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M. J. Tomé
Miércoles, 18 de mayo 2022
Es una seña de identidad del Cantábrico, un rasgo propio y diferencial del tramo comprendido entre Asturias y la costa vasco-francesa. Tan solo aquí y en un puñado más de puntos del planeta -algunas zonas del litoral californiano, del sur de Australia o de África- se desencadena este espectacular fenómeno atmosférico, un auténtico reto predictivo para los meteorólogos. Se trata de las galernas, esas tempestades repentinas que se presentan en verano casi sin avisar para acabar arruinando un apacible y bonito día de playa. Cada año se contabilizan en Euskadi entre dos y tres episodios de este tipo. Hoy en día transcurren sin mayores consecuencias que una estampida de bañistas pero, históricamente, han sido sinónimo de tragedia, muerte y destrucción entre los hombres de la mar.
Estamos en plena temporada de galernas, un fenómeno que puede desencadenarse entre finales de abril y los últimos días de septiembre. Aunque aún no se conoce con exactitud cuál es el mecanismo exacto que las provoca, sí se sabe que su origen está íntimamente ligado a la particular orografía de la costa cantábrica, cruzada por una cordillera paralela al litoral que juega un papel determinante entre los vientos que proceden del mar y los que llegan desde la reseca meseta castellana. La interacción de ambos flujos en relación con el macizo montañoso se traduce en significativos cambios de temperatura, humedad y presión atmosférica. De hecho, se engloban entre los fenómenos conocidos como «perturbaciones atrapadas en la costa».
En síntesis, una galerna es un temporal repentino y violento que se desata en jornadas normalmente bochornosas y de ambiente apacible. De repente, sin señales de aviso aparentes, se produce un súbito y brusco giro del viento -de oeste a noroeste- con fuertes rachas que pueden llegar a superar los 80, e incluso, 100 kilómetros por hora. El cielo se oscurece por la llegada de brumas y nubes bajas, las temperaturas se desploman a velocidades de vértigo -hasta más de 15 grados en solo 20 minutos-, aumenta la humedad relativa hasta el 100%, también se dispara la presión atmosférica y pueden aparecer chubascos.
La situación marítima, hasta entonces de calma chica, empeora de forma considerable, poniendo en serio riesgo la estabilidad de las pequeñas embarcaciones. Pero el riesgo no solo se circunscribe a la costa. Los efectos de estos temporales también se dejan notar en los primeros 20 ó 30 kilómetros tierra adentro. Son muchos los pilotos que han tenido que poner a prueba su pericia a la hora de tomar tierra en el aeropuerto de Loiu en pleno vendaval durante una galerna.
En realidad, el temporal comienza a desarrollarse en la costa asturiana, a la altura de Avilés, desde donde se propaga de oeste a este a gran velocidad, hasta morir en las costas del País Vasco-Francés. Pero es el litoral vasco el más afectado ya que alcanza su máxima intensidad y rapidez entre el enclave cántabro de Ontón, casi en el límite con la muga vizcaína, y Biarritz. Desde que entra en Euskadi hasta que se extingue en la costa gala transcurren de media unas dos horas.
A pesar de los avances logrados en el último siglo en las técnicas de predicción, las galernas representan todo un reto para los expertos ya que en ocasiones los modelos meteorológicos no son capaces de preverlas. En estos casos, los meteorólogos deben suplir esta carencia con una vigilancia muy estrecha, no solo de la costa vasca, sino sobre todo de la cántabra y la asturiana, ya que hay una serie de condiciones que permiten adivinar su llegada. Una de ellas es una notable diferencia de temperatura -de hasta 20 grados- entre ambos tramos del litoral. Pero sobre todo el aspecto más significativo son los cambios que se registran en la presión atmosférica si sube en Asturias y Cantabria y baja en Euskadi. El hándicap es que estas variaciones se detectan con media o una hora de antelación, lo que obliga a emplear sistemas de predicción a muy corto plazo.
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