«Erika y Ethan eran mucho más que madre e hijo; tenían un vínculo muy especial»

Cuando le preguntaban su secreto, sonreía y decía la suerte que había tenido con sus hijos y su marido, Miguel. Ethan, su hijo mayor, era todo un soporte para ella. Tenía sólo 19 años, pero a todos los que le conocían les sorprendía lo «responsable, alegre y trabajador» que era. Siempre estaba allí cuando le necesitaban: salía corriendo a ayudar a su madre cuando tenía cualquier problema o dejaba cualquier cosa para ayudar a Gerhard, su hermano, siete años más joven. Era «tan buen chico que jamás puso una mala cara» cuando tenía que ceder su habitación -y dormir en el sofá- cuando les visitaba una de sus tías con problemas de salud, explica su familia en una conversación con EL CORREO.

Erika Rey de Perea y Ethan Río eran «mucho más que madre e hijo». Les unía «un vínculo muy especial» y les encantaba pasar tiempo juntos. La familia vivía en Sestao, pero desde hace más de 15 años se escapaban siempre que podían al camping de Somo, en Cantabria, donde se habían comprado un módulo. Este rincón de Cantabria se había convertido en su lugar favorito. Allí tenían muchísimos amigos, hacían fiestas de disfraces y chocolatadas. Allí también descansaban y recargaban pilas dando paseos por la playa o por los bosques de la zona.

De hecho, el martes Ethan y Erika habían salido a dar un pequeño paseo con sus chihuahuas -Odín y Thor- y varios amigos cuando fueron atropellados en una senda peatonal por un conductor que casi triplicó la tasa del alcohol permitida y dio positivo en cannabis. Erika, Ethan y María Teresa, una amiga de Santo Domingo de la Calzada de 68 años, fallecieron prácticamente en el acto. También perdió la vida en el atropello Odín, una de sus mascotas. «Este hombre no sabe lo que ha hecho», se dolía ayer Monse, la prima de Erika y madrina de Ethan.

La casa de esta familia de Sestao se convirtió ayer en el punto de encuentro de todos los que les quieren. Hasta aquí se acercaron muchos familiares y amigos para arropar a Miguel y a Gerhard. Nadie se podía creer lo que ha pasado. Se abrazaban y compartían el dolor. También atendieron a este periódico porque les parecía importante relatar cómo eran Erika y Ethan, para que su muerte no aparezca como un suceso impersonal.

En medio de tanto dolor, los amigos de Ethan también esbozaban una pequeña sonrisa cuando recordaban alguna anécdota divertida. Explicaban que Ethan tenía una de esas risas contagiosas y que siempre buscaba el lado positivo de las cosas. Tenía sólo 19 años, pero no le gustaba salir de fiesta. Le encantaba el deporte y pasar tiempo con su prima Isaro, que era como una hermana para él. «Muchas veces le decíamos para quedar o para ir a la lonja y nos decía que no podía porque había quedado a cenar con sus padres. Era tan familiar que hasta se había hecho en el brazo un tatuaje de Thor, uno de sus perros», relatan Gorka e Iván, dos de sus mejores amigos.

Ethan y Erika estaban en un momento muy bueno. El chaval se acababa de sacar el carné de conducir y hacía apenas un mes que había empezado las prácticas en el polideportivo de Las Llanas, en Sestao, después de terminar un grado superior relacionado con la actividad física. Su madre disfrutaba viendo así de feliz a su hijo mayor. Ethan también jugaba a fútbol de lateral derecho en el Begoñako Arteagabe, el equipo de fútbol de La Salle, el colegio en el que había estudiado en Primaria antes de cursar el Bachiller científico en Salesianos. Nadie sabe muy bien cómo lo hacía, pero también entrenaba a los infantiles de la Sociedad Deportiva San Pedro. Su padre no se perdía ni uno de sus partidos.