'Apuñala a otro hombre en el estómago durante una pelea en las galerías de Deusto', 'Tres detenidos por pegar y robar a un viandante en las galerías de Deusto', 'Un joven de 18 años hiere con un puño americano a otro en la cabeza ... en Deusto'... Durante las últimas décadas el pasadizo entre Avenida Madariaga y Lehendakari Aguirre ha alimentado la crónica de sucesos bilbaína con numerosas agresiones, robos y peleas que han provocado el éxodo de bares y comercios de la zona. Ahora, con las paredes mugrientas y las fachadas plagadas de grafitis, operan muy pocos negocios: la imprenta Digital Ink, de la emprendedora vizcaína Silvia Rico, una empresa de marketing digital propiedad de José Parra, un joven empresario venezolano -«vine aquí hace año y medio porque buscaba una oficina barata y pago 250 euros mensuales por 40 metros cuadrados en este sitio tan despoblado»-, un centro de ecografías y una tienda de chuches.
Publicidad
Nada más. No hay ni un solo bar en funcionamiento -el 'Escondite', que tantos quebraderos de cabeza dio al vecindario, está cerrado a cal y canto-. En cambio, han abierto sus puertas, o están a punto de hacerlo, tres txokos, que intentan insuflar vida a una galería que, según sus inquilinos, ofrece una «imagen muy deteriorada. Aquí ha habido muchos locales de hostelería tóxicos que causaban bastantes follones y líos. Ahora está algo más tranquila», descubre Rico.
Quejas por la nula vigilancia
Sucias, inseguras, conflictivas -en muchas ocasiones se advierten las reticencias de numerosos transeúntes a atravesarlas a plena luz del día- y con muy poca actividad comercial, la mayoría de galerías de la villa asiste a un declive acentuado por la pandemia. «Cada dos por tres tenemos que llamar a la Policía porque muchos chavales se ponen a fumar marihuana en las escaleras de abajo. Siguen viniendo chicos raros a beber y a montar algarabías sin que las autoridades lleguen a intervenir», reprocha Isabel Amundaño, también venezolana, propietaria de Gozokiak Tximeleta.
La degradación de estos corredores alcanza a todos los barrios, ya sea el que conecta Pozas y Ercilla, el de Alameda Urquijo, el enclavado en el antiguo Mercado Carlton o el situado en Zabalburu. Unicamente el ubicado bajo la Plaza Indautxu mantiene una importante actividad, con un supermercado de Eroski y un notable número de establecimientos con un gran tirón entre la clientela. También el de Fernández del Campo, reconvertido en un «gran espacio creativo», según el empresario Borja Elorza, con una sombrerería, varias tiendas de cerámica y anticuarios y un taller de pintura, además de una frutería y una agencia de publicidad.
Publicidad
Pero son una excepción. Con los alquileres por los suelos, la jubilación de Rosa Echevarría, que durante medio siglo regentó una de las chucherías más populares de la villa, confirmó a finales del año pasado el derrumbe de la céntrica Galerías Isalo. Abundan los carteles de 'Se vende' y 'Se alquila', aunque todavía mantiene su sede el centro de estudios San Luis y el club privado de moda Madame Lou Lou. Aún cuelgan los rótulos de establecimientos que funcionaron en su momento con gran éxito, pero que forman parte del pasado: Restaurante Donizetti, Cyber Party, Moda Stylo...
Sin embargo, la realidad es muy diferente. Los peluqueros Ferrero informan de su traslado a Ercilla 36, mientras Verónica Blanco, dueña de la boutique de mujer del mismo nombre, se duele el «lamentable» estado de la galería: «Llevo 40 años aquí y solo hay que ver lo dejada que está ahora mismo. Apenas la limpian. Esta galería fue la bomba. Lo que ha sido y en qué se ha quedado, una verdadera pena», reprocha Blanco, que atribuye parte de la degradación a que al tratarse de un lugar privado hay propietarios dispuestos a costear reformas y otros que no quieren gastarse ni un euro. «Vender a pie de calle es más fácil, pero el comercio está muy mal en general. Si estamos como estamos todos es porque las ventas 'online' nos están matando, pero no solo a nosotros», corrige Conchi, la propietaria de la zapatería Doña Zapatilla.
Publicidad
Muchos comerciantes han bajado la persiana y otros se lo han pensando, como el dueño de la coqueta tienda de decoración Be Wery. «Estamos totalmente muertos. Casi todo está vacío. Es la pescadilla que se muerde la cola. Hace 20 años, esto funcionaba muy bien. Ahora, si la gente no ve nada, ¿para qué va a entrar?», zanja. Si el decorador mantiene abierto su comercio, es porque va saliendo adelante gracias a proyectos de interiorismo, pero no por la caja que hace con las ventas diarias. «De los clientes de paso no puedes vivir. Parte de lo que está ocurriendo es responsabilidad de la Policía Municipal. Este lugar se llena de indigentes y de jóvenes que acuden a hacer botellón, pero da igual que llames a los agentes porque nunca aparecen por aquí», protesta. En vez de alquilar los inmuebles desocupados, algunos propietarios, como Zorita, una joyería de toda la vìda, han descubierto un gran negocio reconvirtiendo los locales comerciales en trasteros.
También en la Galería Urquijo, reina de la noche bilbaína desde los años 80 hasta mediados de los 90, han apostado por transformar antiguos bares en cuartos para almacenar todo tipo de enseres. La imagen de Isalo es desoladora. El mítico Gorrotxa, uno de los primeros restaurantes bilbaínos en lucir estrella Michelin, lleva años con el cartel de 'Se vende' y 'Favela' es uno de los pocos negocios nocturnos que funciona a base de ritmos latinos. Muchos hosteleros «se han llevado la licencia a otros sitios», recuerdan en la oficina de seguros Urquijo 30.
Publicidad
espantada
En estos días de bajas temperaturas, los vecinos se quejan de que la pasarela se llena de 'sin techo' e inunda de «olor a orines», acrecentando la sensación de descuido. Muchos estudiantes acaban aquí también con sus litronas. En la galería del antiguo mercado del Carlton, abierto en 1986, apenas quedan en activo tres vendedores de la veintena que llegó a trabajar: el pescadero Miguel Ángel Salazar, el charcutero Esteban Fernández y el quiosquero. «Nos hemos quedado sin relevo generacional, según se ha ido jubilando la gente y el tiempo ha pasado factura al edificio», reconocen.
Menos vendedores perviven aún en las galerías de Zabalburu. Iñigo Gamir es «el último mohicano». «Las galerías nunca han funcionado en Bilbao», asegura el propietario de la librería Intomar. Algo que comparte Jorge Aio. No obstante, el gerente de BilbaoCentro invita al Ayuntamiento a retomar este modelo comercial. «Siempre han tenido dificultades porque no está en la cabeza del cliente pasar por ellas a no ser que tengas que ir a algún negocio en concreto, pero las galerías podrían tener éxito y ser rentables si ofreciesen una imagen atractiva».
Accede todo un mes por solo 0,99€
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Te puede interesar
Publicidad
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.