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Joseba ha visto prácticamente de todo en sus once años de conductor de autobús. Ha sufrido insultos y amenazas. Ha visto a jóvenes fumar y ... vomitar en la parte trasera del vehículo. Se ha topado con chicos intentando colarse con vasos llenos de alcohol. Una vez incluso le robaron la botella de agua que llevaba junto al volante.
Joseba es una persona tranquila, de las que trata de «evitar conflictos». Sabe que recriminar determinados comportamientos a un grupo de personas «pasadas de vueltas» puede tener consecuencias impredecibles. Él lo tiene claro: su trabajo ya es estresante en sí mismo y exige una importante responsabilidad. Su prioridad es estar siempre atento a la conducción. Por eso, cuando se enfrenta a alguna situación de estas características, respira dos veces y se centra en la carretera. «Sólo pienso en llegar al destino, abrir las puertas del autobús y que salgan los que están causando problemas», explica.
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En mayor o menor intensidad, prácticamente todos los profesionales de este gremio han vivido experiencias similares. Sobre todo, los que cubren los servicios nocturnos y los que salen a partir de las 5 de la mañana, cuando suben muchas personas y grupos de amigos pasados de copas.
Lo que Joseba no había visto nunca es a un guarda de seguridad subido en el autobús. Son las 10 de la noche del viernes y el conductor se dispone a empezar el servicio nocturno de la línea Mungia-Bilbao de Bizkaibus, que se prolongará hasta pasadas las dos de la madrugada. A su lado está Omar. No es un pasajero. Es un vigilante contratado por la empresa que gestiona la línea Mungia-Bilbao de Bizkaibus. Tiene 17 años de experiencia en su sector y su misión es garantizar la seguridad del conductor durante el servicio nocturno. Ha realizado tareas de vigilancia en empresas, colegios, centros comerciales. Pero nunca antes en un autobús.
Joseba
Conductor
Aunque el grueso de las celebraciones ya se ha celebrado, la localidad vizcaína apura el final de las fiestas de San Antontxu. Y Joseba y Omar no saben qué se van a encontrar esta noche. En realidad, su inquietud no viene tanto por las fiestas como por lo que pasó hace apenas una semana en esta misma línea. Una trabajadora de Bizkaibus sufrió una paliza por parte de tres chicas jóvenes delante de varias decenas de testigos. A la trabajadora le insultaron y le escupieron en pleno centro de Bilbao. Le arrastraron de los pelos y la dejaron inconsciente a base de golpes. El motivo fue que la conductora quería impedir que se subiese al vehículo una de las chicas que estaba ebria y golpeando la carrocería.
Esta agresión ha sido la gota que ha colmado el vaso de la paciencia de los trabajadores. Los sindicatos tienen contabilizadas media docena de agresiones de pasajeros a conductores en los últimos 10 meses y exigen medidas. Hace apenas un mes otro trabajador fue agredido por ir a despertar a un individuo que se había quedado dormido en el vehículo.
La «violencia verbal» es algo bastante habitual, explica Josune, otra conductora, que todavía sigue en «shock» por lo que le pasó a su compañera. «Podría haberme pasado a mí perfectamente», apunta. Josune ha sufrido insultos de todo tipo -muchos de ellos de carácter machista- e incluso ha tenido que recogerse el pelo «por miedo». «Estamos solos», denuncia la conductora. A raíz de la pandemia todos han percibido un aumento de la tensión en los autobuses. Pero insisten en que la escalada de agresividad que se percibe desde el verano es algo que nadie había visto hasta ahora. «Antes había mucho más respeto hacia nosotros», lamentan.
La contratación de vigilantes de seguridad para servicios concretos trata de responder al enfado generalizado que se ha extendido entre los profesionales. Para Joseba tener la compañía de Omar le permite algo tan básico como es centrarse en su trabajo: conducir. «No tengo que estar todo el rato pendiente del retrovisor», explica.
Joseba es el encargado de sustituir a la mujer agredida, que está de baja, en la línea Mungia-Bilbao. Los primeros servicios son muy tranquilos. El autobús va prácticamente vacío y apenas tiene que recordar a algún pasajero que la mascarilla es obligatoria. Según van pasando las horas empiezan a subir pasajeros «más cargados». Muchos se sorprenden al ver a un guarda de seguridad. Algunos vuelven a Mungia después de pasar la tarde en Bilbao. Y otros muchos bajan a la capital vizcaína en busca de una noche de fiesta.
A las doce de la noche sube un numeroso grupo de jóvenes en Mungia con bolsas de plástico llenas de botellas de alcohol. En cuanto se sientan la mayoría se quita las mascarillas. No se esfuerzan ni en disimular. «Lo hacen aunque esté aquí el vigilante. Imagínate si sólo está el conductor», apunta Joseba, que recuerda que a un compañero una pasajera le presentó una queja por no recriminar a un usuario que se quitó el tapabocas.
El último autobús sale a la 1:30 de la plaza Moyua. Normalmente el último autobús de la noche suele ir bastante lleno porque no hay otra conexión con Mungia hasta las 6 de la mañana, que suele ser el servicio en el que se producen «más incidentes». El servicio nocturno de este frío viernes de enero se cierra con 183 pasajeros transportados. Y, lo más importante, sin incidentes.
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