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José María de Areilza Carvajal
Lunes, 7 de noviembre 2016, 01:02
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José María de Areilza Carvajal
Lunes, 7 de noviembre 2016, 01:02
El último fin de semana de la campaña electoral ha servido para movilizar a los votantes de cada partido e insistir en los mensajes más negativos sobre el rival. La impopularidad tanto de Hillary Clinton como de Donald Trump les lleva a cruzarse una y ... otra vez acusaciones y centrar sus esfuerzos en desacreditar al otro. Clinton debería tenerlo más fácil, porque compite contra un transgresor que no ha dejado títere con cabeza en el último año y ha dicho todas las barbaridades prohibidas por el manual del candidato. Pero tal vez la demócrata lleva demasiado tiempo en política, en una época en la que la insurgencia está de moda en media América. Así, sus propuestas de política social no alcanzan el eco que merecerían porque se la identifica demasiado con un Washington disfuncional. Ante las limitaciones de uno y otro, la escasa diferencia en las encuestas y la necesidad de hacer campaña hasta el último minuto en una docena de Estados, ambos han dado entrada en el terreno de juego a sus equipos de suplentes, formados por celebridades, políticos cercanos o familiares. El contraste entre Trump y Clinton es enorme: el magnate neoyorquino no tiene el respaldo de la cúpula republicana y se nota. Mike Pence, su aspirante a vicepresidente, conecta con los votantes más religiosos. El gobernador de Nueva Jersey, Chris Christie, y el antiguo alcalde de Nueva York, Rudolph Giuliani, parecen sacados de la serie Los Soprano. De hecho, los más cercanos colaboradores de Christie acaban de ser condenados por tomar represalias contra un alcalde que no obedecía a sus órdenes. Sarah Palin, la gobernadora de Alaska que acabó por arruinar la candidatura de Mc Cain en 2008, suma su entusiasmo a la banda. Los familiares de Trump no añaden mucho a su campaña, ni su mujer Melania, que muestra un acento esloveno marcado, ni sus hijos, con aspecto asustado. Clinton, en cambio, tiene el apoyo de una legión de actores, deportistas, raperos y cantantes y dispone de un verdadero dream team de políticos que llega hasta donde ella no puede y comunica muy bien. Lo encabeza el presidente Obama, obsesionado estos días en ganar el Estado de Carolina del Norte, la clave de bóveda de estas elecciones de final apretado. La oratoria y la pasión que aún despliega en los mítines producen admiración y su popularidad alcanza niveles muy altos. Pero además, hacen campaña por Hillary nada menos que Michelle Obama, el vicepresidente Joe Biden, muy querido en todo el país, el expresidente Bill Clinton, con una gran conexión con la minoría afroamericana, el candidato a vicepresidente, Tim Kaine, quien exhibe un español muy correcto, y hasta el senador Bernie Sanders, rival en las primarias demócratas y un icono de muchos jóvenes urbanitas. Si fuese cuestión de equipo, la elección estaría ganada para Hillary. Pero lo que más funciona en estas horas finales son los miedos, como si estuviéramos atrapados en la noche de Halloween.
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