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Del Restaurante Bermeo, al que le quedan muy pocos días de vida -cerrará casi con toda seguridad el próximo 7 de enero para acoger uno de alta cocina japonesa-, se sabía que fue el mejor restaurante de hotel de España en los años setenta ... y ochenta. Sus fogones lucían tanto por lo que en ellos se cocinaba como por la relevancia de los comensales que acudían a sus mesas.
Todo el que era alguien pasaba por el Bermeo: actores, cantantes, toreros, grandes empresarios y, por supuesto, la clase política. El exlehendakari Carlos Garaikoetxea convirtió el Ercilla en su segundo hogar durante casi un año y solía recordar que Ángel Lorente, «el gran chef», le hizo ganar «más de un kilo con sus platos suculentos». Se aficionó a la lubina a la bilbaína y al rodaballo encebollado.
Por el contrario, Felipe González, ya desde sus tiempos en la oposición, «gustaba más del marmitako de salmón y de las chuletitas de cordero con pimientos», subrayaba el cocinero de Cascante, que creó escuela con sus pimientos rellenos y manitas de cordero y preparó la última comida oficial que la Diputación de Bizkaia dispensó a Adolfo Suárez antes de abandonar la presidencia del Gobierno.
El Bermeo abrió sus puertas el 23 de octubre de 1972 y rompió moldes. Para empezar, acomodó sus dependencias en una especie de sótano, algo inusual en la época. Fue también el primer restaurante vasco que sirvió comida a domicilio. ¿El secreto del éxito? Trabajar siempre con la mejor materia prima. Despuntó también con la organización de todo tipo de jornadas gastronómicas: de setas, caza, taurina (hizo fama con su rabo de toro)... Y nunca se le cayeron los anillos. En su afán por superarse reunía a los chefs más prestigiosos del mundo en programas de divulgación que le sirvieron para convertirse en uno de los cien mejores restaurantes de Europa. El Nobel Camilo José Cela salivaba con el bacalao a la vizcaína o al ajo arriero con langosta.
Recogen las viejas crónicas que el equipo capitaneado por Lorente trabajaba siempre con el viejo adagio de 'ver, oír y callar'. Y como todo negocio de fundamento que se precie, el Bermeo tuvo su propia leyenda urbana, con la particularidad de que fue real como la vida misma. «La de aquellos señores a los que después de saborear unas gambas a la plancha se les colocó un lavamanos, con su limoncito y todo. Como habían pedido después un consomé, creyeron que era el contenido verdoso de aquel cuenco. Y se lo tomaron tan ricamente», recordaban entre cazuelas algunos testigos.
Todo podía suceder y de hecho sucedía en el Bermeo, al que los más agoreros solo dieron seis meses de vida por la simple creencia de que entonces se pensaba que un restaurante de hotel «no podía tener mucho porvenir». A la escritora Rosa Montero le sorprendía en 1983 que allí se diera cita todo el «mundillo político y económico de este país». Desde Nadiuska a Santiago Carrillo. Pero así era. 48 años después, y tras un periodo de cierta zozobra, está a punto de ponerse fin a una historia sabrosa, de las más suculentas que ha conocido la cocina de Euskadi.
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