«La gente gastaba más alegre antes del covid»
Ainara Cermeño. Peluquería Im Miu (Bilbao) ·
Asume que el negocio está ahora «algo más relajado», pero contenta porque el perfil «medio-alto» de su clientela le ayuda a mantener el tirónSecciones
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Ainara Cermeño. Peluquería Im Miu (Bilbao) ·
Asume que el negocio está ahora «algo más relajado», pero contenta porque el perfil «medio-alto» de su clientela le ayuda a mantener el tirónAinara Cermeño posee la peluquería más bonita de Bilbao. Abrió hace nueve años, pero no todo es de color rosa. Reconoce que el sector «supo sobrevivir y capear el temporal» de la pandemia, aunque admite que el negocio está «ahora algo más relajado». Las obras ... que se llevan a cabo en la Plaza del Ensanche le han dejado, además, «sin visibilidad» y obligado a prescindir de dos de las siete empleadas con que contaba. «Quitamos la sección de estética porque al final era la parte que más cojeaba», detalla.
El salón de peluquería, sin embargo, ha recuperado el brío tradicional, lo que atribuye, en parte, a contar con una clientela de «perfil medio-alto que nos ayudó y salvó durante el coronavirus». Sin quejarse de la facturación, Im Miu sigue sin recuperar los niveles previos a la pandemia. «Es verdad que en nuestro caso el 2019 fue brutal. Bueno, bueno, bueno. No hemos llegado a aquello todavía. Antes del covid la gente gastaba más alegremente».
Cermeño agradece que la clientela le sigue respondiendo bien al trabajar con «mucha cita previa», pero se le revuelven las tripas al echar un vistazo a la calle y verse «rodeada de vallas». Más allá de la carestía de los alquileres, el cierre del parking, hasta finales de 2026, le ha privado de parte de clientas de fuera de Bilbao. «Vamos a pasar dos años complicados», admite. «Ahora no es un negocio de paso que dices 'voy a 'la pelu', hago unas compras, comemos y me marcho'. Esto sí que nos está afectando». Igual que la falta de relevo generacional en el sector. «Encontrar personal cualificado es en estos momentos lo más difícil para nuestro negocio. No hay savia nueva y lo acusamos», argumenta.
Silvia Herrero Factory (Trapagaran)
Tira de experiencia para justificar el éxito de su tienda. «Nunca pensé en vender a chicas que van a los centros comerciales a comprar ropa barata»
Silvia Herrero es de Sestao y dueña de una tienda de moda que le va «muy bien» en Trapagaran, de donde es su «chico». Criada a las faldas de su madre, dejó pronto los estudios y a los 14 años se volcó en un oficio que se conoce al dedillo. Por eso, cuando puso el foco en la Zona Minera, lo primero en que cayó es que no podía competir con los gigantes de ropa barata. «Las chicas del pueblo van a los centros comerciales, se toman una pizza, se prueban vestidos de 20 euros, a 10 cuando están de rebajas... No se puede competir con eso. Yo me he especializado en otro público, porque sé que esa clientela es nula en un pueblo. Hay que buscar lo que necesita el comprador, no lo que a mí me gusta», explica para justificar el éxito de su comercio.
Silvia ha apostado por una clientela «un poco más adulta», libre de «hipotecas y a la que la vida «le va un poco mejor. Por decirlo de alguna manera, no lo he enfocado a gente que no trabaja o tiene la edad de Naia», su empleada de 22 años. De hecho, antes de inaugurar su tienda, con marcas de «línea media-alta, pero asequibles y de muy buena calidad, realizó un trabajo de campo para fijarse en «cómo vestía y calzaba» la gente del pueblo.
«Aquí vendo ropa para más adultos porque hay gente mucho más mayor», detalla. ¿A qué público se dirige? «A personas de 37 a 70 años», a las que sabe cómo tratar, presume. «Hay que darles calidad y una atención que no van a encontrar en un comercio grande». Así lleva seis años. «Y, si Dios quiere», espera jubilarse. «Me meto a la cama pensando en innovar, en cómo poner los escaparates lo más bonitos posibles y en captar la atención. Si no, esto no tendría futuro», confiesa.
Carmen Raposo Tienda de bisutería Cadó (Barakaldo)
Abrió su tienda en 1998 y acusa el impacto del comercio 'online', pero confía en jubilarse en lo suyo. «Mi comercio es mi trabajo y mi pasión»
Carmen Raposo abrió en 1998 Cadó, una tienda de bisutería y complementos de moda de mujer en Barakaldo, cuando «todavía se pagaba con pesetas, no había internet y la vida era una maravilla». Tras 26 años detrás del mostrador, se siente satisfecha, aunque juzga «una locura» el mercado 'online' por las dificultades de captar al público juvenil. «Todas las compras de la juventud son digitales», lamenta.
Así que cada temporada se convierte en un ejercicio de «lucha» y dudas porque, pese a la experiencia, «no sabes si va a gustar lo que has cogido. Cada vez nos influye más todo. La guerra de Ucrania, por ejemplo. Por no hablar de la pandemia. Todo lo que vendo me tiene que gustar a mí. Mi hermana me suele decir 'tú no vendes, a ti te compran'. Pero ni sé ni quiero vender lo que no me gusta a mí. Intentar que alguien se lleve algo a toda costa supone perder una clienta». Raposo cuenta con la ventaja de disponer de un local en propiedad, «porque los alquileres son desmesurados, pero si eres propietaria te toca pagar el ascensor de la comunidad de propietarios, los arreglos del tejado, la fachada... Todo es una locura de dinero».
La dueña de Cadó disfruta vendiendo ahora a hijas de las que fueron sus primeras clientas, pero tiene claro que debe contener los precios. «No puedes tener una gama alta, pero tampoco tirar a a la baja, porque hay que ofrecer calidad y diseño. Y eso hay que pagarlo», subraya. Espera y desea jubilarse en Cadó: «Mi trabajo es también mi pasión. Estoy todo el día aquí. Lo soy todo. Soy la empleada, la CEO de la empresa, la encargada de la limpieza, también de la contabilidad... Hay que estar al día en todo», dice.
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