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La asociación deportiva Goazenup ha visitado este domingo el Aita Mari, el barco de salvamento marítimo humanitario. Acompañados del vaivén de las olas y del sol de la tarde, desde los más pequeños a los más mayores del grupo han podido descubrir todos los rincones ... del navío, saciando así su curiosidad, y conocer de la mano de una de las voluntarias la sensación agridulce que hay detrás del proyecto.
Cinco años después, el Aita Mari ha vuelto a atracar en el embarcadero del Itsasmuseum. Pese al coste significativo del viaje hasta Bilbao, «es algo nuestro que la gente merece visitar». Aunque más que ver simplemente cómo es la embarcación por dentro, la atención recae más bien en cómo se lleva a cabo el salvamento humanitario. «El barco es tu casa y tu trabajo. No tenemos la opción de desconectar del estrés que supone para todos nosotros esta labor», explica Cristina Campo, voluntaria y, en esta ocasión, guía.
Desde la sala de puente hasta la bodega, pasando por la proa y la popa y echando un vistazo a la cocina y a los aseos. De esta manera, Campo ayuda a imaginar cómo es la vida en el Aita Mari. El barco tiene un aforo de 150 rescatados más la tripulación –14 o 15 personas–. «En la proa duermen mujeres y niños, y en la popa los hombres». Respecto a la alimentación, por regla general comen pasta o arroz con carne o pescado, «intentando respetar la alimentación de cada uno».
Durante la visita puede apreciarse lo bien aprovechado que está cada espacio y cómo evitan inconvenientes. Baños de una medida justa, sin camas, comida servida en vasos para que no se desparrame, horarios para asearse y conectarse al wifi, una enfermería con dos camillas... «Es un espacio tan reducido que, cuando necesitamos desconectar y estar solos, nos subimos a las lanchas que hay en proa».
Escaleras para arriba y escaleras para abajo, la cruda realidad del Aita Mari no tarda en salir a flote. «Junto a Palestina, el Mediterráneo es el cementerio más grande del mundo», asegura la guía. Como adelantó EL CORREO hace un par de semanas a la llegada del barco a Bilbao, durante su duodécima misión lograron rescatar a 43 personas, pero no pudieron ayudar a otros dos botes. La embarcación debe pedir autorización para «absolutamente» todo. «No podemos entrar en Libia porque los derechos humanos allí brillan por su ausencia; Malta pasa por completo de las comunicaciones; e Italia, pese a ser la única que nos autoriza, nos manda al puerto más lejano para sabotearnos».
«Aunque veamos personas en el agua ahogándose no podemos hacer nada sin autorización». De hacerlo, se arriesgan a ser detenidos durante 20 días y a pagar una sanción. «Es una política de desgaste que lo único que busca es hacernos perder tiempo y dinero, y obstaculizar el rescate de otros botes». Ante la confesión de tales acciones, los visitantes no pueden salir de su asombro: «Es todo tan inhumano».
Uno de los relatos que hacen saltar las lágrimas a Cristina y que pone los pelos de punta a quienes lo escuchan transcurrió en uno de los desembarcos en Nápoles. «Fue muy difícil. Llegamos al puerto y había un número desorbitado de policías, en tierra, mar y aire. Las caras de los rescatados cambiaron de golpe al ver tal despropósito y sus ánimos pasaron a estar por los suelos. Fue horrible ver cómo les grapaban números a la ropa y los fotografiaban como si fueran ganado».
Para bien o para mal, los tripulantes destacan que los niños son la resiliencia personificada. «Cuando llegan al barco se ponen a jugar entre ellos con total normalidad, como si estuvieran viviendo una situación cotidiana». La voluntaria destaca que lo primero que hacen tanto hombres como mujeres nada más subir al barco es llamar a sus familias para decirles que están vivos. «Es inimaginable para nosotros tener que hacer una llamada así».
El Aita Mari se somete a revisiones constantes. «Nos volcamos mucho en que esté todo más que perfecto porque durante las inspecciones siempre buscan lo mínimo para parar nuestra actividad». A lo que una de las asistentes pregunta «¿Esas revisiones se hacen a todos los barcos?», cuya respuesta es clara «No, solo a las de salvamento humanitario».
Todo el que lo desee podrá visitar el Aita Mari hasta el 4 de mayo bajo reserva gratuita mediante el Itsasmuseum. Experiencia que los asistentes de Goazenup recomiendan. «Ha sido muy interesante ver toda la labor que hacen y cómo manejan a tanta gente en un barco tan pequeño», señalan Jaime Rodríguez y su hijo Tomás. A lo que sus compañeros Alfonso Trapote y Mar López añaden que merece la pena visitarlo en persona. «El navío es impresionante, pero sus historias aún más. Hay que venir a verlo, es una actividad chulísima».
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