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Se necesitan enterradores. Razón: Ayuntamiento de Bilbao. En plena era de la industria 4.0, los trabajos de bata blanca y la innovación, el Consistorio ha decidido contratar nuevos empleados en el cementerio municipal de Derio para reforzar un servicio tan mundano como son los ... enterramientos. La oferta de empleo, que se convocará a finales de año o principios del que viene, precisará de candidatos en buena forma, tanto física como psicológica. Aunque su labor ya no está centrada en la excavación de hoyos, exige mover pesados féretros de entre 150 y 200 kilos en antiguas sepulturas de endiablado acceso y angostas dimensiones. Y con carácter periódico hay que «limpiarlas». Es decir, retirar los restos del difunto, bien para llevarlos a la incineración por indicación de la familia o para depositar los huesos en una pequeña caja de zinc que ocupa menos espacio en la tumba. Esta función se realiza cada cinco y tres años, respectivamente.
«La humedad descompone los ataúdes, que suelen ser de material aglomerado. Con el cuerpo pasa algo parecido», explica Kike Ordóñez, trabajador con 20 años de oficio a sus espaldas y dedicado ahora a la representación sindical en las filas de ELA.
- ¿Y cómo puede ser que en la exhumación de Dalí dijeran que «preservaba su clásico bigote»?
- Pues porque estará embalsamado. La realidad es que no somos nada. Al cabo de dos años acabamos hechos migas.
Aquí la expresión ‘hecho polvo’, recogida por el difunto Luis Carandell en su tragicómico libro ‘Tus amigos no te olvidan’ tras recorrer los cementerios españoles más singulares, adquiere todo su sentido. No sorprende que los profesionales que se dedican hoy a este necesario mantenimiento del camposanto sean celosos de su intimidad. «Ser enterrador aún es un estigma», confiesa uno de ellos a este periódico en una visita al recinto de Derio, el más importante de Bizkaia.
Con motivo de la festividad de Todos los Santos, que hoy llena los cementerios del territorio, la plantilla del servicio de Bilbao lleva días a tope. La concejalía de Salud y Consumo que lidera Yolanda Díez (PSE), gestora de la actividad funeraria en Derio y Deusto, contempla la contratación de hasta cuatro nuevos trabajadores para renovar un equipo dedicado a las inhumaciones que va envejeciendo. En la actualidad trabajan siete enterradores, cuyas edades oscilan entre 35 y 59 años -la mayoría se concentra en la cuarentena-.
La incorporación de maquinaria -pequeñas excavadoras para no tener que tirar de pico y pala, y grúas para bajar ataúdes donde lo permita el diseño de la sepultura- ha aliviado un trabajo que sigue siendo «muy duro», advierte Ordóñez. No es lo mismo trabajar en grandes capillas o panteones que hacerlo en sepulcros de reducidas dimensiones, pensados para las estaturas de la población de hace más de cincuenta años. Sólo para bajar un féretro hacen falta cuatro trabajadores. Tres en la sepultura y uno arriba sujetando la caja con una soga.
El cementerio tiene un indudable valor artístico, en el que destaca la galería abovedada de estilo bizantino, y paisajístico, representado por un interesante arbolado de gran talla -se han catalogado 1.479 ejemplares de especie frondosas y coníferas-. Pero hasta una hilera de magnolios puede convertirse en un problema. Desprende muchas hojas y sus raíces expansivas en busca de nutrientes a veces han causado daños en enterramientos. Aunque nada que ver con el destrozo causado por el vendaval de 1999, que tumbó medio centenar de árboles. Un cedro del Himalaya salió de raíz y levantó en su caída cuatro sepulturas.
Para poner orden en todo esto también están los enterradores, que pueden pasar a denominarse oficiales de servicios polivalentes tras la próxima OPE municipal. Aquí tienen mucho terreno que atender. El cementerio ocupa una superficie similar a 70 campos de fútbol, aunque dispone de una pradera de 40.000 metros sin tocar -el 20% del espacio total del camposanto- para afrontar eventuales ampliaciones. No parece que sea el caso, visto el progresivo retroceso de la población y, sobre todo, el notable crecimiento de la incineración en los últimos años.
