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Luis Gómez
Domingo, 3 de abril 2016, 02:16
La moda se ha cobrado una nueva víctima. El francés Hedi Slimane (París, 1968) ha pasado a formar parte de la lista de ilustres y jóvenes cadáveres vampirizados por una industria que actúa sin compasión y miramientos. Les saca la sangre y todas las energías ... creativas posibles hasta dejarlos secos e inservibles. Sólo los más talentosos y fuertes consiguen rehabilitarse personal y profesionalmente.
Saint Laurent se ha llevado por delante una de las agujas más veneradas, misteriosas e inteligentes con una diabólica venganza que ya empieza a ser habitual en la industria de la moda. Los ritmos de producción dejan tirados cada temporada en la cuneta a un buen número de diseñadores. El año pasado Gucci se cargó a Frida Giannini y Lanvin al rechoncho Alber Elbaz. Ambos acumularon méritos sobrados para seguir como directores creativos de estas dos legendarias firmas, pero los números no perdonan. Bajaron las ventas y les pusieron de patitas en la calle.
No es el caso de Slimane, que había duplicado la facturación elevó el año pasado los ingresos a los 1.000 millones de euros gracias a diseños que reflejaban, en lo que ha sido una constante en su carrera, su pasión por la música con una estética rockera y adolescente. Convirtió en imagen de marca a Marilyn Manson y Bek, personajes alejados de la estética tradicional de la casa. Entre medias, Raf Simons, uno de los hombres más sensibles del panorama fashion, abandonó Dior y Balenciaga le dio un puntapié al norteamericano de origen asiático Alexander Wang. Golpes contundentes que demuestran cómo se las gasta este negocio.
Aunque suene extraño, el despido del ojeroso y famélico Slimane estaba cantado desde hacía varias temporadas. Era un rumor que sonaba con sospechosa insistencia, pese a llevar solo cuatro años en la casa. Le ha pasado lo mismo que a su antecesor, Stefano Pilati, al que se quitaron de encima también de muy malas maneras. La rumorología terminó imponiéndose el pasado jueves. El hombre que rescató los trajes pitillo y estilizó hasta extremos casi enfermizos la figura masculina ha recibido un sopapo en su orgullo profesional. Ha perdido el pulso y veremos si las constantes vitales para prolongar una carrera plagada de altibajos e incomprensiones. Ya en su día fracasó en el intento de lanzar su propio sello. El creador que consiguió que Karl Lagerfeld, diseñador de Chanel, adelgazara 40 kilos solo para enfundarse sus ternos está ya en el paro.
No tendrá problemas económicos. Su cuenta corriente está boyante, pero su estatus de poderoso modista pierde fuelle. Su marcha de Saint Laurent se podría haber evitado de no haber traspasado unas puertas que posiblemente nunca debió abrir. Su fichaje fue como meter a la zorra en el gallinero. Slimane, que cumplirá 48 años el próximo 5 de julio, se planteó un imposible: vestir con aires punk, cuero y lentejuelas a millonarias clientas que preferían acomodarse en la discreción y elegancia clásica. En el estilo de una casa, en definitiva, que inventó la sahariana e incorporó el esmoquin a los armarios femeninos. Es verdad que una operación idéntica elevó a los altares a Olivier Rousteing en Balmain.
Pasarse de frenada
Pero segundas partes nunca funcionaron en este negocio, pese a recuperar los ojos en negro ahumado, los labios perfectamente rojos y las melenas mojadas y peinadas para atrás para sus modelos. Puso la casa patas arriba y la dio un giro total hasta hacerla prácticamente suya, pero posiblemente se excedió. Es el riesgo de la transgresión, pasarse de frenada. De nada le sirvió tampoco reverenciar el legado del fundador en las últimas colecciones porque seguramente ya tenía firmada la sentencia de muerte por un François-Henri Pinault, presidente de Kering, que le agradeció los servicios prestados con una absoluta frialdad tras haber devuelto a la etiqueta su «modernidad y su autoridad» en la moda.
Autodidacta, Slimane inició su relación con Saint Laurent en 1997, cuando fue nombrado director de las colecciones masculinas de prêt-à-porter, aunque después se pasó por Gucci y Dior antes de tomarse cinco años sabáticos. Durante este tiempo se dedicó a la fotografía, su «pasión más temprana» y otra de sus grandes obsesiones Amy Winehouse, Daft Punk, Sky Ferreira y Courtney Love, entre otros artistas, posaron ante su objetivo, la edición de libros y el comisariado de exposiciones. Al frente de la marca, actuó como un general con plenos poderes. En 2012 tomó el control de las colecciones de ropa y accesorios, pero también planificó las campañas de publicidad. Dirigió la firma a miles de kilómetros de distancia, ya que vive en Los Ángeles desde 2008.
Dejó huella con su gusto por la androginia y el grunge. Si inventó al hombre moderno con camisas sin corbata o muy finas estas, chaquetas escandalosamente entalladas y zapatos abotinados, llenó los armarios de las mujeres de transparencias, capas, blusas de gran lazada y ponchos. También inundó las pasarelas de camisas de cuadros, medias de rejilla roja, perfectos de cuero negro y pronunciadísimos escotes en V. Su corte de fieles Justin Bieber, Lady Gaga, Demi Moore y Dakota Fanning agradeció la estética glam en el que se inspiró uno de sus últimos shows, preámbulo de su retirada. Cabe preguntarse si Hedi Slimane será capaz de reinventarse otra vez o terminará en un psiquiátrico como le pasó a Christophe Decarnin tras convertirle Balmain en un trapo sucio.
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