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No deja de ser curioso que la ciudad que inventa y se recrea con todo tipo de tendencias rescate ahora uno de los oficios clásicos. De los más antiguos. Propios de otras épocas. Tiempos en los que los hombres, para empezar, calzaban más zapatos ... que ahora. Hoy reinan las zapatillas deportivas, dueñas y señoras de las aceras. Qué decir de esos jóvenes que no han pisado nunca las calles con los mocasines de toda la vida (o simplemente de otra vida, que no la suya), aunque 'El Paisita' –gentilicio de los colombianos del Departamento de Antioquía– está presto para todo. Lo mismo saca brillo a delicados modelos de ante que deja como la patena todo tipo de playeras.
Bilbao, que camina sobre la delgada línea que bascula entre la tradición y la vanguardia, ha recuperado a los limpiabotas, una profesión al borde de la extinción e inexistente en la mayoría de ciudades. Pero Bilbao, que para tantas cosas va por libre, los reivindica y ellos llaman la atención, bien pulcros, cargando con sus banquetas, cajones y cepillos con crines de caballo. El colombiano 'El Paisita' y Yussef son, de momento, el anverso y reverso del renacimiento de unos trabajadores que dan glamour.
Jesús María Giraldo nació en Medellín y, desde que llegó a Bilbao, las cosas les han ido bien. Vive a gusto con su familia, no le falta trabajo y todo el mundo con el que trata le acaba cogiendo cariño. Suelen gritarle al verle pasar: '¡Eh, Paisita, péguele una limpiadita a estos zapatos!'. Y allá que va él con el mejor betún del mundo –«de Búfalo y hasta de 18 colores diferentes», dice– y, claro, con un buen trapo para sacar brillo. Dice que está muy agradecido de cómo le trata la gente de aquí. A él y a lo suyos. No tiene queja alguna. «Bilbao es muy grande y no doy abasto de toda la gente que tengo que atender». Su cartera de contactos es enorme: «Me llaman del Hotel Ercilla, de la marisquería Serantes, del Gran Dómine... Tengo los teléfonos de todas las grandes personalidades de acá», presume. Muestra el de un importante empresario. «También le trabajo a él», suelta. «Yo voy adonde me llamen. Y si tengo que ir a la casa de los clientes, se va, porque también hago servicios a domicilio».
Giraldo, que en su país trabajaba en un almacén de sonido aunque de pequeño ya limpiaba zapatos «de gente con gusto y caché», se patea las calles y no para. Es verdad que no madruga y que se le ve casi siempre por El Ensanche e Indautxu. Entra y sale de los bares y restaurantes más populares. «Por las mañanas, casi todo el mundo anda a la carrera», explica. «Lo serio empieza cuando la gente comienza a disponer de tiempito para tomarse un cafecito». Entonces se pone manos a los zapatos y ya no para.
Le pueden dar las tantas si acompaña el buen tiempo. «Hay días que hay trabajo y otros no, porque al llover no puedo salir». Pero rara es la vez que no le dan las once de la noche terminando de dar lustre. 'El Paisita' recuerda mucho a Salvador Ballesteros, un histórico limpiabotas que se pateaba las calles bilbaínas el pasado siglo y que miraba todos los días al cielo para que no cayese ni una gota. «Yo estoy hasta la hora que haya 'voleadita'», dice este limpiabotas, como se les llama aquí. «En México somos 'boleros' y en Colombia, lustrabotas». 6 euritos cobra Giraldo por cada par que limpia. Se le ve esmerado. «Cuando hay que pulirlos bien, les paso agüita», cuenta satisfecho este trabajador que suele presentarse a los clientes con la misma tarjeta de presentación: '¡Señores, damas! ¿Gustaría que les limpiara los zapatos?'
