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Las catorce primeras cámaras de videovigilancia llegaron a San Francisco en 2008. Gobernaba Azkuna y era concejal Eduardo Maiz. Este último reconoció que se cuestionaron la proporcionalidad de la medida en lo tocante a la intimidad de la ciudadanía. El concejal definió el recurso a ... las cámaras como algo «absolutamente excepcional». Cuando el PP dijo de ponerlas también en Miribilla, Maiz respondió que no iban a comenzar a poner cámaras por Bilbao «como locos».
Doce años después, en San Francisco hay cincuenta cámaras de seguridad. O va a haberlas pronto. Se ultima su colocación, cumpliendo con retraso lo anunciado por Tomás del Hierro en noviembre de 2018. El por entonces concejal de Seguridad habló de un plazo de cuatro meses. También de unas cámaras modernísimas. Esto sí se ha cumplido. Las nuevas cámaras, de alta definición, grabarán a todo color incluso de noche. Algunas de ellas se podrán orientar a demanda de los agentes que las controlen desde Miribilla. A una asociación de vecinos de San Francisco la medida le parece oportunísima; a la otra, le parece un disparate. Mientras que unos creen que hace falta mano dura contra la delincuencia, otros creen que lo que hace falta es recursos e intermediación.
Yo imagino que en ambas asociaciones tendrán parte de razón. En San Francisco hará falta un poco de todo. Lo que no sé es si las nuevas cámaras son tan necesarias cuando tenemos comprobado que no hay en esta ciudad delito, trifulca o desvarío que no sea grabado al instante por un vecino desde el balcón. Asistimos a las peleas en Bolueta, en Sarriko, donde sea, casi en directo, como si siguiésemos el 'Carrusel Delictivo'. Solo falta que quienes graban mejoren un poco los comentarios y animen la narración como Andrés Montes o Héctor del Mar: «Ahí está la porra extensible, peligrosísima la porra, la porra, la porra, qué bueno que viniste, porra, más extensible que nunca...».
Cabe imaginar que son criterios técnicos, policiales, los que aconsejan la multiplicación de las cámaras en San Francisco. Qué tiempos aquellos en los que tenía sentido reivindicar en estos casos, con gravedad y nobleza, el derecho a la privacidad. Fue antes de que quemásemos voluntariamente eso, la privacidad, en los altares de Facebook, Instagram y los demás diosecillos impúdicos y narcisistas.
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