernaron en el Antiguo Egipto, la reina Hatshepsut. Su momia sigue en paradero desconocido, pero, a cambio, han recuperado su magnífica capilla sepulcral, pintada con El libro de los muertos, o el ataúd intacto de un hombre llamado Neb, del año 1600 antes de Cristo, que ahora se exhibe en el Museo Egipcio, en El Cairo.

El gremio de egiptólogos ya conocía la existencia de la tumba del Montoro de la gran faraona de la dinastía XVIII, pero presentaba dos agujeros por los cuales se colaba el escombro. Solo José Manuel Galán, investigador del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), se atrevió con el desafío. Desde entonces, ha desenterrado docenas de momias -incluidas de niños y de animales, como ibis y halcones-, centenares de vasijas y «toneladas de lino en perfectas condiciones». «Las telas eran parte esencial del ajuar de un difunto. Se encuentran en pliegos y en túnicas y camisas. Cuando un faraón quería premiar a un oficial, además de oro le regalaba telas», explica Galán.

- ¿Qué hacen con todo ese material?

- Limpiarlo, clasificarlo, envolverlo y entregarlo al Ministerio de Antigüedades. Para ello, ha construido en Luxor un almacén inmenso en el camino que lleva al Valle de lo Reyes, junto a la casa en la que se alojó Howard Carter. Allí tenemos un espacio adjudicado.

Su última campaña también tiene tela que cortar, aunque su naturaleza no es textil. Ha sacado a la superficie el primer jrdín funerario egipcio, de unos 4.000 años de antigüedad, con cientos de semillas que abren una ventana de investigación inédita. «Hasta ahora sólo se sabía de ellos porque aparecen representados en las paredes de las tumbas. La arqueología ha demostrado lo que la iconografía decía», enfatiza Galán, que busca ya fondos privados para su siguiente campaña.

51 años de la primera misión española en suelo faraónico

Después de que España ayudara a Egipto a trasladar algunos templos antes de la construcción de la presa de Asuán -entre ellos, el de Abu Simbel-, la república árabe le agradeció los servicios prestados con un lote de 3.000 piezas, el complejo de Debod -reconstruido en pleno centro de Madrid- y una licencia, a nombre del Museo Arqueológico Nacional (MAN), para que cavara donde quisiera. El 20 de febrero de 1966, la primera expedición española en Egipto desembarcaba, liderada por Martín Almagro Basch, en el yacimiento de Heracleópolis Magna, 120 kilómetros al sur de El Cairo.

Medio siglo y un año de vida después, la excavación sigue coleando, ahora, en manos de «Mister Carmen». Así es como los locales llaman a la directora del equipo desde hace 33 años ininterrumpidos, la conservadora jefe del Departamento de Antigüedades Egipcias y del Oriente Próximo del MAN. Carmen Pérez Die acaba de regresar a España tras cerrar la campaña número 51, la tercera sufragada con patrocinio privado desde que el Ministerio de Cultura cortó el grifo en el nombre de la crisis. No puede desvelar sus hallazgos. Debe aguardar a que el Gobierno egipcio los dé a conocer, previsiblemente en las próximas semanas.

El de Heracleópolis Magna -capital de Egipto durante dos dinastías, antes de que Tebas (actual Luxor) le arrebatara la supremacía- es uno de los yacimientos más solitarios y grandes del país. «Para que se haga una idea, encontramos una necrópolis con un millar de cuerpos», ilustra.

La arqueóloga tiene la concesión para excavar la zona noroeste, donde se enterraron los reyes y los dignatarios locales. Y, aunque «está muy expoliado», cada año le brinda sorpresas que le deslumbran. «No sólo el templo, sino todos los edificios tienen una orientación astronómica. Su dominio del cielo, de las estrellas, era absoluto, lo que demuestra una mentalidad muy intesante». Después de tantos siglos y monumentos destripados, la faraona de la egiptología española dice haber acabado «dialogando con ellos y, lo que es más difícil, entendiéndoles. Y eso sólo se consigue aparcando la mirada occidental», cuenta a este diario desde Luxor.

Las cámaras funerarias con mejores vistas y el primer cáncer

«Barriendo el desierto» desde hace nueve años sobre Qubbet el-Hawa, una necrópolis de nobles de Elefantina, frente a Asuán -«las mejores vistas de todo Egipto»-, Alejandro Jiménez y su imponente equipo multidisciplinar llevan recuperadas seis cámaras funerarias invioladas. La última contiene los restos mortales de Shemai, hermano del influyente administrador local -o nomarca- Sarenput II e hijo del gobernador de Elefantina durante los reinados de Sesostris II y Sesostris III, los faraones más poderosos del sur del país. La momia reposaba junto a dos sarcófagos de cedro libanés, hermosos collares, una máscara mortuoria y un completo ajuar funerario con piezas de cerámica y figurillas de madera que representan escenas de la vida cotidiana y del tránsito del finado hacia el Más Allá.

No sin retranca, el comandante en jefe de la expedición, profesor de Historia Antigua de la Universidad de Jaén y egiptólogo, confiesa estar cansado de que le «salga» tanto difunto. «Donde estén las inscripciones jeroglíficas, que se quiten los muertos. Aunque hay que reconocer que dan mucha información. Gracias a ellos estamos descubriendo que hace 4.000 años la gente se moría a los 25. La tasa de mortalidad infantil era altísima, al margen de la clase social a la que pertenencieran. Entonces se fallecía a causa de la malaria y de enfermedades intestinales provocadas por el agua», expone al otro lado del teléfono.

En 2015, otra tumba intacta, sin difuntos de primera fila en ella, les reveló otro gran secreto: que ya entonces existía el cáncer de mama. El esqueleto de una mujer todavía exhibía los efectos destructivos de la metástasis que acabó con ella. Estos valiosas datos, junto a otros hallazgos materiales, como una daga de la familia gobernante de Elefantina, ahora expuesta en el Museo Nubio de Asuán, les ha reportado el respaldo de la Administración pública desde 2010. Considerado un proyecto I+D+I, el Ministerio de Economía y Competitividad lo sufraga en la actualidad con 363.000 euros para el trienio 2017-19, «lo que, por fin, nos permite mirar a los ojos a las grandes potencias arqueológicas», se felicita Jiménez.

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