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RAFAEL M. MAÑUECO
Miércoles, 28 de diciembre 2016, 01:16
Las autoridades rusas llevan toda la vida tratando de poner freno a la ingesta excesiva de vodka y bebidas alcohólicas en general, una de las principales lacras nacionales. Han intentado de todo, desde multiplicar los impuestos para encarecer su compra, lo que golpea especialmente a ... los más desfavorecidos, hasta aplicar la ley seca.
El objetivo es reducir la mortalidad asociada al alcohol y sus sucedáneos adulterados, convertir las botellas en género prácticamente inaccesible para amplias capas de la población. El presidente, Vladimir Putin, firmó a principios de mes una ley que gravará durante los próximos tres años, hasta 2019, todavía más el consumo. Entrará en vigor a partir del 1 de enero, aunque las normas más restrictivas llevan ya una década de recorrido. Entonces también subieron los impuestos, se suprimió completamente la publicidad de estos productos y su venta, incluida la cerveza, quedó prohibida durante la noche en tiendas y supermercados. Cuando cae el Sol, sólo hay barra libre en discotecas y bares.
Según Rospotrebnadzor, el organismo encargado de velar por la calidad de la producción en la federación, de los tres millones de personas que mueren cada año en el mundo por tomar demasiado alcohol, la mitad, casi un millón y medio, son rusos. Un estudio elaborado por varios centros sanitarios de Moscú en colaboración con la Universidad de Oxford concluye que el 25% de los súbditos de Putin fallece antes de cumplir los 55 años, la mayoría por culpa de la bebida. En 2015, el Ministerio de Sanidad alertó de que el 30% de los decesos registrados en el país se deben a afecciones relacionadas con el abuso del consumo.
Pero los esfuerzos gubernamentales para erradicar el alcoholismo chocan con los hábitos, y el bajo nivel económico no siempre constituye un obstáculo infranqueable. Los que no pueden adquirir vodka en condiciones se emborrachan con lo primero que pillan: alcohol de quemar, anticongelante, colonias, limpiacristales... Las consecuencias para la salud son nefastas, y con frecuencia letales. Tal ha sido el caso de lo sucedido hace unos días en Irkutsk. Un total de 117 residentes del bario Novo-Lénino de la ciudad siberiana, mujeres y hombres de entre 35 y 50 años con reducidos ingresos, decidieron calmar su hábito con una loción de baño que contiene alcohol metílico utilizado en aplicaciones industriales y esencia de flores de majuelo. El resultado: 75 cadáveres y otras 42 personas hospitalizadas, algunas en estado grave. El balance oficial no está cerrado, y las víctimas mortales podrían aumentar. La Policía sospecha que alguien vendió el preparado a bajo precio asegurando que podía ingerirse por vía oral, pese a que la etiqueta del frasco previene que es solamente para uso tópico.
Estado de emergencia
Para evitar que nadie más pudiera contaminarse, el alcalde de Irkutsk, Dmitri Bérdnikov, declaró el estado de emergencia y ordenó a los órganos competentes retirar inmediatamente la partida del mercado. Dispuso también la prohibición transitoria de distribuir cualquier líquido que contenga alcohol, salvo las bebidas autorizadas mediante certificación expresa. Los detractores de la medida consideran que, siguiendo la misma lógica, habría que restringir también la venta de todas las sustancias potencialmente tóxicas.
Mientras la Policía apura la investigación ha detenido a doce personas, entre ellas los dueños de la empresa que produce la loción, aunque será complicado imputarles algún delito, ya que la sustancia no se comercializó para ser ingerida, Putin salió a escena el pasado fin de semana para calificar de «tragedia terrible» las muertes de Irkutsk. Afirmó que los responsables de haberla evitado «no actuaron» y culpó a ciertos «extranjeros», sin precisar su país de procedencia, de haber distribuido el preparado con el objetivo de «enriquecerse». Por su parte, el primer ministro, Dmitri Medvédev, admitió durante una reunión del Gobierno que «la comercialización de sustancias que contienen alcohol se ha convertido en un negocio que, en la práctica, aspira a desplazar del mercado las bebidas normales».
El bloguero anticorrupción Alexéi Navalni, principal líder de la oposición al régimen, sostiene que lo acaecido en esta ciudad de Siberia «pasa a diario en otras partes de Rusia» y constituye «un problema de seguridad nacional mayor que Siria, Alepo, Ucrania y Trump juntos». Navalni cree que «la pobreza y la corrupción amplifican el problema». El Estado lleva años tomando medidas drásticas contra la producción clandestina de alcohol adulterado o de mala calidad, causante, según cifras oficiales, de unas 40.000 muertes anuales, pero es que beber vodka en grandes cantidades es algo tradicional en Rusia desde tiempos inmemoriales. El país ocupa el segundo lugar en la escala mundial, tras Finlandia, en gasto per cápita en alcohol.
Las asociaciones rusas de lucha contra el alcoholismo son contrarias a limitar, dificultar o prohibir completamente el consumo porque «termina siendo contraproducente». Recuerdan que el presidente soviético Mijaíl Gorbachov instauró la ley seca en 1985 y sólo consiguió que la gente se lanzara a beber cualquier cosa capaz de causar embriaguez.
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