Las historias de Campuzano
Bilbaínos con diptongo ·
jon uriarte
Lunes, 8 de marzo 2021, 03:10
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Bilbaínos con diptongo ·
jon uriarte
Lunes, 8 de marzo 2021, 03:10
Bigotes' se estaba poniendo las botas. Los días en que podías aparcar en batería eran cosa del pasado. Pero costumbre y prisas provocaban el multazo. Francisco Peña sacaba su libreta y extendía la receta. Hablaremos un lunes de aquél municipal convertido en leyenda. Hoy lo ... haremos sobre uno de sus territorios. La Plaza Campuzano. En realidad lleva nombre. Emilio. Pero la oficialidad dice una cosa y la calle otra. Lo que no cambia es su origen. El hombre que recibió tal honor. Emilio Campuzano y Abad de Canda vino a este mundo en Santiago de Compostela, allá por 1850. Brillante en los estudios, era el orgullo de sus padres, Manuel y Joaquina. Pero renació en Bilbao, en el 66 de Artekale, donde residió hasta 1938, año en que murió. Ingeniero industrial del Ejército, capitán de Artillería y sobre todo, docente, acabó de profesor de Geometría, Estereotomía y Dibujo en la Escuela de Artes y Oficios de la villa. Pero fueron otros asuntos los que le permitieron lograr la placa. Dirigió la primera instalación telefónica de Bilbao. Cuando vean un viejo teléfono fijo en comercios con solera o en casas centenarias recuerden los tiempos en que hablar por un hilo era cosa de magia. Y no fue su único logro.
Como profesor de la Escuela de Capataces de Minas alcanzó tal prestigio que se tomó la decisión de colocar su nombre en el Instituto de Enseñanza Secundaria de Atxuri y en una plaza nacida ocho años antes de su fallecimiento. Cruce de caminos y rotonda con alma cambiante. No siempre tuvo fuente. Que las aguas bailaran los vientos de Rodríguez Arias y Gregorio de la Revilla fue cosa del arquitecto municipal Germán Aguirre, allá por 1953. Desde entonces salpica traviesa, aprovechando ráfagas traidoras. Sus gotas pueden llegar a la terraza de Estoril, intentando sumergirse en el vermut. Y juraría que las sentí en la nuca mientras esperaba entrar al estreno de 'El Coloso en llamas'. Porque olía a cine. A Astoria. Donde los coches con los que arrancaba estas líneas aparcaban de frente, apuntando con sus focos a los carteles de las películas. La cafetería, con entrada a la sala, estaba donde hoy habita el nuevo Marakay. Este local nació a la vuelta del primigenio, que aún reina frente a lo que fue el mítico ultramarinos Gárate de Javier.
Pero Campuzano, además, lleva vida de tarántula. Cada pata tiene su aquél. Hacia la Gran Vía existía una guardería donde los progenitores, en aquellas tardes en que jugaban a ser novios, dejaban a los críos. Estaba cerca del lugar que hoy ocupan Pan Lemona y el Zasca. La merienda y una buena ración de Tom y Jerry estaban aseguradas. Ya de adulto, era imposible irse a casa sin pasar por El Azulito, que ahora es verde y sabe a gilda, y que guarda tantos secretos como añoranzas. Antesala de una Estraunza donde siempre fue más fácil comprar, beber y hacer amigos que aparcar. Esas noches Campuzano ofrecían cobijo a motos y coches que apoyaban las ruedas en sus rodantes pies. Goizeko Kabi, ahora Gure Kabi, Continental, Eurosport, Atlanta, Molly Malone, Satai, Plaza, Charcu, Adur, Wicklow, Colombo o el Star, donde Mari Carmen es tan amatxu como anfitriona, se entremezclan en ese laberinto de tiendas, bares y generaciones. Ayer y hoy. Como en las noches de los 80, donde los platos combinados del Támesis y los manjares entre panes del Florida eran bote salvavidas. Antes, por la tarde, la tienda Dock abría el camino de escaparates hacia Sabino Arana. O esa otra vía que busca plaza amiga, y donde el olor a chuletón asoma desde el Goizeko Izarra, mientras asciende cruzando lugares tentadores como Pozas o Particular de Indautxu. Hay tantos comercios que, en estos tiempos más que nunca, merecen hueco y tinta. Lo tendrán. Porque ya les digo que Campuzano es mucha plaza. Nunca necesitó ser grande para demostrarlo. De hecho es rara. Con recovecos caprichosos y aceras juguetonas que lo mismo llevan baldosa y banco que jardineras y flores. Al fin y al cabo, siempre fue pija. De las que se saben guapas. Y, sobre todo, distinta.
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