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Ander está a punto de cumplir ocho años. Es un crío risueño, sonriente y cariñoso con sus padres, Joseba y Elena. Al caminar bajo la ... lluvia en un día típico invernal, canturrea alegremente mientras va agarrado de la mano. Es un niño con un autismo «muy severo», una discapacidad del 60% y un grado 3 de dependencia, el máximo posible. Como dice su familia, es un crío «no verbal»; es decir, no habla. Pero se entiende con sus padres.
Ander está matriculado en Ikasbide, un colegio concertado en el bilbaíno barrio de Indautxu. Tiene asignados varios recursos. Cuenta con una especialista de apoyo educativo que le acompaña durante casi toda la jornada, un docente de Pedagogía Terapéutica y un logopeda con el que trabaja una hora por semana. También va a un centro privado de atención temprana que su familia costea con una subvención. Y, sin embargo, si bien le ayuda «mucho», todo esto no es lo que el pequeño precisa. El colegio «hace todo lo que puede», dicen sus padres. Pero no resulta suficiente.
«Lo que Ander necesita es ir a un colegio de Educación Especial», explican Joseba y Elena. Un lugar con ratios reducidas y personal cualificado para atender a estudiantes con diversas problemáticas. Además de profesorado de Pedagogía Terapéutica, estos centros cuentan con especialistas de apoyo educativo, profesorado de audición y lenguaje, psicólogo y en ocasiones fisioterapeuta y terapeuta ocupacional.
230 plazas
tienen los tres centros de educación especial que hay en Bizkaia y todas están ocupadas.
El problema es que apenas hay tres colegios de estas características en Bizkaia (dos en Bilbao y uno en Derio). Los tres son concertados, los gestionan entidades sociales del tercer sector (Aspace, Asbibe y Apnabi) y cuentan con 230 plazas. No hay ningún hueco libre, según confirman fuentes oficiales del Departamento de Educación. «Pero Ander no tiene la culpa. Necesita ir a un centro de Educación Especial, donde va a estar bien atendido y va a ver cumplido su derecho de acceder a la educación», lamenta Elena.
La familia, que recibe apoyo y asesoramiento de la asociación Lagundu Euskadi, puso en marcha hace unos meses una campaña para recoger firmas en el portal 'change.org'. Ya han recabado más de 32.000 apoyos. «Es importante porque no nos afecta sólo a nosotros, hay más familias en la misma situación», apunta Joseba.
En general, los alumnos acuden a colegios ordinarios hasta los ocho años. Se supone que en ese tiempo se trabaja para que se integre con el resto de estudiantes y que éstos, a su vez, conozcan realidades distintas a la suya. En ese sentido, Elena y Joseba reconocen y valoran el trabajo desempeñado por la comunidad escolar de Ikasbide.
Sin embargo, a partir de los ocho años, los alumnos como Ander son derivados a centros de educación especial. Aquí no hay asignaturas al uso. Básicamente lo que se trabaja con los menores es que ganen autonomía para que el día de mañana sean lo menos dependientes posible. Por ejemplo, salen a la calle y aprenden las reglas básicas de circulación, a cruzar cuando el semáforo está en verde... «Que en el futuro se pueda afeitar, que vaya a por el pan, que adquiera hábitos de higiene...».
Estas aulas especiales cuentan con materiales adaptados que ayudarían a Ander a profundizar en el trabajo que ya realiza en el colegio y en las sesiones de atención temprana: desarrollar el lenguaje no verbal, trabajar con texturas, aprender técnicas de relajación... Una de las principales tareas que tiene es aprender a «autocontrolarse», explica Elena, porque tiene rabietas, «aunque con el tiempo ha mejorado». «Si algo nos ha enseñado Ander es a valorar las pequeñas cosas de la vida: una sonrisa, una mirada...», cuenta su madre.
Para obtener plaza en unos de los tres centros vizcaínos primero debe realizarse una valoración «técnica» que incluye informes psicopedagógicos, la opinión de profesionales del Berritzegune Nagusia y del colegio en el que está matriculado el estudiante. En el caso de Ander, esa propuesta ya se ha realizado, pero la noticia sobre si tiene hueco no termina de llegar. El problema es la falta de plazas. «Pero no es culpa de Ander. Educación y el Berritzegune tienen que hacer algo», lamentan sus padres.
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