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Santo Tomás es varias cosas a la vez y ayer la meteorología intervino como si quisiese poner orden, no fuese a mezclarse todo en plan alocado, confuso y posmoderno. De ese modo, la mañana fue soleada, cálida, luminosa, muy agradable, y las familias, los niños, ... los gastrónomos pudieron disfrutar del evento en su versión original y canónica: una fería agrícola que trae a la ciudad los mejores productos del campo.
Quienes fueron pronto a Santo Tomás para hacerse con las más selectas suculencias -las alubias que se despacharán en el tradicional encuentro navideño con los amigos que viven fuera, el queso de Idiazabal que elevará a la categoría mística la sobremesa de la cena de Nochebuena- pudieron hacer sus compras en un ambiente inmejorable. Había en el mercado mucha gente, pero no había que llevar paraguas, con lo que las manos quedaban libres para sopesar críticamente los tomates, las lombardas, las cebollas, las botellas de txakoli.
El viento comenzó a levantarse a última hora de la mañana. Para entonces, el ambiente en El Arenal empezaba a cambiar de un modo sutil pero decisivo. Digamos que la tribu del katilu reutilizable se disponía a tomar las posiciones que pronto les llevarían a imponer su férreo control sobre el territorio. ¿Quiénes son los miembros de esa tribu? Hemos de decir que su composición es variopinta. Abarca a gente de todas las edades e incluye a juerguistas de reconocido prestigio y también a gente que solo baja al Arenal a «dar una vuelta» y puede que todavía hoy, a estas horas, no haya regresado a casa. Tampoco debemos olvidar a los más jóvenes, que no tienen presupuesto para trabajar los caldos selectos del país y optan por ir al súper para aprovisionarse de vino y cola con los que hacer kalimotxo, quizá también de algo de vodka de precio irrisorio y nombre vagamente soviético: Stanivslaski, Potemkin, Kalashnikov.
El modo en que Santo Tomás va transformándose en una especie de botellón colectivo, masivo, municipal, es, a su manera, muy hermoso. Sucede con una mezcla de indiferencia e irreversibilidad que solo puede definirse como biológica. El motor de esta particular evolución, su causa no causada, es una frase que no deja de pronunciarse durante toda la jornada, aunque cada vez se pronuncie un poco peor: «Habrá que sacarse otra botellita de sidra, ¿no?»
Como si se tratase de marcar una frontera entre la feria agrícola y la juerga intensiva, ayer a la hora de comer el cielo se encapotó con mucha dramaturgia y comenzó a llover. Fue un modo de que la gente respetable se fuese yendo para casa a poner los niños a salvo y las alubias en remojo. A medida que avanzó la tarde, ya en la penumbra que favorece los excesos, el Arenal fue adquiriendo como suele un aire de fiesta gorda y crisis de la civilización. Todo el mundo brindando entre las casetas y los árboles iluminados. ¿Por qué brindaban? Pues por Santo Tomás en concreto y por el sábado noche en general, porque hoy va a tocarnos la lotería con total seguridad y porque la Navidad, como quien dice, ya ha comenzado en serio. Miles y miles de personas en la calle, abrigadas, cuando no vestidas de caseras, y dispuestas a trasnochar. Es un fenómeno que en esta ciudad solo consigue la Semana Grande de un modo comparable. Yo este año me he enterado de que los más jóvenes llaman «Santoto» a Santo Tomás. Y me lo pregunto, claro, como cualquier adulto responsable. ¿En qué nos equivocamos? ¿Qué es lo que hicimos mal?
La jornada Santo Tomás es la gran fiesta del agro vasco y la fiesta sin más
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