En 2016 se registraron 1.411 cremaciones y 678 inhumaciones en Derio. La tasa es de 3 a 1. En lo que va de año sólo se ha producido un enterramiento como tal -una parcela excavada de más de un metro de profundidad-. Lo cierto es que su coste -alrededor de mil euros- es mucho mayor que el de otro tipo de inhumación, gestionada como concesión.
Pese a ser una sociedad tradicional y de costumbres, Bilbao «se parece más a los países de Europa del norte» a la hora de encarar el rito de la despedida, señala la concejala Yolanda Díez. «Somos capaces de adaptarnos. Igual ha pasado con las bodas», señala en alusión a que hay más enlaces civiles que por la Iglesia.
Derio, dotado con un renovado horno crematorio tras una inversión de 600.000 euros, cuenta desde marzo de 2016 con un espacio controlado para esparcir las cenizas del difunto junto a un laurel. Se llama ‘El bosque de los recuerdos’ y ofrece de forma gratuita un entorno evocador -se forma una ligera neblina para acompañar la ceremonia-, rodeado de poemas inscritos en troncos de hierro con la firma de Aresti y Lizardi. Uno de los versos reza así: «Recorrí el verano -mar de fuego-/en nave de agradable sombra/que ahora me hace tocar fondo suavemente:/es un arenal rojo y desierto».
El cementerio de Derio impresiona. Aquí han recibido sepultura en su centenaria historia 400.000 personas, más almas de las que hoy habitan Bilbao. Parece el territorio propicio para sentir auténticos escalofríos, según cuentan sus enterradores.
El camposanto no tiene iluminación por la noche para no despistar a los aviones del aeropuerto de Loiu. Estos vuelos rasantes han sobrecogido a los familiares de más de un difunto, reunidos al pide de la tumba. Tras el estruendo, el cura expresa el último adiós al finado. Breve silencio. El avión aterriza y la onda del ruido llega con retardo, provocando una fugaz ventolera. Las copas de los cipreses se sacuden, como si alguien quisiera hacerse notar. ¡Glup!
La congoja ha llegado a los enterradores. Un veterano que cortaba el césped escuchó en la soledad del cementerio un lamento. Pensó en un maullido -no sólo hay gatos, también se han visto erizos y hasta ardillas por sus secuoyas-. Pero el sollozo era humano. No vio a nadie. Tragando saliva, localizó el origen: el interior de una sepultura abierta. La voz pedía ayuda y la imaginación se disparaba pensando en las leyendas de ataúdes arañados por dentro, jamás confirmadas.
Se inclinó y pudo verla. Era una mujer aún viva. Se había caído dentro mientras limpiaba la lápida. Pese a su edad -tenía 95 años-, apenas se hizo daño en unos dedos. Un buen suspiro.
El cementerio de Derio, abierto en 1902, recoge la vida de la ciudad a través de las historias de sus muertos: la tapia en la que fueron fusilados 400 milicianos republicanos, las víctimas de la cárcel de Larrinaga, las grandes oligarquías y un pequeño enterramiento musulmán, ya en desuso, que mira al Este, hacia La Meca. En su momento, hasta vino un imán con un GPS para certificar la orientación.
Arquitectos de renombre han dejado su sello en capillas, edificios y esculturas. Es una exposición de arte firmada por Quintín de Torre -«el Miguel Ángel de Bilbao», según los cofrades-, Valentín Dueñas, Ricardo Bastida, Enrique Epalza y Manuel María Smith Ibarra, entre otros. Sólo hay dos zonas que «no se tocarán nunca»: donde descansan los niños del circo -44 fallecidos en una avalancha en 1912 en el Teatro del Ensanche- y las víctimas del monte Oiz.
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