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Begoña Martínez, de 88 años, posa frente a los pesqueros amarrados en el puerto de Santurtzi. Sergio García
«Lo de la falda remangada es un cuento»

«Lo de la falda remangada es un cuento»

Una ría y diez oficios | Begoña Martínez (sardinera) ·

EL CORREO repasará en próximas semanas algunos de los oficios más ligados a la ría de Bilbao, unos al borde de la extinción y otros que gozan de excelente salud, pero todos parte del imaginario popular

Sábado, 16 de marzo 2019

Es Begoña Martínez Agirre, 88 años, una de esas mujeres con las que se cierra una época. Sardinera de Santurtzi «y lo que hiciera falta, con tal de llevar un kurrusku a casa», su vida ha discurrido a merced de las mareas y los temporales, siempre pendiente de los pescadores que volvían a puerto empapados en salitre y escoltados por bandadas de voraces gaviotas. Entre ellos su marido, Ángel Urtiaga, patrón del 'Padre Celestial' y antes del 'Tobaneko' y del 'Villa de Santurtzi', muerto hace cinco años. «Mi gorrión de campanario», rememora, mientras da la espalda a las merluceras y boniteras que amarran al abrigo de los diques, la lonja y esa vía férrea que recorre el pueblo de punta a punta como una cicatriz siempre fresca.

Begoña –pañuelo morado y delantal mahón, el uniforme con el que quiere que la entierren, «por supuesto descalza»– engrosó las filas de las sardineras a los 55 años, pero lo cierto es que ha vendido pescado toda su vida. A los 13 ya cargaba cajas en la fábrica de hielo de Portugalete y vendía baldes a rebosar de panchitos, antxoas, nécoras y, por supuesto, sardinas. Sus clientes estaban en Plentzia, Urduliz, Sopela, Lutxana, Asua... Y cuando le quedaba un rato libre –pocos– lo mismo lavaba ropa que vendía huevos o cargaba leche en el Campo Volantín, el Sagrado Corazón, la plaza de toros... «Llegaba a casa y tenía que cambiarme hasta de bragas de la sudada que llevaba», suelta con una carcajada espontánea que se contagia.

«Estoy muy orgullosa de haber mantenido a mis padres, porque ellos me trajeron al mundo», pero más lo está de su marido, con el que hablaba por radio cuando la madrugada les sorprendía a él en alta mar y a ella en casa, con tres hijos, pendiente siempre de si él necesitaría hielo o el camión para llevar 'pitando' el pescado fresco a Mercabilbao. «Aita, le decía, ¿cierro ya?. Bai, polita. Duerme».

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Begoña no conocía el descanso, primero en la esquina de la Txitxarra, luego en la de Santa Eulalia; sola o con sus hijos. Ahora, que tiene 33 más y «siete vértebras aplastadas», recuerda, nostálgica, aquellas sisas y regateos a cara de perro, «con Ángel echándoles a las clientas una o dos antxoas más de la cuenta. Pero tú qué te crees, le decía yo, que eso es dinero. 'Calla, tonta, que así vienen mañana'. Y ya lo creo que venían. ¿Puyazos yo? He sacado dinero de donde fuera. Y si había que coser el bolintxi para no gastar en redes, también. Mi madre decía 'el que a la tienda va y viene, dos casas mantiene'».

Cuando le preguntan por la canción que la encumbró a ella y a las demás sardineras, desmonta el mito en un pispás. «¿La falda remangada? Eso es un cuento. Igual que eso de que íbamos de Santurtzi a Bilbao por toda la orilla. El tren llegaba a Portugalete y allí montábamos con la cesta». Tonterías, las justas.

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