
Carlos Benito
Lunes, 21 de marzo 2016, 01:23
El Sporting Club de Montecarlo acogió el sábado la edición número 62 del Baile de la Rosa, esa fiesta con la que los monegascos -o, al menos, esos pocos monegascos que todos conocemos- celebran cada año la llegada de la primavera. El baile es un evento benéfico en el que cada uno de los novecientos asistentes paga ochocientos euros, destinados a la Fundación Princesa Grace. A cambio reciben cena, diversión y la experiencia de codearse con la familia real, como si se hubiesen zambullido de cabeza en las fotos de las revistas.
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Este año, el tema del sarao era Cuba. El modisto Karl Lagerfeld volvió a ocuparse de la decoración, inspirada en los campos de caña, el color turquesa del mar y las calles bulliciosas de La Habana Vieja. Le faltó, eso sí, tropicalizarse a sí mismo, ya que compareció con su riguroso uniforme de Karl Lagerfeld, incluidos esos guantes negros de aire tan poco caribeño. Los invitados fueron recibidos con un mojito y un Cuba Libre, para ir calentando motores, y la música corrió a cargo de varios conjuntos de son y reggaetón, mientras que el menú de la cena incluyó especialidades como plátano macho a la leche de coco o mango asado con especias. El remate fue un buen habano, cómo no, pero de chocolate.
Como gran novedad, la velada supuso el debut en el baile de Alejandra de Hannover, la hija menor de Carolina, de 16 años, que según los cronistas acabó bailando «como una loca» pero aparece en las fotos mucho más modosita, con su vestido rosa de Chanel. También se meneó lo suyo Carlota, que nunca suele hacerse de rogar para saltar a la pista. Sin embargo, el protagonismo estético se lo arrebató su cuñada Béatrice Borromeo, esposa de Pierre, que lució un vestido rojo de Giambattista Valli apto para las ceremonias cinematógraficas más exigentes.
Y también este año hubo ausencias: faltó, por segundo año consecutivo, la princesa Charlene, de modo que fue Carolina quien auxilió al príncipe Alberto en sus tareas de anfitrión. La fiesta concluyó a eso de las dos de la madrugada, una hora prudente para Montecarlo y todavía más para La Habana.
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