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En Artxanda, el más civilizado de los montes bilbaínos, con su funicular, sus establecimientos hosteleros y su altitud tolerable, y con unos senderos que Blas de Otero reconoció «llenos de helechos de llantos», han pasado muchas cosas a lo largo de la historia ... y es innegable la importancia que ha tenido en la vida de Bilbao como lugar de esparcimiento.
En la cima de esta colina se instaló una emisora en 1918 para mantener contacto con el yate real Giralda que se hallaba navegando por el Cantábrico. Esta sería la primera vez que en Bizkaia se tenía noticia y utilizaba la radiotelefonía. También se erigió en Artxanda un molino de viento, pero mucho atrás, allá por el siglo XVII, con el fin de aprovechar la energía del viento que allí azotaba para moler trigo y maíz. La Ermita de San Roque de Artxanda, aunque no hay fecha exacta de su construcción, se supone que se abrió en la misma época. En la guerra de 1936 quedó muy estropeada. Se reconstruyó años después de forma sencilla y en noviembre de 1981 se realizó una reforma total con un coste de más de dos millones de pesetas, financiadas por los vecinos del monte Artxanda.
Y luego está la gruta de Lourdes, próxima a la estación del Funicular. Se inauguró en 1926 gracias a la generosidad de Marcelino Ibáñez de Betolaza y Luco. La ermita está dedicada a Nuestra Señora de la Corona, se edificó en 1946 por el arquitecto Manuel María Smith e Ibarra (Bilbao, 1879-1956) según deseos de Doña Corona Arritola y Urquijo, viuda de Don Marcelino.
Más cosas. Hace más de un siglo se barajó la posibilidad de ubicar un gran parque de atracciones en la cima de Artxanda semejante al que poco antes se había inaugurado en el Igeldo donostiarra. Los dos proyectos partieron del mismo promotor, Evaristo San Martín, quien contempló para ambos casos la construcción de un funicular que alcanzara las cumbres. Y aunque el parque de atracciones de San Sebastián se llevó a efecto, en Bilbao no, al menos entonces. Pasarían muchos años hasta que la idea del centro de atracciones volviera a resurgir, aunque fuera en otra cima cercana, con el fracaso por todos conocido.
El Parque de atracciones de Bizkaia (de Artxanda para los locales) creó una gran expectación, contaba con una veintena de atracciones, su Montaña rusa «Mendi Mendiyan», un mini zoo, Karts, Casas encantadas, laberintos… Y sobre todo se caracterizó por sus grandes cubiertas metálicas que simulaban una cordillera de montañas que cubrían las atracciones de la común lluvia bilbaína. Pero sólo estuvo abierto 16 años. Su larga distancia del centro urbano y en lo alto del monte creaban un parque aislado y difícil acceso que no sobreviviría a la crisis social e industrial de los 80. Tras fallidos intentos de rescatarlo cerró en 1990 y fue completamente demolido en agosto de 2018.
Lo que sí salió adelante en Artxanda fueron el funi y el casino. La inauguración de ambos tuvo lugar a mediodía del jueves 7 de octubre de 1915 bajo la presidencia del alcalde en aquella época, Benito Marco-Gardoqui. «Sus comedores amplísimos, rematados en unas amplísimas rotondas encristaladas, están llenos de ventanales y construidos con tanto acierto, que no habrá mesas interiores, y desde ellas se estará viendo todo el panorama», decía una crónica de la época sobre el casino, que pasó a convertirse en lugar de citas gastronómicas de postín y de inolvidables tardes de cafecito largo, hasta que, en la primavera de 1937, cedió al salvaje impulso de la Guerra Civil.
El funicular fue destrozado por los disparos de la aviación franquista, suspendiendo su servicio el 18 de junio (fue reinaugurado en julio de 1938). El casino, reducido a escombros, fue mudo testigo de la batalla previa a la caída de Bilbao. Sólo quedó la explanada que había en su frontal, en la que un monumento recuerda hoy el hecho histórico. Sin casino y sin parque de atracciones, en Artxanda quedó la pista de patinaje de cemento (qué bailes se organizaban allí en la década de los años 50), los restaurantes y txakolíes.
Otro entretenimiento en Artxanda para la juventud bilbaína fue, años después, el 'Palacio de hielo' de Nogaro. Cuántos golpes y moratones hasta 'aprender' a patinar… y lo que se ligaba. Hoy desaparecido, se construyó según proyecto del arquitecto Rufino Basáñez (Bilbao, 1929) y se inauguró en noviembre de 1973 con un costo de 150 millones de pesetas. Cuatro años antes, el 12 de junio de 1969 se había aprobado en sesión plenaria el proyecto y el 15 de febrero de 1975 se inauguraba la Ciudad Deportiva Municipal de Artxanda.
«Muy poca gente lo sabe, pero el primer aeropuerto de Bilbao estuvo en Artxanda. Yo cuando lo vi en la documentación dije, 'esto será una bilbainada'. Pues no, era de verdad». Así contaba Joseba Barrio, autor con Juanjo Olaizola de 'El funicular de Artxanda, 1915-2015', la primera impresión que se llevó al descubrir este curioso dato durante el trabajo de documentación para su detalladísimo libro. Su asombro se multiplicó cuando se topó a continuación con la noticia de que el único pasajero del primer vuelo sin escalas entre Bilbao y Madrid fue el político socialista Indalecio Prieto. Ocurrió el 27 de julio de 1920 y la prensa se hizo eco del viaje.
Tampoco es muy conocido que en enero de 1968 salió a la luz pública un proyecto que contemplaba el traslado del Hospital de Basurto a las faldas del monte Artxanda, en las cercanías de la Universidad de Deusto, y que incluía la posibilidad de convertirse en el hospital clínico de una nueva Facultad de Medicina. Fueron sus autores tres jóvenes arquitectos de Madrid: Martín José Marcide Odriozola, Fernando Flórez Plaza y Miguel Tapia Ruano. Pero el acuerdo del consejo de ministros que creó la Universidad Autónoma de Bilbao, que incluía una Facultad de Medicina, abortó aquella iniciativa
A Artxanda no se le ha dejado en paz en los últimos años. Hace tres inviernos, EL CORREO se hizo eco de un proyecto curioso y de bastante impacto desde el punto de vista estético que se planteó sacar adelante el Ayuntamiento; la construcción de un teleférico para unir Abandoibarra con Artxanda. ¿Con qué propósito? Atraer a turistas que quisieran a gozar de unas estupendas vistas sobre uno de los mayores polos de atracción de la ciudad como es el Museo Guggenheim, y revitalizar Artxanda como centro de ocio. Dependiendo del número de cabinas instaladas, se calculó un coste de entre siete y once millones de euros. Ahí quedó el asunto.
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