Los hoteles bilbaínos se abren a emplear a personas con discapacidad

A cada uno se le asignó un acompañante, que le guió hasta el comedor. «Joana, esta que te coge la mano es Maite. Ella te lleva». Tras los miedos naturales en los escalones y a la hora de sentarse, les contaron que estaban frente a un imponente desayuno. Los guías les acercaron las manos a los cubiertos y les susurraron, haciendo un símil con las horas del reloj: «A las tres está el melón, a las seis el jamón, a las nueve está el queso con nueces y debajo un panecillo que puedes untar con la mantequilla, que está frente al plato». El espectáculo podía comenzar.

Héctor Sánchez, gerente de la asociación de hostelería, tocó con el tenedor y preguntó a su acompañante: «¿Esto qué es?». Era un donut, que logró partir con el cuchillo, pero al llevárselo a la boca descubrió que el pedazo era enorme, como la mitad. Un rato después, el melón también deparó sorpresas. Esta vez era un trozo pequeño, pero sólo un rato después descubrió que tenía piel. En la mesa de enfrente, dos trabajadoras de Joana y Natalia, del Hotel NH, eran un mar de dudas. «¿Dónde está la cuchara? ¿La taza de café está llena o queda poco?». Cada operación llevaba un buen rato. «¿Esto hay que cortarlo? ¿Dónde he dejado el pan? ¿Tengo más cosas por aquí?». Los guías lidiaron con todas sus dudas y evitaron que cogieran el cuchillo por el filo. Su compañero de mesa estaba entregado a probarlo todo, pero buena parte de la comida acabó fuera del plato. «¿En serio que hay yogur?», se preocupó uno de los asistentes vestido con un traje impecable.

La sorpresa llegó al final. «Podéis quitaros los antifaces». Lo primero que buscaron sus ojos fue el rostro de su acompañante. Estaban a su lado, vestidos con el uniforme del hotel, y todos ellos eran miembros de la Fundación Síndrome de Down y otras Discapacidades Intelectuales. «Una experiencia entrañable y reveladora. Te haces a la idea de cómo vive una persona sin visión y es un placer que te ayuden estos chavales que lo dan todo», aseguró Héctor Sánchez.

«El objetivo es que os animéis a integrar en vuestros hoteles a personas con discapacidad porque es muy gratificante. Hay que perder el miedo», opinó Díaz-Munío. Algunos les habían reconocido «por la voz, pero también por una especial calidad humana». Emplearon una paciencia infinita, incluso en la «tarea imposible» de untar a ciegas la mantequilla. «Me ha tenido que ayudar, yo era incapaz», admitía Joseba, del Hotel Artetxe.