«Miles de migrantes desaparecen cada año ante la indiferencia de los gobiernos»

Figueroa, que ofrece este jueves una charla en el edificio de La Bolsa, en Bilbao, a las 11.00 horas, está invitado por la organización Ongi Etorri Errefuxiatuak, a la que ha acompañado en la caravana Abriendo Fronteras en Canarias. Denuncia que «miles de personas desaparecen cada año en sus rutas hacia los países más prósperos ante la indiferencia de los gobiernos». No solo el Mediterráneo y el Atlántico son gigantescos cementerios. Toda la frontera entre México y Estados Unidos está sembrada de cadáveres descuartizados, fruto de «políticas migratorias asesinas», relata.

Figueroa cruzó la frontera a Estados Unidos en tres ocasiones, cuando tenía 16 años. Tuvo éxito a la tercera y estuvo viviendo cinco años allí. Después decidió regresar y dedicarse al activismo. Los emigrantes siempre fueron invisibles. Se calcula que en torno a 70.000 han desaparecido en la última década en su viaje desde Centroamérica tratando de llegar a los Estados Unidos. En México convergen, por un lado, los denominados «no traficados», emigrantes que emprenden por su cuenta el peligroso viaje desde El Salvador, Honduras y Guatemala o el propio Méjico, y los que viajan «asistidos» por los traficantes de personas después de que algún familiar pague por su viaje. Adquieren la deuda lleguen o no. «Pero el sistema está montado de tal forma que se propicia el lucro de las mafias». Como sucede con España y Marruecos, EEUU también ha confiado a México la regulación de los flujos migratorios, en lo que se conoce como «externalización de fronteras»: es la propia Policía y el Ejército del país los que tratan de impedir las caravanas de exiliados hacia Norteamérica.

Muchas ciudades se convierten «en cárceles» para los emigrantes, donde no existen muros físicos pero sí policiales y militares y donde deben esperar hasta un año hasta que obtienen un permiso del Gobierno de México. «Hay una estructura de persecución, las fronteras están militarizadas y el permiso de asilo puede tardar hasta un año». Otros son secuestrados o asesinados. Ello hace que la alternativa más segura para llegar a la frontera sea, precisamente, acudir a las mafias de tráfico de personas. El coste es de entre 8.000 y 10.000 dólares desde Centroamérica. Una persona que emigra por su cuenta puede tardar meses, aunque los que pagan a los cárteles llegan en unos seis días, en caravanas de vehículos 'suv' o tráileres. De los primeros, solo dos de cada diez consiguen llegar. De los segundos, ocho de cada diez. Se producen secuestros colectivos para pedir rescates, masacres... Muchos son chantajeados por la Policía, asfixiados o tiroteados. Los cuerpos encontrados en las cunetas o a las orillas de las vías del tren no merecían hasta hace poco cualquier investigación. «No eran catalogados, se les denominaba no identificados y se enterraban en fosas comunes, no se hacía más allá por ellos. Vivimos una emergencia de violencia y asesinatos y los migrantes son los últimos de la cola y no se les tenía en cuenta», relata. Su organización ha logrado ya encontrar a 300 personas que habían sido ingresadas en cárceles, que estaban enterradas en fosas... En el caso de las mujeres, habían sido secuestradas por mafias de trata de blancas.

Pero no solo la violencia y la pobreza están entre los motivos que siembran las rutas migratorias de cadáveres sin nombre. «Hay un saqueo de nuestros países desde hace décadas, una realidad que nunca ha importado, además del intervencionismo de EEUU, que mantiene narcogobiernos como el de Honduras que tirotean a la población», acusa Figueroa. El expolio de recursos naturales y el cambio climático ya está causando los desplazamientos de millones de personas golpeadas por desastres. De Honduras, por ejemplo, es el país centroamericano más afectado por el cambio climático, ya hubo una «desbandada» de personas después de los huracanes Eota e Iota en 2020, que azotaron además a «una de las ciudades más violentas del mundo». «Miles de personas resisten la pobreza y la violencia, pero emigran porque no les queda más remedio». Por eso advierte de que «hay que cambiar nuestras formas de ver la migración por supervivencia. Porque tarde o temprano nos va a tocar».

,