José Mari Reviriego
Lunes, 20 de junio 2016, 02:03
Se nota que Leopoldo Barreda está acostumbrado a patearse el monte. En una ruta por la barrancada del río Bolintxu, la joya del Pagasarri, en Bilbao, el candidato del PP por Bizkaia acompasa el ritmo con algunos consejos. «Pasos cortos», señala en las bajadas embarradas. « ... No piséis las raíces», reclama para evitar resbalones en las zonas más umbrías. Y lo dice también por experiencia. Un tropezón estuvo a punto de costarle un serio disgusto hace cuatro años, cuando seguía con sus prismáticos las evoluciones de una pareja de milanos en los páramos sorianos de Tiermes. Sufrió un traspié y se golpeó la cabeza contra una roca. Inconsciente, fue localizado cinco horas después y con síntomas de hipotermia por un lugareño. Esos sustos siempre están presentes cuando uno se reencuentra con la naturaleza.
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El río Bolintxu, un generoso torrente de montaña que, por increíble que parezca, atraviesa un frondoso bosque de ribera en terrenos del municipio de Bilbao, ofrece a Leopoldo Barreda de los Ríos (Bilbao, 1960) la oportunidad de mostrar su apego a la naturaleza. «Me educaron así», explica. Su vocación montañera le viene de familia. Sus recuerdos de crío le llevan a la Sierra de Salvada, la Peña de Oro y el monte Oiz. De allí trasladó su afición a los Escolapios, donde ganó el concurso de Coca-Cola de redacción escolar con un reportaje sobre Félix Rodríguez de la Fuente y los lobos. Todo un triunfo, pues su profesor era un leonés que «odiaba» a esos animales.
Su abuelo Ezequiel de los Ríos le regaló unos prismáticos y a partir de entonces comenzó su afición a la observación de aves, hoy tan de moda con el birding. Por Urbasa y la sierra de Lokiz localizó sus primeros tesoros: águila perdicera, pico menor y avión común. Nunca le dio por la escalada y, por consejo de su padre, evitaba embalses y ríos profundos para remojarse. Ezequiel le regaló también una navajita que aún conserva.
Por lo que cuenta, era el clásico abuelo con el que un nieto nunca se aburre. De joven se fue a trabajar a México y, estando en Durango, se vio obligado a cruzar el río Grande de camino a Texas para huir del avance de las tropas de Pancho Villa. De ascendencia Navarra, hablaba euskera e inglés, y recibía por las mañanas a Leopoldo con un sonoro «egun on.
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Con el paso del tiempo Barreda hizo suyo el Anboto, del que ha perdido la cuenta de las ascensiones. «Entre 15 ó 20», calcula. Fuera de Euskadi le gusta el parque nacional de Monfragüe, símbolo del ecosistema mediterráneo que reúne a las grandes rapaces de España. Salvo el quebrantahuesos, por las copas de sus encinas y alcornoques sobrevuelan el buitre negro, el águila imperial, el águila real y el búho real.
Se le ve suelto por el Bolintxu, tomando aire durante un par de horas antes de volver a la campaña. El monte siempre ha sido su refugio, su lugar para «oxigenarse». En su caso, mucho más. La naturaleza le servía para reencontrarse con un espacio libre de angustias durante la cruel etapa de acoso de ETA. Todavía hoy vive escoltado.
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¿Qué siente en el monte, qué le transmite?
La sensación de paz y libertad. Lo necesito. Siempre que he podido he ido al monte, buscando un espacio de tranquilidad y de reflexión para el estrés que tiene la vida, que es mucho y variado.
Barreda ya ha confesado que «se fue a picar piedra» al yacimiento celtibérico de Tiermes tras su primer divorcio, en un intento por pasar página y ocupar la cabeza en la arqueología, otra de sus grandes aficiones. Con su segunda separación, este rincón castellano le ha vuelto a servir para coger aire.
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Molinos en Tiermes
Significa mucho para él. Lo conoció en 1979 y desde entonces se ha implicado en su conservación medio ambiental. Casualidades de la vida, otro político muy interesado en esta zona de Soria es su rival en el PNV, Aitor Esteban, volcado en conocer sus raíces maternas. «Sabe de Tiermes casi más que yo», dice entre risas Barreda. Junto a vecinos y grupos ecologistas, se sumó a una campaña en contra de un parque eólico. Al final, lograron «limitar» la instalación de molinos de viento.
¿Sabían sus compañeros de lucha que usted era del PP?
Sí, claro. Estos temas generan siempre un debate importante dentro del partido.
Como los toros, imagino. ¿Es partidario de prohibir las corridas?
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No soy abolicionista. Una cosa es la tauromaquia y otra las salvajadas como el Toro de la Vega. Pero, personalmente, a mí me gusta el toro en el campo, no en la plaza.
Está feliz por haber podido inculcar a sus hijos la afición a los animales y la naturaleza. Tiene cuatro. Dos de su primer matrimonio, de 26 y 24 años, y otros dos fruto de su relación ya finalizada con la parlamentaria del PP vasco Cristina Ruiz, de 14 y 12 años. Está muy contento de cómo tiran monte arriba y de «lo bien que pisan».
El sol se filtra por los sauces y abedules que jalonan el Bolintxu. Junto a la cascada, Barreda repara en un impresionante ejemplar de roble. «Recto y robusto como Dios manda. Cómo ha ido buscando la luz», advierte.
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Aguas abajo, reconoce que aún no se explica qué le pudo pasar a Arturo Aldecoa para desviarse del camino. Conocía bien al exgerente del PP de Bizkaia, despedido por sus presuntos manejos irregulares de las cuentas. Barreda le enseñó Tiermes. «No es fácil de entender. Casi diría que imposible. La justicia resolverá», apunta.
¿Qué hacemos con los políticos corruptos?
Son una especie alóctona, invasora. Hay que erradicarles del ecosistema político.
Llegando al final de la excursión, mira con sus prismáticos hacia el valle y se lo imagina atravesado por el viaducto de la Supersur, un tramo que se ha quedado de momento en el cajón por falta de presupuesto. Chasquea la lengua y se dice: «sería la solución menos dolorosa».
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