
El espíritu de Biritxi
Bilbaínos con diptongo ·
jon uriarte
Lunes, 12 de abril 2021, 01:32
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jon uriarte
Lunes, 12 de abril 2021, 01:32
El silencio se había sentado en el vestuario. Dani recuerda los nervios aferrados a los músculos, mientras esperaban la hora del Padre Nuestro. Liturgia heredada ... y antesala de otras. Como la de cantar cierto tema creado por el masajista más singular de la Historia. Pero su creador no aparecía. Y cada cual siguió con su particular concentración. Hasta que se abrió la puerta y contemplaron lo nunca imaginado. Biritxinaga disfrazado de Eva Nasarre. Con su falda, su malla y con una lección de gimnasia que ninguno olvidaría jamás. Las carcajadas y los aplausos se escucharon más allá de Plutón. Y los nervios desaparecieron. Luego hubo que jugar, meter un gol y defenderlo a muerte. Pero estoy convencido de que ahí empezamos a levantar la Copa del 84. Y fue gracias a Natxete.
Perdonen la osadía, pero mantengo la teoría de que la responsabilidad nos atenaza. El amor del pueblo pesa en las piernas. Ver la Gabarra esperando nos impide, cruel paradoja, pelear por ella. Si no me creen piensen en los dos últimos trofeos logrados. Dos Supercopas. Y ante los mejores. Pero fuimos a pasarlo bien. Sin presión. Sin un ejército de soñadores detrás. No temíamos perder. Y ganamos. De ahí que recuerde hoy a Biritxi. He llamado a su hija Aitxiber. Ella aún se refiere a él como Natxete. Sabe que su padre transciende al ámbito familiar. Era el aita de todos. Basta con preguntar a dos leones de esa final. Dani, eterno capitán, subraya que era buen masajista y mejor psicólogo. «Te sacaba lo malo, fuera muscular o emocional». Y Sarabia, que le conocía desde niño, insiste en el don de sus dedos. «Le tapabas lo ojos y sabía quién eras tan solo tocando tu pierna. Estando en juveniles me hice un esguince y me trató en San Mamés. En su casa». No exagera. Natxo nació un 19 de octubre de 1932 en la Catedral del fútbol. «Vivimos en una casa situada en la parte que daba a la Feria de Muestras y luego pasamos a la zona de la Misericordia». Parece que cambiaron de lado como quien lo hace de portería. Hasta en eso estaban unidos al balón. De casta le viene al galgo. Perico Birichinaga, su padre, fue utillero, masajista y hasta entrenador puntual en 1938, durante la Guerra. Imaginen aquellos 10 partidos bajo las bombas.
Como todo queda en familia, Guillermo Perdiguero, su primo, heredó el puesto. Hasta que Natxo, el niño que soñó con triunfar mientras le daba al balón en el Acero y en el Zamudio se unió a la saga de los hombres de manos mágicas. De esa forma el mediano de amama Tere, el hijo que iba tras el tío Pedri y antes de las dos gemelas, Bego y Cristi, entraba en el organigrama del club. Aportó trabajo y algo más. Fortaleza en la adversidad.
Cuenta Aitxiber que sus padres nunca tuvieron una vida fácil. Recibieron sopapos. Y de los duros. Incluido el más terrible. Sobrevivir a un hijo. Otros se habrían derrumbado. Natxo optó por sacar su mejor versión. Adquiriendo fama, tanto fuera como dentro de casa, de besucón y de amigo de la broma. Pero también de la manía y la superstición. Antes de cada partido colocaba a sus vírgenes, empezando por la de Begoña, y enterraba en cada palo de la portería un diente de ajo. El bueno de Viteri, encargado de que La Catedral tuviera una alfombra por césped, no entendía por qué brotaban cada quince días. Las cosas de Natxo.
Una tarde en la que se había disfrazado del Libro Gordo de Pedrete, y viajando con Patxi Salinas, tuvo que dar explicaciones en un control de tráfico. Disfraz que había preparado, como todos, en casa. Por eso le recuerdo hoy. Ya no está. Pero su espíritu debería permanecer. Es eso que en Bilbao siempre llamamos ser txirene. Por eso permítanme que recuerde, ante otra final, el canto de Biritxinaga: «¡Adelante campeones, el equipo del Athletic vencedor tiene que ser, nadie podrá detener nuestro avance arrollador!». Ah, cuando terminen de recitarlo no se olviden de lanzar tres sonoras carcajadas y hacer un rotundo corte de mangas.
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