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Irene Madrera
Martes, 25 de abril 2023, 10:09
La primera hora de la mañana de huelga de profesores y personal no docente de los colegios concertados, mayormente religiosos, de Euskadi ha transcurrido con normalidad. Las entradas estaban abarrotadas de niños y padres que dejan a los más pequeños para que transcurra otro día ... más «de cole». Unos 9.000 trabajadores de 200 centros de Euskadi están llamados a secundarla, pero en muchos de los colegios no han avisado siquiera del parón.
«Me da rabia que mis hijos se pasen el día perdiendo el tiempo, aburridos sin hacer nada», comenta Carlos Alemany, padre de dos niños escolarizados en Calansancio-Escolapios. Estos pequeños forman parte de los 130.000 alumnos afectados por la huelga en toda Euskadi. «Si hubiera tenido otra opción los hubiera dejado en casa para que descansaran y se entretuvieran, pero su madre y yo trabajamos, es inviable», señala Alemany.
A pesar de algunas reticencias y quejas, la mayoría de los escolares han acudido a sus centros. «A mí no me trastoca en nada, la verdad, porque dejo a mi txiki aquí igualmente y me voy a trabajar», constata Maika Vallejo y añade: «Sé que aunque no esté dando clase estará bien con los compañeros». Además, la huelga cuenta con servicios mínimos para garantizar que los centros continúen con su actividad esencial. En cada centro deberá haber una persona del equipo directivo y otra de la plantilla de subalternos para los turnos de mañana y tarde.
Muchos no sabían que había huelga, como Ainara Martín, que lleva a sus niños al Pureza de María en Bilbao. «No han enviado ni circulares ni han avisado por el chat de padres. Me he enterado por el periódico», cuenta. De todas maneras, en este centro, varios padres han afirmado que «es posible que ningún trabajador secunde la huelga porque en la anterior que hubo no lo hicieron». Mikel Rodríguez, explica: «Hace unos años, cuando sí hicieron un parón, fueron las monjas las que se quedaron a cargo de los niños y les dieron clase con normalidad».
Los niños tampoco parecían verse afectados. «Nos dijo la profe que igual podíamos salir al patio más tiempo a jugar, ¡así que genial!», ha contado entusiasmada Mara García, de 8 añitos. Su hermano Mikel, de 7 y más «casero», prefiere quedarse en la clase: «Yo paso de salir al patio, prefiero quedarme dibujando o jugando a las cartas Pokemon». Sea como fuere, parece que hay un plan para cada niño.
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