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A Ewin Carvajal, un peruano de la localidad de Trujillo, y a su compañero de alturas, Pedro Madrid, hay que reconocerles que el vértigo no ... les ciega. «No podríamos trabajar en esto si tuviéramos miedo», sonríen. «Hay que valer», asiente Gerardo Álvarez, jefe de mantenimiento de Torre Iberdrola.
Muchos ciudadanos reparan estos días a ras de suelo en estos dos cristaleros encargados de abrillantar la cara exterior del techo de Euskadi. Pero ellos van a lo suyo. Tampoco tienen mucho tiempo que perder. La superficie a limpiar roza los 20.000 metros cuadrados, el equivalente a dos campos de fútbol, con 5.000 módulos de vidrio.
Ewin y Pedro trabajan desde una góndola que se descuelga desde la última planta -la 41-, a 165 metros. «Van bajando piso a piso», detalla Álvarez, y «siempre de arriba a abajo, formando tiradas verticales y nunca haciendo anillos», dada la forma de la fachada. Los desplazamientos en horizontal solo se hacen en los carriles situados en el helipuerto. Con arneses, cinturones de refuerzo, cascos, ventosas y, por supuesto, mascarillas, a esta pareja se les ve la mar de tranquilos. Se pasan la vida colgados. Realizan dos limpiezas anuales y cada una les lleva en torno a cuatro meses. 8 horas suelen pasarse cada día ojeando Bilbao a vista de pájaro.
Como toda seguridad es poca, en la barquilla de la cesta siempre van dos personas. «Para poder avisar a alguien por si pasa algo», aclara Pedro. La máquina dispone, además, de una grúa con un brazo retráctil que permite engancharse en cada planta del edificio diseñado por César Pelli. En caso de fuertes vientos se activan todas las alarmas, «aunque miramos todos los días las predicciones meteorológicas. No te la puedes jugar», subraya Álvarez. Un anemómetro hace que la góndola se pare y obliga a los trabajadores a replegarla y posponer los trabajos.
Recorrer los 165 metros puede llevarles hasta 40 minutos. A veces ha sucedido que el viento «nos ha pillado de repente a media altura», reconocen. «¿Qué hacer en ese caso? Esperar a que el tiempo mejore y, llegado el caso, aprovechar y dar cuenta del bocata. «Igual sales y una ráfaga te pone en la otra esquina. La barquilla con el movimiento de nuestros cuerpos se balancea continuamente», se carcajea Madrid.
No fue el caso del jueves. Salió el día perfecto. Ni llovía ni el sol les deslumbraba. Y, lo que es mejor, tampoco corría una gota de aire. Asi que desde primera hora se les vio tirar de agua y jabón. En estas cuestiones, la compañía eléctrica lo tiene claro: mínima cantidad de agua y el empleo de jabones biodegradables para que el rascacielos recupere su peculiar azulado. El proceso es manual. Vidrio a vidrio. «Primero pasamos un material que llamamos mocho y luego limpiamos la fachada con una raqueta», explica Ewin.
Tienen que rascar bien. A cuenta de «la polución», la fachada «se ensucia mucho». El vidrio acumula grandes cantidades de polvo, arenilla y tierra. «Lo peor que nos puede pasar, aparte del viento, es que salga el sol y encima caigan gotas de agua. Entonces el polvillo se acumula y al secarse deja marca en el cristal».
metros cuadrados de fachada. Es la superficie que les toca abrillantar a Ewin y Pedro.
metros de altura. La limpieza se realiza desde una barquilla que se descuelga desde la última planta, la 41.
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