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Es algo muy nuestro. Pedirse un café, un botellín de birra o cualquier trago corto en el rincón favorito de la barra, apurarlo deprisa - o si se dispone de tiempo, en una banqueta, tal vez leyendo la prensa o picando algún pintxo- cruzando la ... conversación de rigor con el camarero o con el cliente de al lado. Con la entrada en la tercera fase de la desescalada, los clientes recuperamos este lunes las barras de los bares, esos mostradores separativos que son mucho más que meros muebles.
El paisaje interior de los locales de Bilbao logró asemejarse al de la era pre-Covid, aunque con menos gente: los obreros disfrutaban de un café en el descanso apoyados, las señoras inspeccionaban los pintxos ojo avizor, los aficionados consumían el bebercio matutino. Guardando, eso sí, la distancia de dos metros, con los camareros ataviados con las mascarillas y con geles hidroalcohólicos por doquier.
Los pintxos de las barras también lucían plastificados o cubiertos con mamparas, algo que antes era obligatorio pero que no siempre se ponía en práctica. «Parece una tontería, pero tenía muchas ganas de volver a sentarme en la barra», comentaba un cliente vizcaíno de los de caña y periódico. No lo hacía desde el sábado 14 de marzo, cuando muchos difrutaron de su última consumición en el taburete mientras seguían las comparecencias de alarma en las televisiones de los bares. Ese sábado también fue el último para muchos locales que ya pasaban por momentos difíciles. El coronavirus también les fulminó.
Este lunes, muchos reabrieron sus puertas y sus barras. El Globo o La Olla volvieron a dar servicio en la calle Diputación, mientras que otros comenzarán a servir esta misma semana. Aun así, la tercera fase se estrena en Euskadi con una peculiaridad: se ha puesto coto al ocio nocturno. De momento, no hay bares de copas ni discotecas, que sí que abren en el resto de España, pero sin que se pueda bailar.
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Como siempre, las normas son un tanto confusas. En los bares ya no hay restricciones de aforo, aunque sí una distancia mínima obligatoria de dos metros entre los clientes. Los hosteleros pueden disponer además de todas sus mesas exteriores, siempre que se repete el espacio reglamentario entre ellas, lo que en la práctica, limita a muchos el mobiliario del que pueden disponer en la vía pública, ya que suelen contar cerca con otros bares, elementos de mobiliario o zonas de tránsito que dificultan la expansión. Por eso en algunas zonas el Ayuntamiento ha permitido ampliar el número de mesas o habilitar terrazas nuevas y en otras no. Y se permiten las reuniones de hasta 20 personas sentadas.
En la Plaza Nueva, una veintena de bares habían recuperado la actividad. En el emblemático Bar Bilbao, Koldo Maza servía pintxos de bacalao a la clientela. «Abrimos hace 15 días y ahora hay más 'meneo'. Teníamos diez mesas en la terraza y ahora solo ocho, pero pensamos que es suficiente», explicaba. Los dueños del Víctor Montes abrieron el viernes. «Durante unos días vamos a dejar también habilitadas las mesas interiores. Este fin de semana, la gente venía con ganas de barra, pero no se podía. Ahora sí», relataba Alina Prostakishyna.
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«Las medidas de seguridad son las mismas, la única diferencia es que la gente puede estar en la barra», decia Iñaki, del bar Lepanto de la plaza Pedro Eguillor, con una terraza de siete mesas. Los hosteleros advierten sin embargo que no corren buenos tiempos. «El poteo de vino y pintxo del mediodía, que duraba desde las doce y media hasta las tres y media, ha desaparecido, y el de la tarde también. Tampoco hay movimiento como para tener una barra de pintxos dinámica, tenemos los justos para que la gente pueda picar», explicó el propietario del Restaurante Atsedena de Ledesma, Ruben García, que gestiona otros tres locales más. Usa también la terraza de El Molinillo, cuya barra abrirá este martes. Aun así, está facturando «el 40% de lo habitual.»
En el cercano Zaharra de Albia, también han dejado de ofrecer hamburguesas y picoteo porque «no hay público porque la gente está teletrabajando. Si la gente no vuelve a trabajar al centro de Bilbao los bares van a morir». Amaia López, la encargada del Basque Vintage, también aprecia la «falta de movimiento». «Mi jefe no hace más que poner dinero de su bolsillo para que esto salga. Si los ingleses no vienen, nuestras esperanzas se van a quedar colgando porque lo veo muy negro», dijo.
El comercio, tanto el pequeño como las grandes superficies, puede permitir desde este lunes la afluencia de clientela siempre que su aforo no supere el 60% y manteniendo todo el protocolo de seguridad: gel, mascarillas (que también se exigen a la clientela) y desinfección. El comercio minorista está desolado, pero lucha por mantenerse a flote. La presidenta de la Asociación de Comerciantes del Casco Viejo de Bilbao, que aúna a 175 socios, Eider Txarroalde, afirmó que «la limitación de aforo es un embudo que hace que la gente tenga que esperar en la calle. Muchas de ellas son personas mayores que no pueden estar sentadas dentro. Nos falta ese tacto».
Además, expuso, «no entendemos bien las restricciones para respetar la distancia de seguridad de dos metros cuando tanto los clientes como los empleados estamos obligados a llevar mascarilla». Todo esto está provocando que «se pierdan ventas, porque muchas se realizan por impulsos y porque la gente no quiere realizar esperas largas, como es lógico». Aun así, explicó, este lunes, «notamos un montón de gente, hay más consumo y por lo tanto, más ingreso para el comercio». «Ya el año pasado, la campaña empezó siendo mala, porque no hay forma de competir contra las grandes cadenas y contra el comercio electrónico y las campañas de venta agresiva que hay. Entre nosotros mismos también hay una guerra brutal», destacaba Lucía Ruiz Martínez, de la tienda de moda La Tata, de la calle Ledesma, donde recuperaron parcialmente la actividad el día 11.
«La gente está perdiendo el miedo, y ya la semana pasada se vendió muy bien. La mañana de este lunes está siendo genial, las clientas responden con la ropa de verano y con las mascarillas, ni te cuento. Hay otro ánimo», relataba, destacado el pánico que hay en el sector a un hipotético rebrote. «Entonces, sí que sería la ruina de la mayoría», expuso.
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