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La nube de chalecos amarillos se dispersa a la carrera en cuanto ven acercarse el primer avión. Toman posiciones como auténticos profesionales, lanzan las primeras ráfagas y siguen el aterrizaje sin quitar el dedo del disparador. Comprueban el resultado y alguno tuerce el morro ... con disgusto. No le convence. Son las diez menos cuarto en la pista de aterrizaje del aeropuerto de Loiu en plena 'Euskal Spotting Weekend', la semana más esperada por los aficionados a fotografiar aviones. Los 42 'spotters' llegaron allí para las ocho y media de la mañana y se sometieron con paciencia a los exhaustivos controles de seguridad. Entre ellos, hay una docena de menores de edad y uno de los más jóvenes es Gentza, que tiene 14 años. «Empecé con esto el 8 de diciembre del año pasado. Un amigo me trajo a ver un 737 de KLM. Vine con una máquina de carrete pero mis padres vieron que me gustaba y me compraron una buena», relata. Tiene guardadas instantáneas de varios A330. Hoy les espera uno de esos gigantescos aparatos, propiedad de la compañía Air Caraïbes. Suele llevar a 280 pasajeros hasta las playas del Caribe.
«El jueves estuvimos en Foronda porque era una sesión nocturna a pie de pista muy interesante». Su madre añade con una sonrisa que «hacía un frío espantoso». En la capital alavesa «el gran objetivo son los cargueros, y en Hondarribia -que también se ha abierto esta semana- la gente busca jets de famosos del Zinemaldi». Mientras lo cuenta, aterriza junto al grupo el primero de los aviones de la jornada, un 320 de Vueling al que sigue un British Airlines. El primer despegue es un pequeño 318 que Airfrance utiliza desde hace pocos meses. Un buen objetivo.
Kepa Gorria, responsable de comunicación de Aena, confirma que «esta afición está en alza, vamos subiendo el número de plazas en cada edición -esta es la quinta- y siempre se queda alguno fuera». También se deja notar en el exterior del aeropuerto, donde se reúnen todos los fines de semana. «Esto empezó antes con trenes y barcos».
Lin es otro de los habituales en Loiu. «Empecé sacando fotos con el móvil. Mis padres son de China y viajábamos mucho. Igual por eso me gustó». Hoy trae un objetivo 55-200 y su amigo un 70-300. «Si quieres un buen equipo, sale caro», cuenta.
En el grupo, compuesto por fotógrafos de todas las edades -casi todos varones-, hay un buen número de padres y madres. «Somos los sufridores», asume José Miguel entre risas. Su hijo Aitor tiene 16 años y quiere ser piloto. «El 5 de enero les llevé a él y a cuatro amigos a Barcelona, ida y vuelta en el día para sacar fotos de aviones». Rocío, otra madre, quiere ir con ellos a Heathrow en Semana Santa. «Vamos donde haga falta». Sacrificios de quienes son padres. «Tiran 2.000 fotos en un día pero sólo les valen 50. La página web de Ryanair en Italia tiene una de mi hijo. Hay webs de internet donde suben las mejores y una revista. Es una afición sana». La madre se felicita de que «esto les obliga a aprender inglés, a sacar buenas notas si quieren ser pilotos, a aprender a editar fotografías, herramientas útiles para el futuro, sea el que sea».
El matrimonio se reencuentra con Josep, un catalán que se aficionó a los aviones hace 30 años. «El amor por la fotografía lo tuve siempre, lo heredé de mi padre», recuerda. Trabajaba en televisión, en las coberturas de los partidos de fútbol. «Viajaba todos los fines de semana y pasaba mucho tiempo en los aeropuertos». Así se forjó el hobby, pero no fue esa la chispa que lo inició. Recuerda el primer día como si fuera ayer. «Un amigo me dejó escuchar una radiofrecuencia del aeropuerto de Barcelona. Todavía recuerdo aquellas palabras. Era un aparato de Iberia aproximándose, estaba ya dentro del radar. Me enganchó». Las pasiones pueden nacer cuando uno menos se lo espera.
Mario García-Oliva es cántabro y está dispuesto a todo por esto de tirar fotos a aviones. «El jueves fui en bus desde Santander a Bilbao, donde me recogieron unos amigos y me llevaron hasta Foronda para la sesión nocturna. El bus de vuelta a Santander lo tenía a las 1.45 horas y llegué a mi casa a las cuatro de la mañana». Sólo durmió un par de horas, pero no le fallaron las fuerzas. «Al día siguiente me fui en tren de Santander a San Sebastián, que tardé siete horas con dos transbordos, más el 'Topo' hasta Hondarribia». A sus 18 años, en su tercer día seguido de acción, admite que «esta afición me está dejando sin un duro, por eso tiro del tren». Sus mayores tesoros en estos dos años de locura fotográfica son «aviones guardacostas de Islandia y jets privados mexicanos».
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