Aitor A., de 38 años, reconoce que cometió «un error» al disparar el arma detonadora que tiene desde hace años «con las ventanas abiertas», lo ... que desató la alarma en el barrio Las Acacias de Muskiz y provocó un gran despliegue policial ante la posibilidad de que se tratara de un arma de fuego real. El hombre alega que no tuvo intención de causar daño a nadie, que no se puso «a pegar tiros desde el balcón», sino que su único objetivo fue deshacerse de la munición para que «nadie resultara herido» por un mal uso.
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En una conversación con este periódico, Aitor explica que durante nueve años trabajó en los «servicios sociales municipales ayudando a personas mayores, niños...», pero que desde hace siete ha tenido que dejarlo para dedicarse «al cuidado de dos familiares enfermos y dependientes, uno de ellos ya fallecido». Ante esta «situación complicada» en casa y que, reconoce, le mantiene «agotado mentalmente», Aitor decidió acudir al cuartel de la Guardia Civil en San Fuentes, cuerpo con competencias en armamento «hace unos 15 días».
Quería consultar cómo podía deshacerse de la pistola detonadora Bruni que compró en una armería ante posibles amenazas en su trabajo y de la que cuenta con documentación. Asegura que esa consulta no quedó registrada porque fue verbal y no le pidieron el nombre. «Como no es un arma en realidad, me dijeron que no se podía retirar, que me la quedara para colección», afirma. Según dice, también le preguntó a unos ertzainas que se encontró «por la calle» y tampoco le dieron una solución.
«Reconozco que no fue la idea más acertada, pero no se me ocurrió otra», admite. Sobre las dos de la tarde del lunes, estando en su habitación y sin percatarse de que las ventanas de la casa estaban abiertas porque hacía mucho calor, sacó el arma detonadora y los 44 cartuchos que le quedaban del armario, cogió una papelera de acero y comenzó a disparar en el interior.
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Un agente de la Ertzaintza fuera de servicio que se encontraba en la zona escuchó varias ráfagas de detonaciones y alertó a sus compañeros. De inmediato, se desplegó un gran dispositivo policial. Uno de los policías le confesó después «que se le había puesto el corazón a mil» y que se colocó el chaleco antibalas. Se avisó a una guardería cercana para que no saliera nadie al patio o del centro. Y «se desató el pánico en el vecindario».
Aitor salió a fumar a la ventana y vio la impresionante movilización policial y cómo los agentes miraban hacia su ventana con la pistola en la mano. Entonces, les avisó de que él había afectuado los disparos y bajó al portal. «El trato fue excepcional y empático». En un primer momento, le cachearon por si llevaba algún arma y después le escucharon.
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«La que has liado. Podías haber tirado el arma y la munición al fondo del mar o haberle dado martillazos», le dijeron. Aitor les pidió perdón y admitió su «fallo». Una empleada de hogar les entregó a los policías el arma con los cartuchos detonados en una bolsa de plástico para su estudio. Los agentes registraron el domicilio para comprobar que no había ningún otro peligro y le abrieron al vecino un acta de denuncia.
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