Viernes, 31 de agosto 2018, 00:44
«Tenemos derecho a saber la verdad». Setenta familias vizcaínas integran la asociación de bebés robados Itxaropena, creada hace unos cinco años. Reclaman la ayuda de las instituciones para poder acceder a la documentación sobre sus casos y se quejan de que las denuncias ... que interponen en los juzgados apenas se investigan y la mayoría terminan archivadas. Ayer se manifestaron en la escalinata del Ayuntamiento bilbaíno, que en uno de los últimos plenos escuchó sus voces.
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En su mayoría son madres, y también padres, de niños que nacieron en las décadas de los 60 y 70 en hospitales y clínicas privadas, a las que informaron de que las criaturas habían muerto sin más explicaciones. Aunque también hay hijos que buscan a sus padres biológicos y hermanos que han heredado la lucha de sus padres fallecidos. En muchos casos carecen de informes médicos y tampoco han podido encontrar los féretros en los cementerios, lo que ha despertado sus sospechas. «No existen ni como vivos ni como muertos porque fue tal la desfachatez que ni siquiera inscribieron en los juzgados legajos de abortos». «Si no están enterrados, ¿a quién se los han dado?», gritaban ayer tras la pancarta en la que podía leerse 'Bebés robados, casos ignorados. Culpables no condenados'.
Calculan que en el País Vasco se han podido interponer más de 350 denuncias por bebés sustraídos, aunque la mayoría de ellas no prosperan. «Se han encontrado archivos del siglo XIX en hospitales y clínicas y resulta que de mediados del pasado no aparecen los historiales de estas madres que están buscando a sus bebés», critica Marga, portavoz de la asociación. «Nos vemos obligados a mendigar nuestra propia documentación porque se amparan en la ley de protección de datos, la ley de expurgo (destrucción de archivos antiguos)... para dificultar nuestra investigación personal», se quejan.
«Pediría a las adoptantes que abran su corazón y se expresen delante de estas madres que se están muriendo de pena», apela otra mujer «El que pierde sus raíces, pierde su identidad. No pedimos reparación económica, sino reunión de familiares y saber qué ha sucedido». Se dirigen también a posibles «médicos, enfermeras, comadronas o monjas» porque «relatando sus vivencias» con «valentía» pueden posibilitar «reencuentros».
Pilar, de 72 años, lleva la camiseta negra de la asociación Itxaropena, en la que aparece un cochecito de bebé antiguo. Tuvo a su pequeño el 26 de abril de 1974 en una clínica privada de Bilbao que ya no existe y está convencida de que «me lo robaron». «Cada vez que paso por allí, pienso: '¿Dónde estará mi hijo?'». Fue un parto a término, pero en el pobre informe que le dieron, «no firmado por el ginecólogo sino por un auxiliar», figura como sietemesino.
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«Yo lo tuve todo el día conmigo», comparte 'Enri', que dio a luz en un hospital de Madrid el 30 de mayo de 1971. En su caso, sí que fue prematuro, como muchos otros casos. «Se lo llevaron a la incubadora y después me dijeron que se había muerto, que no me preocupase que ellos se encargaban del entierro, así que a mí lo único que me quedó fue llorar». Hoy tendría 47 años.
Mari Carmen, de Markina, tuvo a una niña, aunque cree que a ella y a su marido les mintieron en el sexo del bebé para dificultar una posible búsqueda. Hace siete años, cuando empezó a hablarse del escándalo de los niños robados, «fuimos al cementerio y constaba que la cría había nacido en Basurto cuando nosotros nunca habíamos estado en ese hospital sino en una clínica que hoy no existe. En el Registro Civil ponía lo mismo. Al ser aldeanos y hablar en euskera no entendíamos nada, así que vuelta para casa», lamenta. Denunciaron el caso y «tardaron mucho en archivarlo. Llegó a declarar el pediatra, que tenía 72 años».
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Isabel busca a su cuarta hermana. Sus padres murieron creyendo que estaba en el panteón familiar, pero cuando lo exhumaron «no había indicios de que allí hubiera habido ningún bebé». Esther no pudo volver a tener más hijos. «Me dijeron que era un crío muy majillo y blanquito». Aún hoy lo busca.
