El corazón de Precios Adenitis se hizo por segunda vez añicos el domingo, a las siete y cuarto de la tarde. Hasta entonces, había tenido un buen día. Estuvo en la iglesia con su hijo Isaías, de 12 años. «Llegamos a casa a las ... cinco, comimos juntos arroz y me preguntó si podía ir al parque a jugar. Y le dije que vale, pero que solo una hora». Al de poco, todo se torció: un amigo le avisó a gritos de que le habían dado un balonazo. Que vomitaba. Que se había desvanecido. Bajó a la calle de inmediato, con el alma en vilo. Tardó unos minutos en llegar al patio del colegio La Salle, que se abre en horas extraescolares para que los chavales del municipio se diviertan en sus pistas. Vio «mucha policía». Ambulancias. A su hijo en el suelo. A gente atendiéndole.
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El mundo se abrió bajo sus pies. «No sabía si estaba vivo o muerto». Ella, que sobrevivió a la violencia de Benin, la tercera mayor ciudad de Nigeria, que cruzó el mar en un cayuco con su hija de 3 años en brazos y embarazada de Isaías, que «tenía que ponerse en el Mercadona a pedir» para comprar comida a sus hijos, nunca se sintió tan vulnerable. Al constatar que el menor había fallecido tuvo una crisis de ansiedad.
«Me dejaron pasar, me dieron un poco de tiempo y recé con mi hijo». Después, dice, la obligaron a marcharse. No lo pudo ver más. «Les pedí que me dejaran pasar. Yo quería ver a mi hijo, pero no me dejaron. Me dijeron que se lo llevaban para hacerle la autopsia. ¡Eso no se puede hacer!», se queja. Varios allegados fueron atendidos por psicólogos en el mismo patio del colegio. Ella recibió el apoyo de un pastor que había acudido a su llamada. Desde entonces, está permanentemente acompañada por la comunidad nigeriana de Sestao. Son sus hermanos. La familia que uno se construye por pura supervivencia cuando tiene que huir a miles de kilómetros de casa.
Pero Precios, de 40 años, ha criado a sus hijos sola casi siempre. Cuando llegó a España, residió en Andalucía durante un año y medio. Allí nació Isaías. Después vivió en Bilbao seis años y hace casi cinco que se mudó a Sestao, donde residía con sus hijos y con una amiga. Cobra una ayuda social que se le va en pagar «casa, luz y comida». Sus dos retoños acudían al colegio Vista Alegre, pero la mayor juega en el equipo de baloncesto de La Salle e Isaías también recibía clases de refuerzo allí. La madre también está «haciendo cursos» porque aunque habla castellano, no se maneja con plena competencia. Está en situación irregular, carece de seguro y de medios para procurarse el funeral de su pequeño o asistencia jurídica. Tiene que sentarse para conversar, porque apenas tiene fuerzas. No puede conciliar el sueño.
«Ha sido todo muy difícil», dice con la voz entrecortada. «Quería mirar a mi hijo, pero ellos se lo llevaron así... Soy su madre y quería estar con mi hijo», se duele. Precios reconoce que Isaías había padecido una enfermedad cuando era más pequeño, pero que ahora «estaba muy sano, muy bien». «Su doctora decía que podía jugar con otros niños de su edad. Pero no con personas de 16 o 17 años», se lamenta, en alusión al supuesto autor del balonazo. Sus allegados dicen que le dio «fuerte, jugando», pero ella quiere «ver las grabaciones de las cámaras» de seguridad y hablar con el joven que le dio el golpe.
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«Hace dos días que mi hijo está muerto y no sé ni quiénes son sus padres. Todavía no les he visto. Yo soy madre y si ocurriese algo así, habría ido a hablar ya con ellos. Soy negra, de Nigeria, ellos no, pero así no se hacen las cosas».
Mientras, en Sestao, localidad golpeada por varias trágicas pérdidas en los dos últimos meses, la solidaridad se abre paso entre las heridas. «Mi hijo tenía un corazón muy grande. Todos los niños querían jugar con él», asegura. Precios quiere recuperar el cuerpo del pequeño cuanto antes. «Y enterrarle aquí». Espera aún el resultado oficial de la autopsia. Los vecinos sopesan «organizar una colecta» para recaudar fondos para el funeral. La alcaldesa, Ainhoa Basabe, recibió ayer a Precios. Le concertó una cita urgente en Osakidetza para que fuese tratada con algun ansiolítico, además de con la trabajadora social para gestionar los trámites y una ayuda específica. También se pondrá a su disposición apoyo psicológico.
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