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344 rusos residen en Bizkaia. Son apenas el 0,03% de la población del territorio, muy pocos. Pero están entre nosotros, sufriendo lejos de casa la guerra. Están en un segundo plano, en silencio, o hablando bajo, con miedo a represalias. Los críticos con Putin ... están preocupados porque sufran sus familias allí; los que apoyan al presidente temen ser vistos con recelo aquí. Pero lo que todos tienen claro es que «esta guerra tiene que acabar cuanto antes».
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pedro ontoso
david s. olabarri
Elizaveta Okulova | Moscú
Elizaveta Okulova no sabe cuando podrá volver a su Rusia natal. Ni si podrá hacerlo. Antes de instalarse en Bizkaia con su hijo hace cuatro años formaba parte de los movimientos de protesta contra la anexión de Crimea. Entendió que tenía que marchar para «vivir con libertad».
Es periodista. Muchos de sus colegas también han hecho las maletas porque utilizar términos como invasión o guerra pueden acarrear hasta 15 años de cárcel. Los ciudadanos, para burlar esas prohibiciones, salen a la calle con folios en blanco. Y también son arrestados. Y su día a día cada vez es más difícil porque, como recuerda esta vizcaína de adopción, las sanciones no siempre distinguen «entre los que quieren a Putin y los que no». A ella, por ejemplo, no le funciona su tarjeta de crédito de allí y los medios de comunicación para los que trabajaba, escribiendo de cine, no pueden pagarla.
Okulova es lo que desde el Kremlin denominan un «enemigo del Gobierno». «Hay una guerra muy grande dentro de Rusia contra su gente», asegura. Una guerra sin bombas pero que ha llevado al país «20 años para atrás».
Natalia Chernikova | Rostov del Don
Natalia Chernikova tiene un runrún en la cabeza. Se vino por amor a Bilbao hace cinco años y su hijo se quedó en Rusia terminando sus estudios. Ahora le faltan apenas tres meses para acabar la universidad, para ser programador, pero pueden ser muy largos. «Tengo miedo de que cierren el país y no pueda salir; quiero que se vaya ya, que huya a algún país como Armenia aunque no concluya sus estudios», confiesa.
Esta profesora universitaria, que impartía clases de inglés y ruso y era doctora en Pedagogía en Rostov del Don, conoce los estragos de la guerra de cerca. Su ciudad está en la frontera con Ucrania y el Donbass, de donde llegaban continuamente refugiados. Ahora recuerda a aquellas personas y lamenta que haya millones más en esa situación. «No esperas que tu país se convierta en algo como Corea del Norte y haga algo así».
Comprende la «rabia e indignación» que ha provocado esta guerra en muchos ciudadanos, pero pide no dejarse llevar por la rusofobia. Ella no la ha sufrido, se siente apoyada y acompañada, pero ve en las noticias ataques en otros países contra negocios e incluso escuelas rusas. Por eso quiere insistir en que sus compatriotas también están sufriendo por la invasión. «No tienen el riesgo de perder la vida, pero las familias están arruinadas y mucha gente no sabe qué hacer, cómo vivir...».
Svitlana | Donetsk
A Svitlana la guerra la sorprendió el 26 de mayo de 2014. Celebraban el cumpleaños de su tía cuando empezaron los combates entre las milicias prorrusas y el ejército de Ucrania para controlar el aeropuerto de Donetsk. Las bombas llevaban meses cayendo en localidades cercanas, pero fue ese día cuando se dio cuenta de que su futuro, y el de sus hijos, no podía estar marcado por la muerte. Esta mujer habla en ruso y es ucraniana «de pasaporte», pero, «como dicen de nosotros, la gente del Donbass es 'otra gente'». Y esa 'otra gente', recuerda, vive bajo los proyectiles desde hace ocho años.
Ella llegó a Bizkaia hace tres y está preocupada por los suyos, que padecen «los bombardeos» de las fuerzas armadas de Kiev en lugares como «hospitales infantiles». «Somos una república, pero éramos Ucrania, y Ucrania no hizo nada por nosotros, no nos ayudó», critica. En ese campo de batalla continuo desde hace casi una década sigue residiendo su familia -sus padres en Donetsk, sus primas en Mariúpol, su abuela en un pequeño pueblo «en el que no hay nada»...-, aunque ella tenía claro que no debía partir.
Su primer destino fue Kiev, «donde nadie me quería alquilar una habitación por ser de Donbass». Pese a que ahora están aquí a salvo los tres, tienen la vista puesta a miles de kilómetros, en su devastada patria, donde teme perder a más familiares y amigos. Y también en Ucrania. Porque si algo tiene claro Svitlana es que «es muy grave» lo que está sucediendo. «No lo puedo creer, no tiene sentido. De política no entiendo, solo entiendo de la gente. Y la gente queremos vivir, trabajar y ver crecer a nuestros niños».
Anya | Moscú
Anya (nombre ficticio) es una de esas rusas afincadas en Bizkaia que no quiere pronunciarse en público sobre la guerra. «En Rusia nadie quiere ir a matar a ucranianos, por Dios», lanza. Pero cree que «para la gente» se reduce a «un país que atacó a otro, no quieren saber más», señala en referencia al equilibrio de poderes en la frontera entre Occidente y Oriente. Ella no está favor de la invasión -«solo quiero que acabe pronto y que esto vuelva a su ser», dice-, aunque es consciente de que hablar puede generarle más de una discusión.
Y lamenta el «doble rasero» con las sanciones, una «respuesta contundente» a la invasión que «no se ha dado en otros conflictos». «La gente no se da cuenta de que se están expropiando bienes a algunas personas simplemente por ser rusas, y no sabemos si va a ir a más».
En su caso, la guerra está siendo «dolorosa», porque tiene allegados en su país, pero también en Ucrania y en el Donbass. Y porque teme un incremento de la rusofobia. «Hace mucho tiempo puse en mis redes sociales la bandera de mi país y hay gente que me ha dicho que la quite. No se dan cuenta de que tener la bandera no significa que yo esté a favor».
Elena | San Petersburgo
Elena (nombre ficticio) lleva casi dos décadas en Bilbao. Empieza la entrevista pidiendo anonimato porque su opinión «no es muy popular» y teme ser blanco de ataques xenófobos. «La gente me trata muy bien, igual que antes, y quiero que siga así», justifica. Esta mujer de fuerte carácter tiene claro que la invasión terminará cuando quiera Ucrania. «Solo tienen que declararse neutrales», afirma. En Rusia quieren «un vecino que no esté intervenido por Estados Unidos» y que sea «amigable». «No queremos la OTAN en nuestras fronteras, es una amenaza», insiste.
A esta moscovita le duele ver «cómo han fracasado todos los corredores humanitarios», algo de lo que acusa al Gobierno de Zelenski, que tiene «a los civiles como rehenes y escudos humanos». Y espera que «todo se acabe pronto», porque «ucranianos y rusos siempre nos hemos llevado muy bien, somos hermanos».
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