Otra historia, desgraciadamente bien distinta, es la de Yussef Eddig. Quiere dejar atrás un pasado oscuro. Este joven de 36 años, natural de El Sáhara, llegó hace cuatro meses y medio a Bilbao. Sus padres se separaron cuando solo tenía cinco años. Nunca superó la ruptura. Dice que echa en falta a su madre. Tras el divorcio se fue a vivir a Marruecos y nunca más la volvió a ver. El se quedó con su padre, «un hombre maravilloso y muy cariñoso», pero tuvo la desgracia de que un médico madrileño se entrometiera en la vida de ambos al prometer para el pequeño Eddig una «vida digna» si se iba a vivir con él. «'Me lo llevaré como un hijo para enseñarle una buena vida'. Y como mi padre quería lo mejor para mí.... Nunca cumplió nada de lo prometido. Todo fue mentira. Abusó de mí desde pequeño», se lamenta Yussef.
Cuenta que desde los 13 años hasta la muerte del doctor, «no hace mucho», sufrió todo tipo de «abusos sexuales. «Nadie me creía», confiesa gimoteando. Ni en Melilla «ni mucho menos en mi país». Yussef se confiesa: «Soy un 'sin papeles' que solo pido asilo. A mi país no puedo regresar y aquí únicamente quiero que regularicen mi situación. Es mi sueño», relata. Mientras llega ese día, se contenta con ir tirando. «Aunque sea durmiendo muchas veces en la calle. Solo pido que legalicen mi situación», reivindica mientras toma un refresco en un bar de Ledesma con casi todas las terrazas hasta arriba. Es lunes por la tarde y, la verdad, no le llega mucho trabajo. Pero sonríe.
Dice que todavía no se conoce bien todas las calles, pero casi nunca se le ve triste. Hay días que saca «algo» y otros que no mete un euro al bolsillo. En Melilla se ganaba la vida limpiando coches. «Empecé a limpiar calzado porque se me da muy bien. Todo el mundo está contento conmigo. Busco para comer, para vivir... Unas veces puedo dormir caliente y otras no, pero me aguanto», razona.
Si se decantó por limpiabotas fue también porque un comerciante le entregó 30 euros para que comprase los artículos necesarios. Encontró una caja sin silla «y me dije 'me voy a buscar la vida como sé que me la puedo ganar'. «Ya me devolverás el dinero cuando puedas», le dijo el negociante marroquí que le prestó aquel dinero. «El primer día gané 100 euros. Me fui a buscar una pensión y a pagar a ese señor». Satisfecha la deuda, cada día es un nuevo reto. «Estoy encantado de conocer este país. La gente de Bilbao es maravillosa, muy buena gente. Te apoya cuando ve que eres buen trabajador», aplaude. La capital vizcaína se convirtió en una obsesión desde que era niño. «De pequeño, yo soñaba con venir aquí de vacaciones, pero nunca me tocaba en el sorteo. '¿Por qué no me cogerán a mí también?'» me preguntaba.
Yussef va ganándose la confianza de cada vez más gente. Limpia a las puertas de muchos bares. «No tengo otra cosa, pero soy una persona recta y sincera. Limpiar zapatos es la única oportunidad y solución de poder vivir tranquilo sin robar. Nunca he hecho daño a nadie. Este es mi oficio, es mi trabajo», expresa. Dice que cobra la voluntad. «Un día un señor me dijo 'no, hay que poner un precio'». Muchos clientes le dan 5 euros por servicio. «He sufrido toda mi vida y sigo sufriendo. Pido a Dios que me salgan mejor las cosas. Si saco algo hoy, podré dormir en una pensión, pero si no, lo haré en la calle», afirma Eddig.
No muy lejos de él, 'El Paisita' va a lo suyo. Sube cuidadosamente los bajos de los pantalones de sus clientes para no ensuciárselos. «Si eres un experto, no tienes por qué manchar nada, ni el calcetín ni el pie, aunque echo en falta el betún de mi país. El de lata sale mejor que el de bote. Yo, en lugar de coches, lavo zapatos», confiesa orgulloso por haber puesto de moda en Bilbao, junto a Yussef, el viejo y rejuvenecido oficio de limpiabotas.
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