Los testimonios
María José Marín ingresó en un hospital de Santurtzi el 25 de febrero de 1977. Tenía 24 años y el embarazo se había desarrollado con normalidad. Le atendió el mismo ginecólogo que a otras tres mujeres de la asociación vizcaína de bebés robados. Al día siguiente, dio a luz. «Me dijeron que estaba muerto en la tripa, pero yo le sentía moverse», recuerda. «Me durmieron y me aseguraron que era chico, aunque no sé si es verdad porque como ha habido tantos engaños», matiza. «Yo no lo quise ver», admite, algo de lo que se ha arrepentido. Su marido, Antonio Alonso, subió al cementerio con un señor que llevaba en una caja los supuestos restos mortales de su hijo. Tanto ella como el padre se quedaron con «una duda».
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En 2011, «cuando se empezó a oír que había casos de bebés robados, confesaron sus sospechas a sus otros dos hijos». Cuando estaba tramitando una incapacidad laboral, acudió al Registro Civil y preguntó por su hijo desaparecido. «Nos contestaron que no había nada, ni como aborto, que no existía, en una palabra». Se dirigieron también al seguro de decesos, pero tampoco constaba allí. «No hay papeles de ninguna clase», lamentan.
En el hospital «nos dijeron que era un feto no viable, que murió por la placenta y por el cordón, pero no nos dan informes». Hoy tendría 41 años. «Quién sabe si, como a otros, le dijeron que sus padres biológicos le habían abandonado. Queremos saber la verdad, qué ha pasado, si está vivo o muerto. Si murió ya lo hemos pasado, pero para mí que vive», confiesa María José.
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El primer juicio en España por un bebé robado, que se celebró el pasado junio en Madrid, les ha dado alguna esperanza. En esta larga búsqueda, la madre se ha sacado el ADN para incluir en un banco de datos por si algún día pudiera ser cotejado con el de su hijo. La pareja interpuso dos denuncias en el juzgado en 2016 y ambas se archivaron «por prescripción». La mujer ha llegado a escribir «al Rey» contándole su caso, pero «me derivó al Ministerio de Justicia».
Miriam nació el 4 de abril de 1968 en la habitación 4.564 de una clínica de Bilbao, pero le falta saber lo más importante: quién fue su madre biológica. Fue adoptada por una familia con la que se ha criado. Su madre adoptiva aún vive, tiene 92 años, pero nunca ha llegado a decirle el nombre de la mujer que la trajo al mundo. «Me dijeron que mi madre me abandonó, pero no tengo el papel de la renuncia», advierte, lo que le hace alimentar la idea de que fue «una niña robada», que «mi adopción fue ilegal». «Me enteré a los siete años en la calle de que era adoptada». La mujer que la crió «me decía que no había madre más que ella. Toda mi vida he estado preguntando y la solución suya han sido los psicólogos».
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Debido a un problema de salud de alguien cercano, necesitaba saber «quién de mi familia tenía esa enfermedad», por lo que en 2004 emprendió una investigación para conocer sus orígenes, en la que ha contado con la impagable ayuda de su hijo. En la Diputación llegaron a darle el nombre de su madre, fallecida años atrás, aunque por sus pesquisas se trataba de un error y «la dirección era falsa».
Miriam tiene sospechas de quién puede ser la persona que la tuvo en su vientre, aunque sólo son conjeturas que no ha podido probar, por lo que continúa con su búsqueda. «Quiero saber mi verdad. Me han robado mi vida, poder estar con mi familia, el abrazo de una madre...», lamenta. «Quiero encontrar a mi familia, que sepan que estoy aquí. Luego si no quieren trato conmigo, no pasa nada», proclama.
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La mujer recuerda que desde 1999, gracias a una ley, «los adoptados tenemos derecho a conocer nuestros orígenes biológicos, pero la Justicia española se la salta», por lo que pide «que se abran los archivos, que haya gente digna y que no tenga miedo a hablar».
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