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Aimar permaneció cerca de once horas secuestrado. Mireia C. S., que entonces tenía 24 años, se lo llevó de la habitación sobre las nueve de la noche tras engañar a su madre diciéndole que tenía que hacerle una prueba. Lo sacó del hospital oculto en ... una bolsa de plástico. Antes lo había intentado sin éxito en otras tres estancias. Llevaba en el pabellón Iturrizar desde las seis y media. Nadie sospechó.
Sobre las 22.00 horas Pedro llegó a Basurto para pasar la noche con su mujer y su hijo recién nacido. Al ver que los sanitarios no llevaban de nuevo al bebé a la habitación se extrañó y preguntó al personal de la planta por su hijo. Fue en ese momento cuando saltaron todas las alarmas. Tras comprobar que nadie del equipo de la Maternidad estaba atendiendo a Aimar y que el niño no se encontraba en el hospital avisaron a la Ertzaintza. La Policía autonómica puso entonces en marcha una frenética búsqueda para dar con el bebé. El primero que tomó parte en ella fue el propio padre. Acompañado por una celadora no paraba de mirar entre los setos existentes en el exterior de los diferentes pabellones de Basurto por si la raptora podía haber dejado allí a su hijo. Incluso se examinaron los contenedores de basura del centro por si el bebé estaba en alguno.
Para entonces la secuestradora ya se había alejado del lugar. Aquella noche la pasó en la casa de unas amigas en la calle Fika de Santutxu. Les dijo que el bebé era suyo y que acababa de dar a luz. Antes de llegar al piso había comprado de camino leche de fórmula en una farmacia. Al despertarse, la noticia adelantada por EL CORREO estaba en todos los medios de comunicación. La Ertzaintza difundió su fotografía saliendo del hospital por la puerta de Capuchinos y pidió la colaboración ciudadana para localizarla. Bizkaia se despertó sobrecogida y con el corazón en un puño.
Mireia salió de la casa de sus amigas y dejó al pequeño en el felpudo de una vivienda del mismo barrio de Santutxu y tocó el timbre. Eran las ocho de la mañana. Después, esquivando el gran despliegue policial que había en la zona, se marchó caminando hasta Zorroza, donde residía su abuela. Allí fue localizada y arrestada por la Ertzaintza.
Para los padres de Aimar aquellas horas han dejado una gran marca en sus vidas. Una experiencia traumática que les ha afectado. «Lo hemos pasado mal y lo seguimos pasando mal. Hemos sufrido mucho. Ahora, con la cercanía del juicio, lo estamos reviviendo todo de nuevo y es duro», admite Pedro.
Desde aquella noche, cuando pierde tan solo unos segundos de vista a cualquiera de sus hijos en lugares tan comunes como puede ser uno de los parques de Durango, localidad en la que residen, el corazón se le para. Lleva mal incluso que jueguen al escondite. Para ellos es importante que de una vez se celebre esta vista. «Queremos que pase y, de alguna manera, intentar cerrar este capítulo y seguir tirando para adelante con nuestra vida».
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